Con su salto (descendente) a la política madrileña Pablo Iglesias ha iniciado la voladura del gobierno de coalición con el PSOE. La más grave de todas las mociones de censura la acaba de sembrar con una bomba, tic tac, bajo el suelo del consejo de ministros. El temporizador se activará cuando Iglesias sienta que sus resultados electorales en Madrid le permiten levantar cabeza frente al PSOE, algo que no se ha producido en las últimas elecciones autonómicas, especialmente en Cataluña donde sufrió el subidón Illa mientras Podemos mantenía apenas el status quo. Y entonces todos los ministros de Podemos, previo aviso de Iglesias, saltarán del barco dinamitado.
Iglesias se va del gobierno porque es consciente que su lloriqueo ya no vende. "No puedo hacer las reformas que yo deseo pese a que soy vicepresidente". Y vislumbra que Sánchez pactaría con Ciudadanos o con la mujer de la curva si lo precisara para atenuar a Podemos y a los independentistas. Tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero Iglesias se arrepentiría. Como en Casablanca. Le han afeado desde el PSOE cuanto ha dicho altisonante: que España no es una democracia plena, que Puigdemont es un exiliado como los de la República y todas sus proclamas contra la monarquía. Ahora recobrará su libertad para desde el pavimento madrileño escupir al cielo cuanto desee.
Pero su bajada a los infiernos de Díaz Ayuso, la gobernanta que desayunaba ancianos crudos durante la primera ola de la pandemia según los pregoneros de la izquierda, muestra las debilidades del partido de Iglesias. Puede nombrar asesora a una niñera, pero no puede designar ningún candidato de peso en Madrid porque los ha triturado a todos. Y si difícil era que candidatos de medio pelo pactaran entre las diferentes cofradías emanadas de Podemos… la aparición estelar de Iglesias puede hacer aún más arduo ese acuerdo.
No menos complejo va a ser conjugar una alianza o neutralidad del candidato Iglesias frente al PSOE del bendito Gabilondo. Iglesias tendrá que tirar de discurso radical y eso pasará por atacar a la izquierdita cobarde de Moncloa. Resultado, si cala el discurso del líder de Podemos: bajará el voto del PSOE. Cabe que lo que gane Podemos lo pierda el PSOE. Y si esto ocurre Iglesias y su partido serán dos cadáveres que habrán contribuido a la derrota de la izquierda en Madrid y la elevación al trono de Díaz Ayuso. El veredicto de su irrupción dependerá de si suma o resta escaños a la izquierda, no cuanto mejore su partido, algo que al ciudadano que solo desea un gobierno progresista poco le importa. Su aparato propagandístico vende que Iglesias aterriza en Madrid, como si Podemos fueran las Brigadas Internacionales, para frenar el fascismo. Por cierto, ¿desde el gobierno central no podía atajar el fascismo y sí desde una Comunidad? Pero si le da la victoria al electorado conservador en Madrid tendrá que hacer diabluras el brigadista de Galapagar para anotar este pasaje en su biografía.
Iglesias tiene dos problemas en Madrid. Puede generar simpatías en un espectro muy concreto: el ala radical de la izquierda madrileña. Pero probablemente sean mayores las antipatías, o miedo, que genera en las amplias capas de voto conservador madrileño. Ese terror de "que viene Iglesias" puede traducirse en un toque a rebato a favor del PP, tanto de votantes de CS como del propio Vox. Ni Maduro les asustaría más. Iglesias le ha hecho a Díaz Ayuso el regalo de su vida: invitar a la derecha a votarla en masa. Y, para colmo, si ya Díaz Ayuso tenía encima todos los focos del teatro mediático, Iglesias le facilita medirse con un primer espada de la política nacional. Resultado, unas elecciones madrileñas se convierten en unas primarias para la Moncloa de ambos. Pero uno ha de morir en el duelo. Iglesias recordará siempre que fue él quien dio la alternativa a Ayuso en el coso madrileño.
Ni siquiera la derrota sería igual para ambos. Ayuso puede digerir con mayor o menor disgusto pasar a la oposición, y preguntar por cuestiones de mera gestión madrileña, pero el revolucionario trasnacional ¿cómo va a tragarse plenos de la Asamblea para discutir sobre el Canal de Isabel II, el fomento de carriles verde…? Iglesias no aspira a ser presidente madrileño si el precio es una larga travesía parlamentaria. Ayuso, sí. Tiene menos prisa. Pero miremos al cielo. El cielo del que ha saltado Iglesias tras asaltarlo. ¿Y si Iglesias arrasa en Madrid contra pronóstico? ¿Qué haría? ¿Mantenerse en el puesto de presidente madrileño y permitir que su esposa sea candidata a presidenta del gobierno? ¿O dejaría Madrid para jugarse en primera persona el duelo con Sánchez? Estas preguntas un candidato serio suele responderlas antes de ser votado. Y luego seriamente puede olvidar lo que dijo. Pero debe quedar constancia del compromiso.
Iglesias tiene otro problema añadido: Gabilondo es invulnerable en cuanto a la honestidad de sus actos. Pero Iglesias, con sumarios que sobrevuelan las finanzas de Podemos y la contratación vía BOE de su niñera, sin olvidar el rescoldo de aquella tarjeta telefónica que no quiso devolver a su dueña durante meses mientras denunciaba su uso ilegítimo por la prensa, ofrece un flanco tierno, sangrante, muy apetecible para los medios afines a Díaz Ayuso. Es el candidato más vulnerable que podía elegir Podemos.
Tampoco lo tendrá fácil en los medios de izquierda, a los que tendrá que poner en el dilema de si quieren más a papá o a mamá. Pero resulta que uno de los padres, elija sexo el lector, está en ese gobierno que Iglesias ha abandonado por la puerta de atrás. Y Moncloa mueve cientos de millones en publicidad institucional. Ni una broma que pueda poner en peligro el maná de Redondo, que es mucho el hambre que pasa la prensa.
La democracia gana con este debate. Los que han acusado a Díaz Ayuso de ser el ángel de la muerte de las residencias y los que creen que Iglesias no es más de izquierdas porque le frena el PSOE tienen un magnífico test para medir qué piensa el votante en una de las regiones que más ha sufrido la pandemia. Ahora, sin corsés institucionales, podrán culparse mutuamente del desastre sanitario en Madrid, del papel del 8M, de las muertes masivas en residencias. Y luego un caldito en Lhardy, si no cierra.