Fernanda reside en un municipio de la zona norte de Madrid. Nació en la generación tardía del Baby Boom, y tenía una cartilla en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid que le abrieron sus padres cuando era niña. Estaba en la madrileña calle de Eloy Gonzalo nº 10, enfrente del hospital Homeopático y de San José. Aquel edificio histórico, el de la Caja de Ahorros, fue demolido impunemente, como lo sería después la propia entidad. En la cartilla guardaba todo lo que le daban abuelos y tíos por santos, comuniones y bautizos. Al cumplir 14 años tenía 13.000 pesetas, toda una fortuna, con la cual podía comprarse, recuerda, unos “13 pantalones Levi’s Strauss”, el sueño de cualquier preadolescente de la época. Quince años después se compró su primer piso y para ello pidió el crédito a su caja de toda la vida. Le gustaba mantener una vinculación emocional entre su dinero y sus recuerdos.
Cambió de casa, buscó una sucursal de su banco de confianza, y mantenía un trato afable con los empleados y con el director. Incluso era socia de una biblioteca de Caja Madrid, cuyos empleados fueron puestos de patitas en la calle cuando se creó Bankia y comenzó a desaparecer la obra social de una institución que había nacido para ayudar a los demás.
La famosa tarjeta de débito blanco de Bankia, el principal objetivo a eliminar que tantos problemas está originando
Esta mujer perdió su trabajo de entonces con la crisis del 2008, que motivó el rescate en el que participamos todos los españoles con grandes sacrificios y miles de millones de euros. Ahora Fernanda vive en un infierno de indignación desde hace un mes. Rechaza el uso de la app del banco no solo por motivos éticos, y es que no solo le preocupan los puestos de trabajo de los empleados que se están viendo afectados por las fusiones, sino que también tiene miedo a los ataques de phishing. Sin tarjeta no es nadie. Nos ha pedido que le cambiemos el nombre, no quiere problemas con CaixaBank. Como muchos ex clientes de Bankia a la fuerza, tiene una pesadilla recurrente: sueña que se quedan con su dinero por la noche y no se lo van a devolver. Y la culpa de todo la tiene una tarjeta blanca, un fantasma a punto de extinguirse; una reliquia por la que no pagaba ningún tipo de comisión que CaixaBank quiere aniquilar. La famosa tarjeta de débito blanca de Bankia.
Fernanda sabe que sufre cierta paranoia irracional con la última fusión que se ha llevado a cabo, la que ha enterrado por completo los colores, los diseños corporativos y un pedazo de la historia de España. La fusión con Caixabank. ¿Cómo empezó este minicalvario? Por culpa de una tarjeta medio rota de débito, que solo funcionaba cuando quería. Fernanda llevaba meses pidiendo un cambio, pero los empleados de su oficina de Bankia se lo desaconsejaron. Le dijeron que iba a tardar meses, y con la fusión en marcha más le convenía conservarla.
El problema es que la perdió un día, después de aquel fatídico 11 de noviembre, y pidió su reemplazo. Nadie sabe dónde se encuentra. A su domicilio no ha llegado, ni está en su oficina habitual. Desde hace un mes no puede disponer de su propio dinero a menos que llegue tarde al trabajo y se persone en la oficina a primera hora de la mañana, siempre hasta las once que es el horario al que se cierran las cajas. Pidió cita con el banco, y ha tenido que renunciar a la preciada reliquia.
Los clientes de Bankia son sometidos a incómodos interrogatorios para actualizar los datos
No ha tenido más remedio que sacarse la tarjeta de crédito y débito Mycard, y no por gusto. Ha tardado dos día en llegar. ¿Cómo la consiguieron convencer tan fácilmente? Le dijeron que los 36 euros que penalizaban la posesión de esta tarjeta no iban a entrar en vigor hasta bien entrada la primavera del 2022. La empleada de Caixa le aconsejó que se olvidara de ella, que la MyCard, de color azul marino, tenía muchas ventajas. Antes de que se diera cuenta ya estaba firmando en una tableta sin saber cuáles eran las condiciones de la nueva tarjeta. Pero cuando reflexionó ya era demasiado tarde. La empleada ya había dado la orden, tras hacerle algunas preguntas que Fernanda consideró privadas y fuera de lugar sobre su actual trabajo, tipo de contrato, ingresos, etc.… Por supuesto, la orden se podía anular. Pero la empleada simplemente cumple instrucciones de la dirección de Caixabank.
¿Y a qué venían tantas preguntas? Se trata, según fuentes del sector, de un mero trámite, de la actualización de unos datos, pero como no se hacen mediante formulario, como reclama el banco de España, la sensación que produce el interrogatorio por una persona extraña no transmite precisamente confianza.
Pero lo que es peor es que nadie la informara de que la nueva tarjeta, Mycard, no es ni una tarjeta de crédito propiamente dicha ni una de débito sino un extraño producto que debita cada dos días, con un límite en ocasiones mucho más bajo que el que tenía con las tarjetas de Bankia. Y que ella no es una cliente de primera como los de Caixabank de toda la vida, los méritos para que no le cobren comisiones en el futuro tendrá que demostrarlos.
Algo similar le ocurrió a Pedro, otro cliente de una oficina situada en el centro de Madrid. Su tarjeta caducaba y le dijeron que no tenía otro remedio que hacerse una nueva de Caixabank. La blanca, le dijeron, era muy cara y ya no valía para nada. Era mentira, nadie le dijo que hasta el año que viene no empezaría a pagar por ella… solo recurriendo a su gestor y poniendo una queja consiguió que se la devolvieran.
Pedro está dispuesto a pagar 36 euros de por vida por varios motivos, y es que la extraña tarjeta de débito crédito que ofrece La Caixa es gratis, pero solo “por ahora”. Y tal vez no le quede más remedio que pasar por el aro. Otros usuarios con los que ha hablado Escudo Digital no pueden operar con su tarjeta de débito de Bankia porque no funciona, misteriosamente.
Hay casos más sangrantes, y casualmente, todos los protagonizan usuarios de Bankia. Hace unos días, Luis, un joven que guardaba una de las largas colas matutinas que se forman en una oficina de Bankia se juraba a sí mismo que iba a quemar la entidad bancaria si no dejaban de quitarle todos los días un euro de su cuenta. No conseguía bloquearla por teléfono ni desde el banco online. Le obligaron a presentarse en la oficina.
Fue a las nueve y media de la mañana a la sucursal, y le dieron las diez y las once como en la canción de Sabina, pero en versión matutina. La cajera, en una antigua oficina de Bankia con la mitad de los empleados, ayudaba a mujeres octogenarias a manejar el cajero. "No se trata de no querer aprender a manejar la tecnología. La artrosis y el bastón retrasan los movimientos sobre el panel y a veces se anula la operación por falta de agilidad en los dedos", se quejaba alguna de estas.
Al final atendieron a Luis, le bloquearon de inmediato la cuenta, pero no le prometieron que fueran a devolverle el dinero. Hace tiempo que CaixaBank no corre con algunos quebrantos cuando se trata de phishing, y había que dilucidar lo ocurrido. La solución pudieron habérsela dado por teléfono, y le dijeron que se pasara por el Cuartel de la Guardia Civil a presentar una denuncia. Las pesquisas dilucidarán si es un phishing a plazos, si ha sido un error, un robo o un cobro de comisiones.
El riesgo de las Fintech que intentan sacar tajada de los errores de CaixaBank
Ante este panorama, y a sabiendas de que el usuario de CaixaBank no ha perdido ninguna ventaja con la absorción, muchos son los clientes que están retirando cantidades de dinero todos los días, para dejarlos en su casa o ingresarlos en otra entidad; eso sí, poco a poco, para no ser acusados de estar blanqueando dinero. ¿Qué otra salida tienen? Sin tarjeta no pueden operar, y hay quien desconfía del Bizum. Por ley los bancos están obligados a informar si se retiran más de 2.000 euros. Nuestra sociedad está absolutamente bancarizada, y los recibos tienen que domiciliarse en algún sitio. No se puede vivir sin un banco, y parece que no queda otra que irnos acostumbrando a situaciones ridículas, como le ocurrió a otra joven cliente de Bankia que fue a solucionar un problema de su tarjeta. Había que actualizar las condiciones del contrato y la hicieron un cuestionario que, entre otras, incluía preguntas como si había políticos en su familia.
De momento, la fusión se ha saldado con más de 6.000 puestos de trabajo perdidos. No ha sido un ERE, han sido despidos, afirman los perjudicados. Según fuentes sindicales, no solo los clientes de Bankia son tratados como de segunda. Lo mismo les ocurre a los trabajadores. No ha sido una fusión, sino una absorción, y los indios conquistados por el gigante bancario no están estabulados en una reserva, pero no pueden aspirar a progresar en un banco en el que estarán en inferioridad de condiciones.
Las largas colas de los ancianos que tienen que pedir hora, como en otras muchas entidades bancarias, impresionan, pero no son los únicos desprotegidos en esta fusión. Según fuentes de Caixabank, a este banco no le interesan determinados clientes de Bankia, y no les importa que se produzca una criba con el tan traído y llevado asunto de las tarjetas. No existe, nos explican, ningún tipo de fobia hacia las personas mayores siempre que tengan, si es posible, mucho dinero.
El joven desempleado, sin apenas ingresos; el cliente con problemas para pagar la hipoteca, así como el anciano que no mueve sus escasos euros, son los que sobran, los que no van a comprar productos, ni seguros. Para ellos las comisiones van a ser altísimas… pero una mala publicidad puede ser nefasta para Caixa. Además, hay decenas de Fintech acechando, dispuestas a sacar ventaja de la situación.
Fernanda no ha tenido tiempo de despedirse del cajero que le atendía y le preguntaba por sus hijos todos los días en su sucursal de Bankia de confianza. Ahora tiene una tarjeta que odia, y a lo Escarlata O’ Hará ha puesto a Dios por testigo que a poquitos o de golpe, se va a llevar el dinero a otro banco donde no se sienta como una ciudadana de segunda tras no poder mantener su producto tras la fusión de los dos bancos.