Este pasado lunes se ha conocido un nuevo intento de golpe de Estado en Burkina Faso. Las autoridades militares, que curiosamente también llegaron al poder mediante un golpe de Estado, afirmaron haber "frustrado" una tentativa de desestabilización del Estado. La sensación es que existe una profunda división dentro del ejército, y en el país ya se empieza hablar del inicio del declive del capitán Ibrahim Traoré.
A continuación, analizamos el inquietante panorama que se dibuja en Burkina Faso a partir del testimonio que hemos recabado de Samir Moussa, fuente local con un conocimiento detallado la situación.
¿Un intento de golpe de Estado más?
El 21 de abril de 2025, el ministro de Seguridad de Burkina Faso, Mahamadou Sana, reveló en un discurso televisado que tanto soldados activos como retirados habrían conspirado con grupos terroristas para lanzar un ataque, la semana anterior, contra el palacio presidencial. Según explicó, los servicios de inteligencia habían descubierto el ataque, que se trataba de un amplio complot orquestado desde Abiyán (Costa de Marfil) contra el gobierno burkinés.
Además, el ministro lanzó una acusación de gran calado al afirmar que el ejército del país colabora con grupos terroristas armados, proporcionándoles información sensible sobre las posiciones de las tropas gubernamentales para facilitar los ataques.
Cabe recordar que este es el último intento de golpe de Estado en Burkina Faso de una serie de presuntas maniobras para destituir al líder de la junta, que asumió el poder el 6 de octubre de 2022 en medio de un aumento de los ataques yihadistas y tras el golpe de Estado del 30 de septiembre del mismo año.
Esta acusación del ministro Sana tiene consecuencias especialmente delicadas, ya que suponen una denuncia directa por parte del gobierno burkinés sobre una supuesta complicidad entre sus propios soldados y el enemigo, un acto que constituye alta traición. Con ello, se abre una ruptura entre la cúpula del Estado y las fuerzas armadas nacionales. Y puede dar la impresión de que, al señalar a su ejército, el gobierno intenta exculparse de todos sus fracasos en el contexto de una situación desesperada.
En 2024, el capitán Ibrahim Traoré ya llamó a consultas a sus diplomáticos destinados en Abiyán, alegando que la capital marfileña albergaba un "centro de operaciones" dedicado a desestabilizar Burkina Faso. Las sospechas son persistentes, aunque no están respaldada por ninguna prueba material ni pista concluyente. La población y el ejército, irritados por las falsas promesas y cansados de las grotescas invenciones, han dejado de creer en las versiones oficiales, y menos aún en las permanentes teorías conspirativas.
Desde su llegada al poder, el capitán Traoré ha llevado a cabo una purga sin precedentes dentro del ejército, centrada principalmente en los oficiales superiores. Todas las figuras clave –con experiencia demostrada o que contaban con el respeto de las tropas–, han sido perseguidos, acosados, arrestados, marginados, obligados al exilio o directamente eliminados. Esta purga, destinada a eliminar cualquier amenaza potencial o cortar de raíz cualquier intento de levantamiento, ha decapitado el ejército, despojándolo de sus fuerzas vitales. Como consecuencia, las fuerzas armadas se encuentran debilitadas e indefensas frente al azote del terrorismo.
La lista de oficiales arrestados, prófugos o procesados da cuenta de la magnitud de esta depuración, que ha resultado fatal para el ejército. Además, a esta lista, ya de por sí muy larga, hay que añadir un centenar de suboficiales y soldados, conocidos por su valentía, de los que no se tienen noticias. Presumiblemente, habrían sido arrestados, ejecutados o simplemente han desaparecido.
Actualmente, el ejército está comandado por oficiales subalternos carentes de cualificación y verdadera capacidad, sumisos y sometidos a una disciplina impuesta, completamente leales a Traoré y financiados por los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP). Esta fuerza armada, heterogénea y desorientada, sin alma ni timón, es incapaz de hacer frente a la amenaza del terrorismo yihadista.
Con este panorama, el 20 de abril de 2025 se produjeron paros y movimientos de malestar en varios cuarteles del país. Los soldados expresaron con contundencia su descontento. Al día siguiente, la ola de protestas y quejas se intensificó y se extendió a otras guarniciones. La tensión aumentó en los cuarteles de las regiones norte, este y sur, especialmente en Kaya y Ouahigouya. La junta se enfrenta así a un desafío abierto y creciente.
Desde el 21 de abril, en Uagadugú se ha desplegado un dispositivo de seguridad sin precedentes, supuestamente con fines disuasorios, que incluye controles reforzados en las carreteras y patrullas constantes. También se ha intensificado la presencia militar en torno a enclaves estratégicos, como el Palacio Koulouba y otras instituciones clave. Este despliegue masivo, lejos de transmitir tranquilidad, delata el pánico de un régimen que teme ser derrocado y percibe un levantamiento inminente. Un temor comprensible, dado el profundo distanciamiento entre el capitán Traoré y unas fuerzas armadas desilusionadas y exasperadas.
Desde la independencia de los países africanos, se han registrado 109 golpes de Estado exitosos. Solo cuatro de ellos fueron encabezados por oficiales subalternos: el capitán Thomas Sankara (Burkina Faso, 1983), el teniente Yahya Jammeh (Gambia, 1994), el capitán Valentine Strasser (Sierra Leona, 1992) y el capitán Moussa Dadis Camara (Guinea, 2008).
Casi todos estos procesos desembocaron en purgas internas, abusos autoritarios y un final abrupto. Y ninguno de los oficiales logró establecer un poder duradero. Cabe recordar que, pese a su férrea depuración del sistema, Sankara fue asesinado en 1987 por sus propios compañeros del ejército.
¿El fin de Traoré?
El capitán Ibrahim Traoré parece seguir el mismo camino que algunos de sus predecesores, aunque en un escenario considerablemente más peligroso. A diferencia de 1983, cuando Thomas Sankara operaba que no había entrado en guerra, en 2025 Burkina Faso está a merced de grupos yihadistas como Jama'at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM), que controlan casi la mitad del territorio nacional. El capitán Ibrahim Traoré se comprometió a erradicar el terrorismo en un plazo de seis meses. Sin embargo, dos años después, el país está bajo el control de los yihadistas, que dominan el este, el norte, el centro-norte y el centro-este del país, y están a tan solo 100 kilómetros de la capital, Uagadugú.
Mientras Traoré acusa a su propio ejército de colaborar con los terroristas, las posiciones militares burkinesas siguen cayendo una tras otra ante los ataques del JNIM. El 21 de abril de 2025, la localidad de Bilanga, en la región Oriental, fue blanco de una ofensiva especialmente violenta. Un vídeo difundido en redes sociales muestra a los atacantes del JNIM llegando en vehículos de la Guardia Nacional de Níger, probablemente confiscados durante operaciones recientes en el país. También se observa que cientos de motocicletas, presumiblemente obtenidas en las mismas condiciones, formaban parte del convoy. Varios Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP) fueron asesinados y el material militar pesado quedó reducido a cenizas. Esta embestida pone de manifiesto la creciente capacidad ofensiva de los grupos terroristas, que refuerzan su arsenal con armas y municiones incautadas a los ejércitos de la Alianza de Estados del Sahel (AES), en pleno proceso de descomposición.
La sucesión de ataques forma parte de una estrategia calculada por parte del JNIM: explotar la evidente fragilidad del ejército burkinés, desmoralizado y desorganizado, para avanzar hacia la capital. Por su parte, Traoré, en lugar de apoyar a su ejército y ponerlo en orden de batalla, proporcionándole los medios necesarios para contrarrestar las ofensivas de los grupos terroristas armados, continúa ordenando la detención de oficiales en la línea del frente. Su obsesión por neutralizar a sus propias tropas, acusadas injustamente de traición, priva al ejército de los líderes que más necesita para sostener la defensa. Los soldados, abandonados a su suerte, deciden huir del combate, dejando el terreno libre a los yihadistas.
Traoré ha optado por dividir el ejército en lugar de cohesionarlo. Lo ha desmantelado al apartar a sus mejores hombres, todos víctimas de persecuciones. Se ha aferrado a conspiraciones infundadas como pretexto para ejecutar purgas sistemáticas. Pero el pueblo burkinés está al límite de su paciencia.
De esta forma, el capitán ha perdido tanto el control de su ejército como el respaldo popular. Sus alianzas con Rusia y los países de la AES no tienen ningún impacto significativo. Pese a las reuniones con Vladimir Putin y los rumores sobre la presencia del grupo Wagner, la situación en materia de seguridad continúa deteriorándose.
La retirada de las tropas francesas en 2023, proclamada como un acto de soberanía, no ha generado los efectos esperados. La disputa diplomática con Costa de Marfil, alimentada por declaraciones provocadoras y acusaciones infundadas, están aislando al país de un vecino valioso. Las reformas de corte populista, como la nacionalización de las minas de oro o el rechazo a los préstamos del FMI, tampoco han ofrecido soluciones a los problemas estructurales del país. Cerca de dos millones de desplazados internos y 36.000 refugiados viven en terribles condiciones.
Burkina Faso parece encaminarse hacia un nuevo giro. La población está agotada de tantos excesos autoritarios y del fracaso absoluto en la lucha contra el terrorismo yihadista. El pueblo burkinés aspira a recuperar su libertad, sus derechos y vivir en paz, lejos de la amenaza terrorista. El ejército, harto y humillado, se revuelve contra su líder y se prepara para vengar su honor. Todo apunta a un nuevo intento de golpe de Estado. Incluso se habla de un inminente movimiento coordinado para tomar Uagadugú y derrocar a Traoré.
Ni Putin, ni Goïta, ni Tchiani podrán salvar al soldado Traoré. Para su pueblo, es ya un hombre acabado.