Mucho se ha especulado sobre si la actual crisis en torno a Ucrania puede suponer el impulso definitivo para la defensa europea, pero bien pudiera ocurrir todo lo contrario, que se convierta en un freno para la misma, resultado que sin duda está incentivando Vladimir Putin, experto en avivar las diferencias en el seno de la Unión Europea.
Como primera razón para dudar de la capacidad de la actual situación regional para estimular un avance en la defensa europea podemos señalar que se mantienen intactos los principales hándicaps que han entorpecido el desarrollo de la política de seguridad y defensa común, a saber: la inclinación atlantista de ciertos miembros de la UE, como Holanda, República Checa, Polonia o los Países Bálticos; la neutralidad de otros, como Austria, Irlanda o Suecia; y su propia rigidez institucional, con la toma de decisiones por unanimidad y la renuencia al uso de la fuerza que caracteriza a la Unión.
En segundo lugar, tampoco las actuales coaliciones de gobierno en diversos países propician un gran avance, como bien demuestra nuestro propio Ejecutivo, y que en el caso alemán alcanza el paroxismo con un SPD contemporizando claramente para no ver perjudicado su apoyo popular en caso de un corte energético ruso, con los liberales del FDP inclinados totalmente hacia Washington y unos Verdes que se oponen a todo uso ofensivo de la fuerza. En otros casos, es el ciclo electoral el que puede marcar las decisiones futuras, como sucede en Italia y Francia.
En tercer lugar, puede que, como ya sucedió con la disolución de la ex Yugoslavia durante la década de 1990, el conflicto en Ucrania avive las diferencias entre los socios europeos. Sobre todo, los miembros del Este, que son los que padecen de forma directa la presión rusa, podrían no entender una postura más conciliatoria por parte de otros miembros de la unión, sintiéndose así obligados a fiar su futuro, no en su pertenencia a la UE, sino principalmente a la OTAN. Precisamente, la relación con la OTAN es otra de las variables a tener en cuenta en el desarrollo de la defensa europea, pues respecto a Estados Unidos, una postura autónoma de la UE puede incluso provocar un distanciamiento estadounidense de la Alianza Atlántica, si desde Washington se percibe que no está siendo apoyado lo suficiente por sus aliados europeos, tal y como ya es criticada la reciente iniciativa de Emmanuel Macron por dotar a la UE de una voz independiente en la actual crisis. De hecho, son muchas las voces, tanto en América como en Europa, que denuncian el intento francés por instrumentalizar a su favor el desarrollo de la defensa europea, máxime tras la salida del Reino Unido de la UE, cuando el verdadero desequilibrio se produce en Berlín, cuya dimensión militar palidece en comparación a su peso económico y político dentro de la UE.
En todo caso, en un conflicto con Rusia la dependencia respecto a Estados Unidos y la OTAN sería absoluta, por lo que tampoco tiene mucho sentido hablar de independencia real de Europa en los términos en los que lo hace Francia. Si en la intervención de 2011 en Libia ya quedó en evidencia la dependencia europea de las capacidades estadounidenses, sobre todo en lo relativo a logística y a labores de inteligencia, qué no sucedería a la hora de repeler una ofensiva rusa en Ucrania. Nos guste o no, los europeos hemos vivido demasiado tiempo a espaldas del mundo allende nuestras fronteras, ensimismados en nuestro proyecto posmoderno gracias al escudo protector de Estados Unidos, y ahora que Putin nos recuerda que hay regiones que viven aún según la descarnada dialéctica del poder, es mucho lo que nos queda por recorrer y muy poco el tiempo disponible.
Solo se me ocurre un escenario favorable para el desarrollo de la defensa europea. Si la disuasión tiene éxito y Putin renuncia a la invasión para buscar una salida negociada, puede que, entonces, el conjunto de los europeos comprendamos la necesidad del músculo militar para, no solo respaldar su diplomacia, sino también para defender su desarrollo.
Europa haría bien en dejar a un lado el cortoplacismo en la elaboración de su política exterior, una política que sin el componente defensivo podría ser fácilmente silenciada.