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Opinión

La Cuarta Revolución Industrial: el desafío de adaptarse a un cambio que redefinirá la arquitectura de seguridad internacional

Capitán del Ejército del Aire (Excedencia) y Doctor en Derecho constitucional por la Universidad Carlos III de Madrid.

La Cuarta Revolución Industrial está marcando un cambio de época que transformará profundamente los sistemas económicos, políticos y la arquitectura de seguridad internacional. Impulsada por avances como la inteligencia artificial, la robótica avanzada, el internet de las cosas, la biotecnología y la digitalización masiva, esta revolución tecnológica redefinirá las relaciones humanas, laborales y de poder. La seguridad global, en sus fundamentos y mecanismos, se encuentra en plena reconfiguración. Este fenómeno exige una capacidad de adaptación sin precedentes para evitar que las fracturas sociales, económicas y tecnológicas deriven en tensiones regionales o conflictos de gran magnitud.

La historia demuestra que la incapacidad de adaptación a revoluciones anteriores, como sucedió durante la Segunda Revolución Industrial, provocó tensiones que culminaron en las dos grandes guerras. Hoy enfrentamos desafíos similares en un contexto global aún más complejo: el orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial parece haber colapsado, mientras emerge un mundo multipolar marcado por el deterioro del multilateralismo y la crisis de las instituciones tradicionales.

La obtención de energía será un factor esencial en esta transformación. Pasaremos de la fisión nuclear a la fusión, mientras el hidrógeno líquido liderará la transición hacia nuevas formas de obtención de energía. Paralelamente, el ecosistema de criptomonedas está revolucionando las finanzas internacionales, con el potencial de sustituir sistemas tradicionales como SWIFT en los pagos transfronterizos, ofreciendo alternativas más rápidas y eficientes. Véase, a modo de ejemplo, el sistema de pagos Ripple (Global Payments & Financial Solutions for Businesses).

El gran desafío será establecer marcos jurídicos que regulen tecnologías como la inteligencia artificial y las criptomonedas, mitigando riesgos éticos, sociales y económicos. Este cambio de paradigma requiere un liderazgo firme y estrategias claras que impulsen la innovación y fortalezcan las capacidades de las naciones para enfrentar los retos de un mundo en constante transformación.

Lecciones de la Segunda Revolución Industrial 

La Segunda Revolución Industrial, desarrollada entre finales del siglo XIX y principios del XX, transformó el mundo de manera profunda. Introdujo avances como la electrificación, la producción en masa y nuevas tecnologías aplicadas al transporte y la comunicación. Sin embargo, estas innovaciones, lejos de proporcionar un equilibrio global, evidenciaron una marcada incapacidad de las naciones para adaptarse a los cambios que estas transformaciones trajeron consigo. El resultado fue una serie de tensiones crecientes que desembocaron en los conflictos más devastadores de la historia moderna: la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Este desarrollo industrial produjo profundas desigualdades entre las potencias emergentes y las naciones que quedaron rezagadas en el proceso de industrialización. Países como Alemania, Japón y Estados Unidos se consolidaron como grandes potencias económicas, mientras que otras naciones, especialmente en Europa del Este y Asia, se vieron relegadas a papeles secundarios en la economía internacional. Esto generó tensiones económicas que alimentaron la competencia por el control de los recursos y los mercados.

Alemania, en particular, experimentó un desarrollo industrial sin precedentes, pero también sufrió una sensación de aislamiento económico y político frente a las potencias ya consolidadas como el Reino Unido y Francia. Esta pugna por el acceso a recursos y mercados internacionales fue uno de los detonantes de las rivalidades que culminaron en la Primera Guerra Mundial.

La Segunda Revolución Industrial también transformó la forma en que las naciones concebían la guerra. La industrialización permitió la producción en serie de armas más avanzadas y destructivas, como ametralladoras, artillería pesada y buques de guerra. El período previo a la Primera Guerra Mundial fue testigo de una importante provisión de arsenales militares, lo que fomentó una política de alianzas basada en la preparación para un conflicto inevitable. La industrialización, en lugar de promover la estabilidad, amplificó las tensiones y facilitó la escalada de un conflicto de implicaciones internacionales.

El análisis de la Segunda Revolución Industrial y sus consecuencias nos ofrece lecciones esenciales para comprender los desafíos de esta Cuarta Revolución Industrial. Al igual que en aquel período, estamos viviendo un cambio vertiginoso que está generando profundas transformaciones.

Europa se encuentra en un momento decisivo de su historia. En medio de un mundo multipolar, donde el equilibrio de poder se redefine constantemente, la Unión Europea debe decidir qué papel quiere desempeñar en el escenario internacional. La pregunta no es menor: ¿seguirá siendo un actor irrelevante en el plano internacional dependiente de la visión de Estados Unidos, o asumirá un papel de liderazgo estratégico que la coloque como un actor global? La respuesta a esta cuestión marcará el futuro del continente en las próximas décadas.

En este estado de cosas, la exigencia planteada por la futura administración de Trump a los países europeos para que incrementen su inversión en defensa al 2% del PIB, en línea con los compromisos asumidos en la Cumbre de la OTAN celebrada en Cardiff, Gales, en 2014, debería ser vista como una oportunidad histórica.

Este esfuerzo no solo permitiría atender las crecientes demandas de seguridad en un contexto de inestabilidad geopolítica, sino que también abriría la puerta a un mayor protagonismo de Europa en las decisiones estratégicas de la Alianza Atlántica. Hasta ahora, Europa ha estado en gran medida subordinada a los intereses de Estados Unidos dentro de la OTAN, cuyos objetivos estratégicos no siempre coinciden con los propios. Sin embargo, un compromiso financiero y militar más sólido podría transformar esta dinámica, otorgando a los europeos una capacidad clave para influir en las prioridades de la organización. Empero, para convertirse en un actor estratégico, Europa necesita una hoja de ruta clara que defina sus objetivos estratégicos.

La guerra en Ucrania ha evidenciado que la seguridad en el continente europeo no puede darse por sentada. Europa debe fortalecer su capacidad de disuasión y defensa, pero también avanzar en la prevención de conflictos mediante una política exterior más firme y cohesionada.

Sin embargo, los desafíos no se limitan únicamente al ámbito militar. El continente enfrenta riesgos asociados a la inestabilidad en el Sahel, la situación en Oriente Próximo, especialmente en Siria, la crisis energética y la dependencia tecnológica. La definición de una estrategia que abarque todos estos aspectos resulta esencial para garantizar que Europa no solo responda a las amenazas inmediatas, sino que también refuerce su capacidad de resistencia ante futuros desafíos.

Uno de los conceptos que ha cobrado mayor relevancia en los últimos años es el de soberanía estratégica. Para que Europa pueda decidir su propio destino sin depender excesivamente de terceros, es imprescindible fortalecer su capacidad de acción en todos los ámbitos. Esto incluye no solo la defensa, sino también la energía, la tecnología y la economía.

La reduccion de la dependencia de recursos externos debe ser una prioridad. La soberanía energética no solo es una cuestión económica, sino también de seguridad estratégica.

En el ámbito tecnológico, la dependencia de empresas extranjeras en sectores críticos, como los semiconductores o la inteligencia artificial, representa una amenaza directa para la soberanía europea. Invertir en investigación y desarrollo será esencial para garantizar que Europa no solo consuma tecnología, sino que también la desarrolle y lidere en un entorno excesivamente competitivo.

El futuro de Europa dependerá de su capacidad para asumir las responsabilidades que derivan de su peso económico, cultural y político. La inversión en defensa y el fortalecimiento de su papel en la OTAN debería ser tan solo el comienzo. Lo que realmente determinará el éxito del continente será su capacidad para articular una visión estratégica coherente, basada en sus valores e intereses. Europa tiene ante sí una oportunidad única de decidir qué quiere ser mayor y convertirse en un actor estratégico relevante en la escena internacional.