Los acontecimientos de este 3 de noviembre de 2024 en Paiporta, Valencia, han sido toda una gran lección para la clase política española, por un lado, y en menor medida, para nuestra Monarquía, quien debe tomar nota por si puede y tiene algo que decir dentro de los márgenes que nuestro marco constitucional le confiere.
Se estaba visualizando desde mucho antes que nuestros políticos, absortos en su torre ebúrnea, solo tenían tiempo para quererse a sí mismos y olvidaban el mandato constitucional a que obligan las urnas: trabajar por el bien común de todos. Muchos de nuestros políticos se alejaban paulatinamente de sus bases de votantes y se introducían poco a poco, en una burbuja esquizoide al margen de las prioridades de la ciudadanía.
En los últimos años, la clase política ha ido acumulando un considerable número de indicadores que venían a decir a los observadores perspicaces que el prestigio social de muchos de nuestros políticos correlacionaba negativamente con su cuota de poder gubernamental. Tenían mucho más poder que prestigio social, una relación inversa nada salubre. Era ostensible y se podía evidenciar que el prestigio y respeto social entre los ciudadanos de estos políticos decaía y se visualizaba en los abucheos, silbidos, griteríos, insultos y acciones de repulsa, cuando se dejaban ver en la calle, en actos y ceremonias públicas.
Y es cosa manifiesta, por ejemplo, que muchos políticos han adquirido un cierto temor a la calle, a lo público, que difícilmente se exponen a salir sin protección o sin un plan de evitación de contacto social. En cualquier caso, eso no habla mal de la ciudadanía, en realidad habla mal de estos políticos porque ellos son la causa última de su impopularidad, creando ocultas heridas que las malas políticas generan entre los ciudadanos.
Todo lo anterior se ha venido avisando y denunciando con especial intensidad, por periodistas, articulistas, sociólogos, psicólogos y comentaristas políticos de las diversas sensibilidades, pero ha sido principalmente perceptible para los medios conservadores y de derechas, más próximos a los ciudadanos afectados por aquellas políticas tan calculadamente alejadas del interés general.
Debe hacerse un paréntesis, opino yo, sobre los medios progresistas y del nacionalismo periférico, ya que ellos, estaban y siguen, viviendo encantados en este aquelarre hispanófobo que dirige nuestro presidente de Gobierno, ejemplo de ambición, arrogancia y menosprecio sobre sus antagonistas. Además, su modelo de gestión está creando escuela, en la forma de prescindir del Parlamento, gobernar para sus intereses y estar desquebrajando la igualdad entre los españoles en pro de su proyecto político adánico e insolidario.
No se puede decir que todos los políticos sean iguales, no. Pero ciertos políticos llevan ignorando a los territorios que se escapan de su influencia política desde que accedieron al poder de la Nación, hasta tal punto, que no se les respeta ni apoya como la Constitución exige. Esto no puede ser y ha saltado la DANA de los olvidados y relegados, cuyo pecado es no estar representados en esa mayoría parlamentaria que gobierna España en nombre del “progreso social”.
Esta esquizofrenia calculada tiene su máxima expresión en el caso de nuestro actual Gobierno, sus líderes y aliados parlamentarios que se han estado empeñando para gobernar de forma especial para su media España, obviando políticamente los intereses de la otra media.
El pueblo, los damnificados por la DANA de Valencia en la localidad de Paiporta, han desarrollado su DANA particular contra los políticos que les gobiernan, ya sea por incompetencia, o porque ellos consideraron que les estaban obviando, en el caso del Gobierno nacional, cuando estaban realizando una visita a la zona afectada.
La comitiva real, presidente de Gobierno y autonómico sufrieron el abucheo, seguido del lanzamiento de piedras, barro y palos, como una respuesta desde el hastío, pura reactividad, brusca, violenta y, por tanto, condenable siempre sin contemplaciones. Pero se ha dado sobre la existencia de unos posos de acumulado hartazgo colectivo. Pura catarsis psicológica para quienes se sienten indefensos y lo que es peor, burlados y menospreciados. No son justificables ni defendibles estas reacciones, pero no proceden ex nihilo, vienen provocadas por la petulancia, la soberbia y la incompetencia de aquellos políticos que creen que una mayoría parlamentaria lo puede todo.
Podrán crear leyes injustas, saltarse un reglamento, despilfarrar nuestros impuestos, pero deben en adelante meditar sobre lo que han hecho hasta ahora y tomar en consideración el sentimiento ciudadano. El rostro cabizbajo y humillado de ese político que huía cuando el pueblo le ha dicho lo que piensa, sin modales, eso sí, debe ser motivo de reflexión y enmienda. También los ciudadanos deben erradicar, y no repetir bajo ningún concepto, toda forma de violencia.
Quizás sea el momento para recordar que si todos hubieran hecho juego limpio y cumplido con su deber, como era lo esperable, tal vez las cosas no hubieran llegado a este punto. En el supuesto anterior, posiblemente, las pérdidas de vidas humanas habrían sido menores.
El pueblo que puso las víctimas ha hablado legítimamente, con ira, pero todos debemos escucharle como un homenaje de respeto a sus fallecidos. Que los políticos tomen nota ya, que mientras tanto sólo nos queda elevar nuestras oraciones o guardar un respetuoso silencio por aquellos que se llevó esta terrible catástrofe.