Se conoce de manera fehaciente cuál es la reacción casi estándar de los humanos cuando reciben noticias de extrema gravedad que amenazan su salud o su vida y tienen que afrontarlas como una realidad ineludible de su futuro inmediato. Esta reacción también puede hacerse extensible a situaciones donde se produce la pérdida de algo o alguien importante para nosotros.
La reacción recibe el nombre de duelo psicológico y supone un proceso de cinco etapas que deben superar los humanos hasta conseguir su confrontación emocional y cuya detallada descripción se debe a la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004). Esta psiquiatra fue una experta en estudiar el comportamiento de los humanos en fase terminal y concluyó los 5 estados que resumimos a continuación:
1. Negación: La negación de la pérdida es una reacción que se produce de forma muy habitual inmediatamente después de ésta, con frecuencia aparejada a un estado de shock o embotamiento emocional e incluso cognitivo.
2. Ira: El fin de la negación va asociado a sentimientos de frustración y de impotencia con respecto a la propia capacidad de modificar las consecuencias de la pérdida. Dicha frustración conlleva a su vez la aparición de enfado y de ira, como sucede en general y no sólo durante el duelo.
3. Negociación: En la fase de negociación la persona guarda la esperanza de que nada cambie y de que puede influir de algún modo en la situación.
4. Depresión: En este periodo la persona empieza a asumir de forma definitiva la realidad de la pérdida, y ello genera sentimientos de tristeza y de desesperanza.
5. Aceptación: Después de las fases de negación, ira, negociación y depresión llega la aceptación de la pérdida y la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos naturales en la vida humana.
La importancia del modelo de Kübler-Ross sobre el duelo puede ser aplicada con absoluto rigor a las situaciones que tienen que soportar ciertos ciudadanos ante las expectativas de sufrir una pérdida muy dolorosa, consecuencia directa de la acción de la clase política sobre la sociedad civil.
No me considero muy desencaminado si afirmo que en estos momentos somos muchos los españoles que estamos asistiendo estupefactos al acontecimiento bochornoso e inusitado de cómo los políticos de la izquierda progresista nos van a infligir una pérdida irreparable que afecta a nuestra autoestima ciudadana de tener la esperanza de poder gozar en un futuro inmediato en nuestro país, de la garantía de una legalidad constitucional, una igualdad jurídica y de unas libertades democráticas iguales para todos, sin excepción.
Los políticos piensan que sus decisiones no tienen impacto psicológico en los ciudadanos, que nos da igual, pero se equivocan. Sus decisiones pueden ser una importante fuente de estrés, como es el síndrome que acompaña a la crisis del duelo. Como observador tanto de lo político como de lo psicológico, pocas veces he visto tanta gente corriente vivenciando la situación política actual, como una crisis de pérdida de derechos y de identidad nacional que pueda asociarse con una situación de duelo psicológico. Hoy, con el sanchismo, hay ciudadanos que sufren por estas cuestiones políticas. ¿La razón? Intuyen que estamos ante un momento de pérdida de algo importante.
¿Puede alguien imaginarse los costes emocionales de este duelo psicológico que estamos atravesando muchos españoles ante la indiferencia casi psicopática de los políticos que se están beneficiando de las iniciativas de nuestro actual presidente? Pues ese coste psicológico lo está sufriendo buena parte de nuestra ciudadanía.
No estamos ante una cuestión banal de diferencias doctrinales, subir o bajar impuestos, estamos ante algo más grave, la violación flagrante de la ley en beneficio de unas minorías que desprecian las normas jurídicas que no hemos dado todos. Estamos ante un golpe de estado encubierto y la gente lo sabe, de ahí su indignación y su miedo al futuro.
A lo mejor como buen marxista, el líder político responsable de este atropello calificará sus planes como mejora de la convivencia, redención política, progresismo social, etc. Pero hay personas a quienes les “duele España” al margen de cuestiones doctrinales, que sufren psicológicamente por esta arbitrariedad suya, desde la certeza de saber que se está asistiendo a una pérdida importante, consecuencia, en este caso, de la impostura despótica de amnistías, tratos discriminatorios por comunidades, desprecio por la separación de poderes, etc.
Ya sea a nivel estrictamente individual o incluso colectivo, ello supone una crisis de duelo que necesitaría apoyo terapéutico, cuyos efectos inmediatos serían:
- Reacciones de negación, shock e incredulidad, confusión, sorpresa y hasta una parálisis temporal por lo que está pasando.
- Después vendrá la Ira y el enfado por el engaño de estas decisiones, que repercutirán en reacciones ciudadanas de malestar, produciendo protestas, agitación en las redes sociales, manifestaciones y acciones de legítima crítica y repulsa.
- Emerge más tarde la negociación con nosotros mismos, en la espera de que lo peor no ocurra, por fuer de alguna intervención inesperada. ¿Podrán otros políticos sensatos atenuar este exceso personalista de un autócrata?
- A continuación, reacciones depresivas, superables por supuesto, pero no exentas de alteraciones en el sueño, calidad de vida, etc. ¿les preocupa esta situación insana de muchos ciudadanos a la progresía? En absoluto, ellos piensan en exclusiva en su superioridad moral. ¿Empatía ciudadana? Cero.
- Y finalmente, llegará la aceptación resignada ante tanto abuso, pero nada definitiva, ya que, si no hay desistimiento, la resistencia activa o pasiva continuará. Pero habrá que esperar a nuevas elecciones para obtener resultados.
Si cuando hablamos de salud pública, ante catástrofes, bienestar social, etc., solicitamos atención psicológica, entonces, ¿cuántos psicólogos o psiquiatras harían falta ahora para hacer terapia que ayude a afrontar la crisis de duelo colectivo de los disidentes del sanchismo?
Creo que no hay consciencia de los costes psicológicos que provocan en la ciudadanía algunas decisiones políticas, aunque se invoque a las pretendidas bonanzas progresistas. Hay catástrofes naturales que atraen el interés de la Psicología, pero también hay catástrofes políticas que no son menos dolorosas. Esta es hoy la situación de una multitud de españoles.
No solo el terrorismo crea traumas psicológicos, también ciertas decisiones políticas estresantes que afectan a la psicología colectiva de los ciudadanos. Lo podemos ver en estos días. Lo importante, lo verdaderamente lamentable, es que tanto shock, tanta ira, tanta negociación falaz, tanta depresión y tanta aceptación forzosa, afecta a nuestra salud psicológica individual y colectiva.
Es previsible que esta situación genere un resentimiento, un rencor y un rechazo predecible, contra estos políticos represores. Difícil evaluar sus consecuencias. Los disidentes, entre los que me incluyo, apostaremos exclusivamente por vías democráticas, que es la mejor forma de combatir este duelo psicológico generado por un déspota nada ilustrado.
Una cuestión es clara, pase lo que pase, la máxima responsabilidad será de aquellos políticos que, estando advertidos de su deslealtad a la máxima norma jurídica de nuestro país, la han arrinconado, obviado y traicionado, enfrentándose con ello a la racionalidad.
En política no vale todo. El futuro hablará, sin duda, y las urnas tarde o temprano harán justicia con un resarcimiento ante estos duelos evitables. Ya podemos concluir que, las malas políticas las pagan psicológicamente los buenos ciudadanos, que soportan ansiedades y tensiones emocionales cuya última explicación la tienen políticos sin escrúpulos.