Opinión

El efecto Streisand de Pedro Sánchez

Editor de Escudo Digital

Estos últimos días hemos vivido con una mezcla de asombro, incredulidad, preocupación, estupor, indignación y casi vergüenza ajena, la deriva del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, hacia métodos y gestos que estamos acostumbrados a ver entre mandatarios que siempre vinculamos a repúblicas bananeras (sí, tristemente, hay declaraciones y actos que nos recuerdan mucho a las ya propias de Venezuela o Cuba) pero nunca en regímenes democráticos como el que creíamos disfrutábamos en España. 

Sea cual sea la ideología del Gobierno y medios de comunicación, el consenso en Europa es pleno al vincular estas actitudes a regímenes muy populistas y personalismos en democracias poco serias. La más suave descripción -pero seguramente de las más dolorosas para Pedro Sánchez- es la del Economist, que le tilda del “King dramma” a nuestro narcisista, oportunista y estrambótico presidente. 

El estupor inicial de lo que parecía una pataleta, reto o medida de presión infantil y ridícula, acaparó inmediatamente la atención plena de medios de comunicación y ciudadanos en nuestro país, dejando de lado cualquier otra cuestión, como la importante campaña catalana, ante lo inédito del escenario que ha planteado no a sus compañeros de Gobierno o de partido o al mismísimo parlamento, sino a la sociedad y la ciudadanía en general. 

Al margen de lo chocante que es que un presidente de un gobierno democrático se declare “en huelga” cuatro días, hay un trasfondo mucho peor: el pulso o intento de control directo y absoluto sobre la justicia y sobre los medios de comunicación críticos y democráticos, exigiendo inmunidad para su mujer y él mismo si hiciera falta, algo que no habíamos visto ni imaginado en la Europa democrática en la que nos situamos.

Las habituales presiones visibles e invisibles de los políticos a jueces y periodistas han dado un paso más tan grave como injustificable: Sánchez se hace pasar por víctima de una persecución que casi nadie -excepto los muy afiliados socialistas y los voceros que firman manifiestos a medida- cree, para intentar parar cualquier investigación en los medios de comunicación todavía independientes o procedimiento legal en los juzgados sobre las presuntas malas prácticas o tráfico de influencias ejercidos por su mujer aprovechando el poder directo e indirecto de Pedro Sánchez en su mandato como presidente.

Esta infame y peligrosa reacción, muy meditada, como muestra su carta, no es un calentón” o simple improvisación. Llama la atención su lenguaje totalmente plano, de una simpleza más que llamativa (comas a destiempo por todos los lados), y una forma de construir las ideas sobre una sintaxis absolutamente adolescente, de alguien mucho menos que poco leído. Todo resulta extraño en la forma y el contenido. 

Con un objetivo obvio de apoyo de medios  y periodistas de su órbita, ministros y su propio partido, entendible porque se juegan mucho dinero y poder, y la previsible movilización de acólitos, tan propia del régimen cubano, venezolano o de los más fanáticos del trumpismo en el Capitolio o de Putin en Rusia, queda claro que este paso le va a generar un efecto Streisand de libro, se abra o no la investigación judicial y se vaya o se aferre a su cargo, como ha venido haciendo todos estos años.

Por si alguien lo desconoce, el efecto Streisand es un claro intento de censura o encubrimiento de cierta información que se convierte en un fracaso y termina siendo contraproducente, ya que esta acaba siendo ampliamente divulgada o reconocida, de modo que recibe mayor visibilidad de la que hubiera tenido si no se la hubiese pretendido acallar, como es el caso. Gracias a esta estrategia plebiscitaria de Pedro Sánchez, no hay ya gobierno mundial y diría yo que ciudadano del planeta tierra, que no tenga ya amplio conocimiento de las prácticas lícitas o no de Begoña Gómez, la mujer del presidente. 

Dejando al margen la idoneidad de Manos Limpias, o Hazte Oír como organizaciones denunciantes y el recorrido de ese tipo de procedimientos que solo puede determinar una justicia sobre la que se intenta influir y manipular, no debemos olvidar que el presidente, el gobierno y su familia tienen unas exigencias éticas muy por encima de lo legal y que la sobrerreacción de Sánchez revela una preocupación y un miedo que le delatan y justifican más que nunca seguir adelante para esclarecer toda la verdad.

Lo peor de todo no es si el dimite o no, ni la movilización totalitaria propia de Corea del Norte o de su exsocio Pablo Iglesias y Podemos, sino el ataque a las libertades más básicas desde el propio Gobierno, tratando de frenar la independencia de contrapoderes básicos en cualquier democracia, como lo son la prensa libre y la justicia. 

Y tampoco se trata de la supervivencia del resiliente Pedro y sus números de circo o de alternancia política, sino de que respeten mínimamente a los ciudadanos, a nuestro sistema, a nuestra inteligencia y a nuestra dignidad. Nos jugamos mucho; la propia supervivencia de una Democracia que ha costado mucho sufrimiento sacarla adelante para ponerla ahora en peligro.

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