La Europa de la Defensa es una iniciativa que surgió ante las carencias de la UE en materia de seguridad en un mundo en cambio constante. No solo se trata de la pandemia provocada por el COVID-19, sino de un entorno internacional dominado por la competición estratégica entre grandes potencias tras el debilitamiento de la hegemonía estadounidense. Con China y Rusia postulándose como modelos alternativos y Estados Unidos inmerso en una crisis de identidad, la UE ha asumido que su papel como actor global depende de poder asegurar su propia seguridad.
Pero en el horizonte comunitario emergen dos problemas principales relacionados con su ansiada autonomía estratégica. El primero es que muchos ven en la Europa de la Defensa la herramienta con la que Francia pretende liderar los esfuerzos comunitarios en materia de seguridad para amoldarlos a sus intereses. Visión que puede reforzarse con la reciente crisis provocada por la firma, sin previo aviso, del pacto de defensa entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS por sus siglas en inglés), exacerbando así el debate interno entre europeístas y atlantistas.
El segundo problema viene dado por la falta de una cultura estratégica compartida. La Europa de la Defensa depende en mayor grado de la cooperación y sincronía entre Francia y Alemania, dos países que desde el final de la II Guerra Mundial se han distanciado en el plano estratégico a medida que se acercaban en el político y económico. Mientras Francia ha luchado por mantener su estatus de potencia mundial con una política exterior y de defensa activa globalmente, Alemania se ha centrado en recuperar su imagen internacional presentándose como un país pacífico y de confianza de la mano de un desarrollo industrial sin parangón en toda Europa. El precio a pagar ha sido muy alto por ambos países, el aislamiento francés dentro del bando aliado en numerosas ocasiones por su obsesión por mantener su autonomía frente a Estados Unidos, y la dependencia alemana del paraguas de seguridad estadounidense ante su renuencia a asumir sus responsabilidades en materia de defensa.
En la teoría, mientras ambos países se muestran firmes defensores de una UE autónoma capaz de desplegar una política exterior que sirva a sus principios e intereses, en la práctica esa defensa se interpreta de forma diferente. Así, si en Libia fueron Francia y Reino Unido quienes lideraron las operaciones para salvaguardar a la población civil de los desmanes de Muamar el Gadafi, Alemania se opuso frontalmente a una intervención en la que nunca creyó.
Semejante divergencia estratégica puede aumentar bajo el nuevo gobierno que surja de las recientes elecciones alemanas. Dados los resultados de los comicios, lo más probable es que surja la denominada coalición semáforo, formada por el partido vencedor, los socialdemócratas de Olaf Scholz, los Verdes de Annalena Baerbock y los liberales del FDP liderados por Christian Lindner. Por tanto, para anticipar cuál será la política exterior del próximo gobierno tricolor alemán y su efecto sobre la Europa de la defensa, debemos hacer un repaso a las propuestas de las tres formaciones en la materia.
Socialistas y verdes, una vez que estos últimos han abandonado su radicalismo inicial para convertirse en un partido de clase media urbana, comparten una visión muy similar de lo que debe ser la política exterior alemana, y en concreto la Europa de la defensa. Ambos partidos abogan por una política exterior y de seguridad activa y auténticamente europea, pero eso sí, lejos de implicar intervencionismo exterior alguno, su visión se basa en la defensa de la paz, los derechos humanos, la protección del clima y el medio ambiente, una globalización justa y un orden mundial cooperativo basado en reglas, con especial énfasis en la erradicación de los arsenales nucleares y la aplicación de una perspectiva de género y feminista. Es decir, una estrategia de la defensa claramente soft en contraposición a los requerimientos estratégicos que Francia demanda a los países miembros de la Unión. Incluso los Verdes son contrarios a aplicar a su país la cuota del 2% en gastos de defensa que exige Estados Unidos a sus aliados de la OTAN.
Por parte de los liberales tampoco pueden esperar buenas noticias en el Elíseo. En su programa electoral no se hace mención alguna a las iniciativas europeas de defensa, mientras se definen categóricamente como “transatlánticos acérrimos”, y viendo en la OTAN la garantía de su seguridad en el futuro, abogan por actualizar su concepto estratégico para tratar con la República Popular China, así como la cooperación entre la OTAN y los estados socios democráticos en la región del Indo-Pacífico.
Por tanto, bajo el nuevo gobierno alemán, si finalmente se da la opción más probable, no se pueden esperar grandes avances en la Europa de la defensa, salvo el mantenimiento de los acuerdos actuales y nuevas formas de cooperación estructurada. Pero mientras Europa camina lentamente hacia su autonomía estratégica, el mundo corre precipitadamente hacia un nuevo orden, y cuando acabe la música puede que ya no quede silla libre donde sentarse.
Por Pedro Francisco Ramos Josa, profesor del Máster Universitario en Política Exterior de la Universidad Internacional de Valencia - VIU.