Opinión

La guerra y la cultura de defensa

Coronel de Ejército de Tierra en situación de Reserva

A lo largo de la historia las guerras han enfrentado siempre a los seres humanos entre sí causando destrucción y desolación entre las poblaciones y frenando el progreso de sus sociedades. Cuando fatalmente se han declarado, las guerras han incidido en la evolución de la humanidad suponiendo un elemento regresivo para su desarrollo cultural que por lo general ha sufrido consecuencias dramáticas. Sin embargo, a pesar de que hoy en día, muchos analistas consideran que los términos guerra y cultura son antagónicos, el concepto de cultura de defensa aflora en las sociedades modernas como un tibio intento de explicar la justificación que el derecho a la guerra otorga a cualquier Estado para su supervivencia.

Sin embargo, es difícil negar que la cultura de la guerra ha sido una más entre los ámbitos del conocimiento humano. Tal y como el profesor Keegan (1934-2012) enseñó en la Academia Militar de Sandhurst (Reino Unido), los conflictos bélicos son, en cierta manera, hábitos culturales arraigados de distinta forma en los pueblos, llegando a afirmar en su obra maestra Historia de la Guerra (1993) que «la guerra es, entre otras cosas, la perpetuación de la cultura por sus propios medios». La historia está repleta de ejemplos de guerras necesarias y asumidas por sus contendientes. Desde las cultas civilizaciones de Grecia y Roma hasta las modernas democracias occidentales, el uso de la guerra como herramienta de la acción del Estado se ha mantenido dentro de la legalidad que sustenta sus bases.

Por ello, también a lo largo de la historia las sociedades han entendido igualmente la inexorabilidad de la guerra como último recurso para defender su propia supervivencia. Cuando así ocurría, los Ejércitos asumían el protagonismo y la responsabilidad de la defensa de sus conciudadanos. Desde tiempos remotos las naciones se han identificado con sus Ejércitos averiguándolos necesarios cuando se amenazaba la integridad de sus ciudadanos o de sus intereses vitales.

Sin embargo, han sido las propias sociedades, occidentales, las que en épocas recientes redujeron drásticamente sus Ejércitos argumentando que las amenazas militares habían desparecido. Las mismas sociedades que debieron reinventar a sus Fuerzas Armadas con misiones que poco tenían que ver con su génesis y su necesidad y que encontraron en las operaciones de paz (qué contradicción) una ocasión para mantener sus capacidades militares menguantes.

Ahora cuando la guerra se recrudece de nuevo a las puertas de la vieja Europa, las sociedades se debaten sobre los mecanismos más eficaces para recuperar una conciencia de defensa que sus ciudadanos perdieron, en el mejor de los casos, tras la caída del muro de Berlín como consecuencia de un mal cálculo en la desaparición de los tradicionales enemigos tangibles y simétricos. De esa forma, algunas de ellas que han percibido los nuevos riesgos de una manera más directa se apresuran a ingresar en organizaciones defensivas abandonando incluso sus tesis pacifistas (tal es el caso de Suecia y Finlandia) y poniendo su “proa” en la reimplementación del servicio militar en el caso de Suecia y en su permanencia, en el de Finlandia.

Otras, quizás más naifs, siguen pensando que la recuperación de la conciencia de defensa de sus sociedades debe basarse en la potenciación de campañas y eslóganes sociales que mentalicen al ciudadano sobre una mayor necesidad de inversión en asuntos de defensa y el conocimiento de sus Fuerzas Armadas. Es la parte sustancial de lo que se ha venido a denominar la cultura de defensa, paradigma de algunas sociedades occidentales que se autoimponen para convencerse de que la necesidad de la defensa es necesaria para la supervivencia del Estado. Pero eso no es la solución sin más. Al menos en mi opinión, en España mi país.

No se trata de reeditar La Nación en Armas del siglo XIX sino despertar en el ciudadano aquellos valores que atesora en su interior y que puestos en práctica constituyen la auténtica columna vertebral que cualquier comunidad que se precie debe poseer. Si tal y como proclama la Constitución, nuestro país propugna valores como la libertad, la justicia y la igualdad, su defensa debe estar asumida y defendida hasta las últimas consecuencias por el conjunto de toda la sociedad para las futuras generaciones. ¿Estaría dispuesta el conjunto de la sociedad española a un sacrifico similar al que actualmente está llevando a cabo la ucraniana en defensa de su continuidad como nación libre e independiente?. Ahí está una de las claves de la conciencia de defensa de una nación.

Es el peligro de la sociedad de consumo y del estado del bienestar que de alguna manera nos llevan a postular por una serie de valores que sustentan la identidad nacional (llámese de la comunidad si se quiere) brillan por su ausencia y de los que el Estado abdica en su responsabilidad educativa a sus conciudadanos. En ese estadio, la sociedad deja de percibir los riesgos y las amenazas a su propia existencia y es cuando aparece la necesidad de remover las conciencias identitarias con campañas de fomento de la Defensa.

¿Pero promover la defensa asumiendo que forma parte de la cultura de un país es acertado?. Eso parece expresar la ley del asunto, la LO 5/2005 de Defensa Nacional que, en su último artículo, el 31, establece que “El Ministerio de Defensa promoverá el desarrollo de la cultura de defensa con la finalidad de que la sociedad española conozca, valore y se identifique con su historia y con el esfuerzo solidario y efectivo mediante el que las Fuerzas Armadas salvaguardan los intereses nacionales. Asimismo, el resto de los poderes públicos contribuirán al logro de este fin.” Pero la realidad parece ser diferente.

La historia de España está llena de ejemplos de esfuerzo “solidario y efectivo” de sus Fuerzas Armadas para defender los intereses patrios. Desde la Reconquista hasta los recientes compromisos en apoyo a la crisis ucraniana, los militares han estado ahí cumpliendo con su compromiso de defender a España y, últimamente, muchos de los valores de la civilización occidental basada en el humanismo cristiano.  Sin embargo, sus historias apenas han sido contadas y hoy en día asistimos a una especie de “cordón sanitario” en asuntos de defensa que sin duda afecta a esa promoción de su cultura que proclama la ley.

Sin ser exhaustivos, aunque conocedores de la crítica situación que atraviesa la enseñanza de la historia de nuestro país, de sus contiendas, de sus conflictos y de sus guerras desde que España es España,  lo que sin duda influye a diario en la difusión de la cultura de defensa entre los españoles (de acuerdo a los ámbitos que establece la ley) es la actual política de comunicación e información sobre lo que en asuntos de Defensa se hace que, en mi opinión, es más bien escasa en términos de difusión mediática a escala adecuada.

En estos momentos en los que el esfuerzo en Defensa está volcado en el apoyo a Ucrania, para un ciudadano medio es muy difícil conocer la auténtica dimensión de su alcance. Se está perdiendo una preciosa oportunidad de fomento de la cultura de defensa al no explicar profusamente el esfuerzo que nuestro país está llevando a cabo en apoyo a Ucrania en su guerra contra Rusia. Parece que por el simple hecho de que Ucrania esté en guerra, cualquier apoyo que se la preste se debe hacer de la manera más discreta posible y sin levantar grandes titulares de prensa más allá de los medios especializados en el asunto. ¿Acaso lo realizado no forma parte de un “esfuerzo solidario y efectivo mediante el que las Fuerzas Armadas salvaguardan los intereses nacionales” tal y como proclama la ley?

Lamentablemente, el historiador Keegan nos dejó en 2012, justo cuando el mundo se convulsionaba con la Primavera Árabe y la reelección de Obama que provocaron el recrudecimiento de la inestabilidad a nivel global. Hechos que probablemente reafirmaron las tesis de Keegan sobre la guerra como hábito humano al igual que las tradiciones y costumbres del pasado que nunca se ha visto libre de luchas encarnizadas y enfrentamientos entre tribus, pueblos o civilizaciones. Hechos que probablemente sus alumnos de la Academia Militar de Sandhurst (homologa de nuestra Academia General Militar de Zaragoza) aprendieron a la perfección.

Asumir la cultura de la guerra como elemento de conocimiento de las sociedades es del todo necesario. Es incluso vital. El conflicto militar en cualquiera de sus formas no nos puede sorprender y lo que es más importante, es necesario que la sociedad española conozca de primera mano la fatalidad y las consecuencias que una guerra puede provocar y sobre todo estar preparada para su contingencia. No olvidemos: “Si vis pacem parabellum”. *

 

(*) La frase a veces se atribuye a Julio César, pero realmente pertenece a Publio Flavio Vegecio Renato, escritor romano del siglo IV. Vegecio no fue militar, sino una personalidad célebre de la época, muy cercano al emperador Graciano. Parece ser que la frase originalmente fue «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum» (“quien deseara la paz, se debiera preparar para la guerra”) de su manuscrito Epitoma Rei Militaris.