El conflicto entre Rusia y Ucrania ha alcanzado un nuevo y preocupante hito. Por primera vez desde el inicio de la guerra, Ucrania ha utilizado misiles de largo alcance ATACMS, con un rango máximo de acción de 300 kilómetros, suministrados por Estados Unidos, para atacar territorio de la Federación Rusa. Este paso ha llevado a Vladimir Putin a firmar un decreto, anunciado previamente en el mes de septiembre, que modifica la doctrina nuclear rusa y amplía las condiciones para el uso de armas tácticas nucleares, incluyendo respuestas a ataques convencionales respaldados por potencias nucleares. La tensión escala de manera alarmante, incrementando los riesgos de un conflicto directo entre la OTAN y Rusia. Esta situación introduce un inquietante nivel de incertidumbre sobre hasta dónde podría llegar esta espiral de escalada.
El pasado domingo 17 de noviembre, Estados Unidos autorizó a Ucrania a emplear estos misiles tierra-tierra contra objetivos en territorio ruso. Esta decisión fue una reacción a la incorporación de tropas norcoreanas a las filas rusas, aunque estas no han operado en territorio ucraniano, limitándose al Óblast de Kursk. Este hecho resalta la dimensión internacional del conflicto, dificultando aún más cualquier proceso de negociación o desescalada.
El ataque ucraniano, dirigido contra un arsenal militar en la región de Briansk, marca un punto de inflexión en la guerra. Según las autoridades rusas, cinco misiles fueron interceptados, pero uno alcanzó su objetivo, causando daños que Moscú describió como menores. Sin embargo, fuentes independientes sugieren que el impacto pudo ser más significativo. Esta acción cambia radicalmente las reglas del juego. Hasta este momento, Ucrania había restringido sus ataques a su propio territorio o a áreas ocupadas por Rusia. Cruzar la frontera rusa con misiles ATACMS abre un nuevo capítulo en esta guerra.
En paralelo, la decisión de Joe Biden, en sus últimos días como presidente, añade un elemento político delicado. Biden, en lugar de garantizar una transición estable, parece complicar el escenario geopolítico para Donald Trump, presidente electo. Trump ha prometido cerrar el conflicto en Ucrania lo antes posible mediante una solución negociada que implique concesiones territoriales mínimas. Su objetivo es liberar recursos para enfocarse en desafíos estratégicos más críticos, como la región Asia-Pacífico y la contención de la influencia creciente de Pekín.
Para Trump, el verdadero desafío no es Rusia, sino China. Su estrategia busca estabilizar Europa y Oriente Próximo, redirigiendo esfuerzos hacia Asia. Sin embargo, las decisiones recientes de Biden, lejos de facilitar esa transición, parecen dejar un campo minado tanto en Ucrania como en la relación con Rusia, complicando seriamente los planes del próximo inquilino de la Casa Blanca.
Esta escalada tiene además profundas implicaciones internacionales. El uso de misiles de largo alcance y la potencial respuesta rusa podrían desencadenar una confrontación directa entre Rusia y la OTAN. En Europa, el nerviosismo crece, especialmente en países próximos a Rusia como Suecia, Finlandia y las repúblicas bálticas, que ya toman medidas ante el temor de un ataque nuclear.
Con todo, Putin ha mostrado cierta disposición a negociar. Sin embargo, las condiciones para un alto el fuego parecen inalcanzables. Rusia insiste en mantener el control de los territorios ocupados y exige que Ucrania renuncie a unirse a la OTAN. Kyiv, por su parte, demanda la retirada completa de las tropas rusas como condición indispensable. La llegada de Trump el 20 de enero abrirá una ventana para la diplomacia, pero las presiones sobre el terreno y la dinámica internacional hacen que el tiempo juegue en contra.
Nos encontramos en un momento crítico. Cada movimiento parece empujar más al mundo hacia un punto de no retorno, mientras el margen para evitar una catástrofe se reduce día a día. La gran incógnita es si los mandatarios internacionales serán capaces de detener esta peligrosa espiral antes de que sea demasiado tarde.