Cada vez cuesta más poner un orden lógico en la cadena de decisiones y acontecimientos que van llevándonos de la pechera hacia los nuevos tiempos o, al menos, si aplicamos la lógica desde la que hace ya varios decenios nos enseñaron nuestros mayores a comprender la realidad. Que uno se quede instalado en el ayer, en una forma arcaica de mirar y de asimilar lo que le rodea, es un error que nadie se puede ni debe permitir; pero en estos últimos años el esfuerzo que nos vemos obligados a realizar constantemente para dar sentido y encontrarle sitio a tanta situación cambiante puede bloquear cualquier capacidad analítica. Quizá por eso ahora hayamos optado por dar un rápido vistazo de lo que nos rodea por medio del feed de la red social de turno.
Más allá de los innumerables pequeños saltos “evolutivos”, en la lista de cuestiones de difícil digestión mental encontramos muchas -demasiadas- de diferentes tamaños y colores, más altas y bajas, cómicas o trágicas, todas ellas sobrevolando desordenadamente el panorama de la realidad; y algunas, sin que lo sepamos, dibujando nuestro futuro mientras permanecen ocultas bajo la capa de otras que nos distraen con sus aires de importancia, empujándose entre sí a esa desenfrenada velocidad que las hace aún más indigeribles.
En esta sucesión de situaciones cambiantes hay algunas que merecen que las rescatemos de esta vorágine, nos sentemos frente a ellas y las desmenucemos aplicando cierto análisis tradicional, más que nada porque si se nos van de la mano se nos escaparán las riendas de nuestro futuro, y eso es algo que ni podemos ni debemos permitirnos como personas ni como ciudadanos.
El problema es que hay tantos frentes abiertos -y entre medias no pocos trampantojos- que resulta complicado fijar la atención en los lugares y momentos adecuados.
Un ejemplo fácil nos lo brinda el nuevo gobierno norteamericano, que, al menos de forma temporal, ha suspendido la prohibición de TikTok en Estados Unidos, decretada por el Congreso y avalada por el Tribunal Supremo. Visto este asunto de forma rápida en un timeline, no da para más de 10 segundos, pero si escarbamos un poco deberíamos sorprendernos de cómo una red social a la que durante años se ha considerado un peligro de seguridad nacional -ya desde tiempos del anterior mandato de Donald Trump- ha dejado de repente de serlo, al menos por ahora: o es un peligro para la seguridad, y no cabe retraso posible, o no lo es tanto y nos han estado mareando durante más de cuatro años para justificar el infructuoso pulso que se le ha echado a la china ByteDance durante este tiempo. Veremos cuáles son los siguientes pasos, aunque la suma de los nuevos acontecimientos, es decir, la presencia del CEO de TikTok, Shou Chew, en la toma de posesión del nuevo presidente -el apoyo de la red social a la candidatura republicana entre los votantes más jóvenes ha sido subrayado por los principales analistas del país- y el interés que ha mostrado Elon Musk, propietario de X como todos sabemos, por adquirir la parte del negocio que se deba poner a la venta en Estados Unidos, pudieran darnos algunas pistas sobre el camino que desea recorrer toda élite postmoderna: el control absoluto de nuestros datos.
Este es uno de los múltiples asuntos que nos exigen un plus de vigilancia “a la antigua usanza”, aunque lamentablemente hay tantos que solo de citar unos pocos me siento desbordado. Desde la preocupante evolución de distintas iniciativas alimentadas por una Inteligencia Artificial que corre mil veces más rápido que cualquier intento de comprenderla y de regularla, a ver cómo esta vieja Europa puede quedar atrapada entre el desinterés de Estados Unidos, el gigante chino y el imperialismo ruso, además de dar constantes muestras de su incapacidad para encontrar coherencia entre sus miembros y mucho menos para crear un ejército que ahuyente las malas ideas. O la certeza de cómo los líderes de la nueva ‘tecnocracia’ se han hecho mayores, de tal modo que lo que en su día fue rebeldía y pensamiento irreverente, hoy solo es megalomanía y arrogancia de las que se valen para cambiar unilateralmente las reglas del juego en el que participan millones de personas (‘usuarios’) o para lanzar una moneda al aire y decidir si en el campo de batalla ponen su red de satélites al servicio de unos o de otros contendientes.
Y hay muchas otras cuestiones ante las que no deberíamos sucumbir a la tentación de pasar página sin hacernos antes unas cuantas preguntas. Ese perdón a sus amigos e hijos con el que Joe Biden se ha despedido tampoco es anecdótico, como no lo son los intentos del histrión sudafricano de influir en las elecciones teutonas para regocijo del partido Alternativa para Alemania (AfD), dispuesto a reventar lo que queda en pie del proyecto europeo; y qué decir de la suerte de las mujeres afganas a las que hemos abandonado a su suerte en un régimen que ahora les prohíbe también cantar o asomarse por la ventana; esto último dice tanto de nosotros…
Países que abandonan el Tratado de París porque eso del cambio climático es una patraña; el enfado de un presidente norteamericano tras una “horrenda” llamada con la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, quien se niega a venderle Groenlandia; o un mundo en medio de una transformación digital que carece de plan b y en el que sus gurús cantan a los cuatro vientos que es inexpugnable a pesar de que los ciberdelincuentes se meten día sí y día también a tomar café en la cocina de los organismos que velan por nuestra seguridad. Crisis migratorias, nuevas formas de esclavitud, amenazas nucleares, pandemias, genocidios, guerras… Tenemos material más que de sobra para conectar las pocas neuronas que nos dejan libres nuestros smartphones o la deglución del último trozo de carne que nos lanzan a las fauces nuestros queridos políticos. Y sí, tenemos que hacerlo de forma más pausada, más reflexiva e inquisitiva de lo que acostumbramos aunque eso lleve más tiempo del que creemos que disponemos. Y debemos hacerlo así no por capricho o porque nadie nos lo diga, sino por el propio convencimiento de que muchos de estos acontecimientos y decisiones, que se entremezclan con bulos, fake news y otras intranscendencias varias, están modulando un nuevo futuro, un orden mundial que como ciudadanos tenemos la obligación de comprender si no queremos acabar siendo meros espectadores y disponer de, al menos, una oportunidad de controlarlo.