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Opinión

La seguridad en España: entre la percepción y la realidad

Comunicador y formador con casi cuatro décadas de experiencia. Diputado en las XIII y XIV legislaturas.

En los últimos meses, el debate sobre la seguridad en España ha ganado protagonismo, alimentado por eventos recientes, locales o internacionales, y con estadísticas que, pese a la ocultación oficial, muestras una realidad cambiante y más violenta. Fruto de todo ello, y pese a algunos intentos de ocultarlo, la percepción creciente es de inseguridad en las calles. Esta preocupación, aunque real, debe ser analizada desde dos perspectivas: la coyuntural y la estructural.

Factores coyunturales: el contexto estacional

El aumento de la alarma social se ha visto amplificado este verano por una serie de factores coyunturales. El verano, tradicionalmente una época de menor actividad mediática debido a las vacaciones se convierte en un caldo de cultivo para lo que en periodismo se conoce como "serpientes de verano". Estas historias, que adquieren mayor resonancia debido al vacío informativo, no siempre reflejan una crisis real, pero sí contribuyen a una percepción amplificada de los problemas. En lo negativo supone que un caso cope las noticias durante días. En lo positivo, aflora lo que en el día a día puede haber pasado desapercibido.

Por ejemplo, durante las vacaciones, con muchos periodistas experimentados ausentes y becarios al mando, el enfoque de las noticias puede perder precisión. También se reducen muchas de las barreras a ciertos temas que el establishment no desea que se desarrollen.

Por eso surgen casos en estos periodos, donde la cobertura mediática se centra en cuestiones que, en otras épocas, podrían pasar más desapercibidas.

Factores estructurales: la realidad subyacente

Más allá de lo coyuntural, existen problemas estructurales que alimentan esta sensación de inseguridad. Porque la inseguridad está ahí, es el elefante en los barrios y en las calles, que gobierno y medios no quieren que salten a la palestra. La percepción de la seguridad es, en gran medida, subjetiva y se ve influenciada por múltiples capas de interacción social y política.

Hay una conocida teoría, llamada del "no broken windows" o de “sin ventanas rotas”, que se busca el mantenimiento del orden en los espacios públicos, precisamente a través de las percepciones. Su actuación se centra incluso en elementos aparentemente menores como la reparación inmediata de ventanas rotas o la eliminación de los grafitis. Esta teoría sostiene que eliminar esos elementos iniciales de percepción de degradación acaban siendo cruciales para prevenir el aumento de la criminalidad y de la percepción de riesgo. Esta teoría sostiene que cuando un entorno está lleno de signos visibles de desorden y descuido, como vandalismo, se crea un ambiente que incita a la comisión de delitos más graves. Arreglando estas pequeñas infracciones, además de aumentando la percepción de presencia de seguridad, se envía un mensaje claro de que el cumplimiento de la ley es importante, lo que, en teoría, reduce la incidencia de delitos mayores y mejora la percepción de seguridad en la comunidad. Esta estrategia se aplicó en ciudades como Nueva York, donde se observó una notable disminución de la criminalidad tras su implementación en los años 90.

Si extrapolamos esta situación a la realidad que vivimos de aumento de la percepción de la inseguridad, podemos sostener que hay muchas “ventanas rotas” en España que conforman una situación de percepción, real, de una inseguridad creciente.

Sin ser exhaustivo, entre los elementos estructurales que debemos considerar para esta situación de ventanas rotas, se encuentran:

1. Las políticas y leyes laxas en la persecución de delitos

Las políticas públicas y las leyes actuales en muchos casos no son suficientemente estrictas para disuadir a los delincuentes. La sensación de impunidad, alimentada por una aplicación laxa de las normas en el momento que se cometen los primeros delitos, refuerza la percepción de inseguridad y alimenta un círculo vicioso donde los delitos menores no se persiguen con la diligencia necesaria, lo que deriva en un aumento de los delitos en su conjunto y de su gravedad.

2. La politización de los debates

Más allá de la legislación, la política y lo que dicen los políticos desempeña un papel crucial en cómo se aborda el tema de la seguridad. La politización de los debates sobre seguridad, en los que algunos no creen en la seguridad y perciben la aplicación de medidas de control como algo contra sus ideas, socava la existencia de un análisis profesional de lo que habría que hacer. Los actores políticos utilizan la inseguridad como arma arrojadiza, generando más confusión y alarma entre la población sin necesariamente ofrecer soluciones concretas, o precisamente aplicando medidas que aumentan la criminalidad. No solo eso, algunos partidos y políticos trabajan intensamente para que los datos reales sobre seguridad no afloren, o imponen desde los gobiernos mediciones distorsionadas para que los datos de seguridad estén alineados con sus posiciones e intereses políticos.

3. La violencia intrínseca en la sociedad

La violencia es un fenómeno que, por desgracia, siempre ha existido y sigue existiendo en ciertas partes de la sociedad, a pesar de los esfuerzos por erradicarla. Esta realidad ineludible debe ser reconocida, y las políticas de seguridad deben estar diseñadas para mitigar sus efectos de manera realista y efectiva. Paradójicamente, algunas posturas políticas están yendo en esta década a una exacerbación del mal absoluto, en una idea de que hay mucho más mal del que hay. Tan perniciosa es la negación del mal, como su exageración. En este caso porque se produce un efecto “Pedro y el Lobo” para con los casos de verdadero mal absoluto.

4. El "buenismo", que niega la existencia del mal

En contraste al hecho anterior, que la violencia existe siempre, hay un movimiento muy implantado en los grupos presuntamente “progresistas” e inspirado en la visión idealista de Rousseau sobre la bondad natural del ser humano. Este “buenismo” tiende a generar un enfoque indulgente hacia la criminalidad, bajo la creencia de que todas las personas, en esencia, no son malas, sino víctimas de circunstancias. Esta perspectiva no cree en las medidas estrictas de seguridad y relega el control del crimen a un segundo plano, bajo la suposición de que, con las condiciones adecuadas, el comportamiento antisocial desaparecerá por sí solo. Sin embargo, este enfoque ignora la realidad de que la maldad y la violencia existen intrínsecamente en algunos individuos, independientemente de su entorno. Al subestimar o incluso negar la existencia del mal, o incluso asociarlo a capas o posiciones en la sociedad- por ejemplo, los hombres frente a las mujeres- el buenismo tiende a desarmar a la sociedad frente a comportamientos delictivos individuales, creando un caldo de cultivo en el que la criminalidad puede florecer, precisamente porque las políticas no están diseñadas para contrarrestar de manera efectiva aquellos actos que no encajan en su visión optimista del ser humano.

5. Bandas y grupos basados en la violencia o el crimen

La existencia de bandas y grupos criminales que utilizan la violencia como su principal medio de cohesión y operación es otro factor estructural crítico. Estos grupos no solo perpetran delitos, sino que también crean un ambiente de temor y desconfianza en las comunidades, erosionando la sensación de seguridad. Su acceso a grandes cantidades de dinero en muchos casos, pero basando su actividad en los individuos peor insertados, hace que su actividad perfectamente dotada (submarinos, lanchas, material tecnológico, sistemas de información, ….) sean difícilmente confrontadas por elementos anticuados y sin presupuesto de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Si sumamos a muchos de estos casos el apoyo social por motivos étnicos o religiosos, se alcanzan las situaciones de las “no-go zones”, barrios donde la policía no puede ni actuar. Cuando los grupos organizados tienen más medios que los que los persiguen, acaban teniendo numerosas pequeñas “victorias” que acaban aportando a esa sensación acumulada de inseguridad.   Cuando la ciudadanía sabe que hay “calles por las que no se pasa” o “barrios a los que no se va”, el cerebro colectivo marca una situación conjunta de miedo que se extiende a toda una ciudad. Si cae un barrio, cae una ciudad.

6. La educación formal “mala”, que evita temas sobre actitudes cívicas

La educación formal juega un papel esencial en la formación de valores y conductas. Sin embargo, cuando evita tratar temas importantes como el cumplimiento de actitudes cívicas, contribuye a una sociedad menos preparada para enfrentar desafíos sociales, lo que puede llevar a un aumento de comportamientos incívicos y delictivos.

7. La “mala educación” y la pérdida del respeto interpersonal

En paralelo al vacio en la educación formal sobre temas cívicos y morales, nuestra sociedad está volviéndose más maleducada en el sentido de trato interpersonal. La creciente falta de respeto entre individuos, o la degradación de la calidad de las interacciones entre desconocidos ( sí, el tuteo a un policía o de un policía a un ciudadno, o la falta de respeto a las personas que prestan servicio)  es un problema evidente en la sociedad actual. Esta pérdida de las normas básicas de convivencia y cortesía puede degradar la interacción social, la imagen de los cuerpos uniformados y en el ámbito personal llevando a conflictos y, en última instancia, a la violencia.

8. Las modas que atraen actitudes violentas o glorifican el crimen

Las modas, especialmente entre los jóvenes, pueden influir significativamente en las actitudes y comportamientos. Cuando estas modas glorifican determinadas actitudes incívicas o directamente delictivas, cuando se fomentan actuaciones de riesgo (conducción temeraria, balconing, etc.), la violencia o hacen atractivo el crimen, pueden generar un aumento de la actividad delictiva o, al menos, de la aceptación social del comportamiento antisocial. La imitación y seguimiento de estas modas es la base de nuevos crímenes y criminales.

9. La cultura audiovisual que ensalza actitudes y personajes violentos o criminales

De forma parecida los medios audiovisuales, incluyendo películas, series y música, tienen un impacto considerable en la percepción pública. Cuando estos medios glorifican actitudes o a personajes violentos o criminales, contribuyen a normalizar estas conductas, afectando especialmente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Cuando un ciudadano tiene entre sus referentes culturales a criminales y delincuentes, y no a héroes y ejemplos de entrega, el efecto es inmediato.  A lo largo de la historia hemos visto que las civilizaciones acababan pareciéndose a los héroes que se glosaban en sus poemas épicos, en sus historias. Héroes y ejemplos que mostraban lo bueno y lo malo del ser humano, desde la ira de Aquiles a la inteligencia de Odisea, pero si solo tenemos Monipodios, “plata o plomo” y destripadores, tendremos imitación de esas conductas.  Evidentemente la creación cultural es libre, y en cierto modo reflejo de nuestra propia sociedad, pero en este huevo-gallina, hemos perdido al doctor Jekyll y nos quedamos solo con el señor Hyde de Stevenson.

10. La enfermedad mental y la falta de tratamiento adecuado

El tratamiento inadecuado de personas con enfermedades mentales, muchas de las cuales no están institucionalizadas y son dejadas al cuidado de sus pobres familias, sin medios ni apoyos, es otro factor de riesgo. Esto no solo es un problema para las familias afectadas, sino que también puede representar un riesgo para la sociedad en general cuando estos individuos no reciben la atención que necesitan.

11. El conflicto social fruto de migraciones y choques entre culturas

La convivencia de diferentes culturas y etnias en un mismo espacio puede generar tensiones y conflictos, especialmente cuando no se gestionan adecuadamente y se produce una llegada abrupta y masiva. Las migraciones descontroladas, combinadas con una falta de políticas preventivas y reguladoras de los flujos migratorios, pueden exacerbar estos problemas, contribuyendo a una sensación generalizada de inseguridad. Y como mínimo, generan los roces propios de los choques de culturas y religiones, siendo la base para que la población existente vea legítimamente vulnerada su tranquilidad. Aceptar la llegada masiva de miles de personas sin ocupación y sin intención de integrarse es el foco de conflictos, aunque no siente bien a algunos decirlo. Y no es lo mismo un inmigrante que ha pasado por numerosos controles, filtros y esfuerzos y con deseo de integrarse que quien llega a un país empezando con un primer acto ilegal de saltarse los controles.

12. El periodismo que exacerba temas para atraer audiencia

Los medios de comunicación, en su búsqueda por captar audiencia, a menudo exacerban determinados temas, creando una alarma social que no siempre está justificada.  Pero también ocultan y callan determinadas circunstancias que consideran “no deben conocerse”, lo que genera una importante desconfianza y tensión en las audiencias. Estas prácticas, aunque efectivas para generar interés o servir a los intereses que compran su agenda, distorsiona la realidad y contribuye a la percepción de inseguridad.

13. Los intereses no declarados de grupos y organizaciones que buscan generar confusión

Detrás de muchos de los debates sobre seguridad, existen intereses ocultos de grupos y organizaciones que buscan generar confusión o manipular la opinión pública para sus propios fines. Estos actores operan en las sombras, aprovechándose de las crisis para avanzar sus agendas. Y sí, hay enemigos de España influyendo en España para sus intereses exógenos. He querido separar aquí el “agenda setting” de los medios, que se alinea con esos intereses, porque es distinto en su efecto en la búsqueda de la audiencia antes mencionado. Es curioso, pero a veces la urgencia y audiencia pueden llevar a un medio a no cumplir su propia agenda, aunque a medio y largo plazo la que se impone es la agenda editorial.  Y, precisamente, en esta propia disonancia, los medios realizan verdaderas piruetas para mantener su propia imagen. Medios que en la urgencia despliegan docenas de periodistas para un caso, lo acallan pasados unos días si no va en su interés o pontifican sobre el propio tratamiento que las redes sociales le han dado, cuando ellos han sido parte de la precipitación o distorsión.

14. El “periodismo popular”

Una nueva forma de informarse que emerge en las redes sociales, a menudo se aleja de las normas y principios de control del periodismo tradicional, adoptando métodos que se asemejan más a un juicio sumario al estilo de "Lynch". En lugar de investigar y verificar rigurosamente los hechos, muchas veces se priorizan las emociones y las reacciones inmediatas de la audiencia, creando un entorno donde la verdad se sacrifica en favor del sensacionalismo y la viralidad. Este tipo de periodismo se basa en la indignación colectiva, fomentando respuestas rápidas y condenatorias sin el debido proceso ni el análisis crítico, lo que puede llevar a una "caza de brujas" digital. En este escenario, los rumores y las acusaciones sin fundamento se propagan con facilidad, destruyendo reputaciones y afectando vidas sin una adecuada consideración de las pruebas o la justicia, replicando en el ámbito virtual las dinámicas peligrosas de un linchamiento social.

15. La mera estupidez humana

Por último, si hacemos Navaja de Ockham, no debemos dejar fuera la explicación más sencilla: la estupidez. No todo el mundo actúa con inteligencia, y en muchos casos, los delitos o la nefasta gestión de las crisis de seguridad son producto de la simple estupidez. Y esa no podemos eliminarla.

 

La gran 'bola de nieve sucia'

Todos estos factores—desde la laxitud en la aplicación de las leyes, la politización del debate sobre la seguridad, la fobia a a control, la ausencia de medios para las policías, la violencia intrínseca en la sociedad, y la influencia de modas ymedios que glorifican el crimen, el impacto de políticas migratorias fallidas, hasta la falta de tratamiento adecuado de las enfermedades mentales y el periodismo sensacionalista, con el catalizador de las redes sociales—se entrelazan y refuerzan mutuamente, creando un efecto de "bola de nieve sucia". A medida que cada uno de estos elementos se suma e interactúa con los demás, la percepción y la realidad de la inseguridad se amplifican, generando un entorno en el que los problemas se agravan y multiplican. Paradójicamente la intención de algunos de acallar o silenciar la existencia de inseguridad, acaba llevando a dinámicas dónde la percepción de inseguridad aumenta y, al final, la propia violencia aumenta. Este fenómeno, que comienza con pequeños desajustes o descuidos, las pequeñas ventanas todas, termina por convertirse en una crisis más profunda y compleja, donde la suma de factores individuales produce un impacto mucho mayor y más dañino en la sociedad en su conjunto. Y sobre todo, no logra atajar los hechos delictivos y violentos, porque al mezclar todas las causas que hemos detallado en un solo debate, evita trabajar cada uno de los problemas que son origen o acelerador de la situación.

El rol de la política y los medios de comunicación

La situación de la bola de nieve se complica aún más con la influencia de las políticas públicas y la cobertura mediática. Porque igual que son poder, o se autocalifican de quinto poder, los políticos y los medios tienen una responsabilidad muy alta en todo lo anteriormente expuesto. Las malas políticas, a menudo guiadas por una visión buenista ya mencionada, han dejado a personas con enfermedades mentales fuera de instituciones adecuadas, lo que ha trasladado la carga a sus familiares y, en última instancia, a la sociedad en general. Experimentos sociales con los movimientos de población, sin una planificación y sin control, en lugares donde ya existían problemas subyacentes, son solo la oportunidad de crear nuevos conflictos que escalan con facilidad.  Y de esto son culpables los políticos, con la complicidad narrativa de los medios.

A nivel mediático, la cobertura de estos temas está teñida por intereses ideológicos, políticos y comerciales. La manipulación de la información para beneficiar a un lado del espectro político es una práctica que, lamentablemente, no es nueva. La historia del periodismo está llena de ejemplos de cómo las noticias han sido utilizadas como herramienta de poder, desde “crear” la guerra de 1898 entre Estados Unidos y España, hasta las recientes estrategias de comunicación que buscan explotar ciertos miedos para influir en la opinión pública para un mayor control de los poderes. Además, muchos medios trabajan al servicio de intereses partidistas o influenciados por el dinero público que riega el panorama de medios distorsionando la noble función del periodismo independiente que siguen tratando de vendernos medios y periodistas ya vendidos a ese dinero. La pulsión comercial de los medios no debe olvidarse, ya que las audiencias aportan un incentivo económico, perverso, que suele desbordar otros planteamientos profesionales. El periodismo de carnaza, que se nutre del sensacionalismo y la explotación de historias impactantes para captar la atención del público, ha estado siempore ahí, y si tienen que recordarlo , recurramos a la película "Luna Nueva" (1940), dirigida por Howard Hawks. Recordarán al personaje de Walter Burns, interpretado por Cary Grant, como resumen del simpatico y atractivo editor qie sin escrúpulos que manipula la información para vender más periódicos, sin preocuparse por las consecuencias morales de sus acciones. Burns, junto con su reportera Hildy Johnson, se centra más en la espectacularidad del caso que en la verdad, enredando a todos los involucrados en una red de engaños y manipulaciones. Este enfoque de "todo vale" para conseguir una exclusiva ha seguido vivo, pese a la falsa imagen que los medios quieren dar de si mismos, y ahora compite con el "periodismo popular" en redes sociales, donde la prioridad no es la veracidad ni la responsabilidad, sino el impacto emocional y la viralidad. Como en "Luna Nueva", este tipo de periodismo puede llevar a una distorsión de la realidad, creando narrativas que incitan al público a reaccionar visceralmente, muchas veces en detrimento de la justicia y la verdad, y más parecidas a un juicio popular al estilo de "Lynch" en un extremo, o acallando la realidad cuando entra en juego su servicio al poder que todo lo paga.

Conclusión: la necesidad de una respuesta inteligente

En este complejo escenario, es fundamental que los actores cívicos, políticos y sociales, actúen con inteligencia y prudencia. Es esencial que las respuestas no solo aborden los síntomas coyunturales de la inseguridad, sino que también enfrenten las causas estructurales de manera efectiva. La organización y la vigilancia personal, por cada ciudadano, y constante son claves para no caer en las trampas de la manipulación mediática o en la inacción frente a los problemas reales y graves que enfrenta la sociedad. Y tenemos que señalar y denunciar a los políticos que desprecian la seguridad, la manipulan, o los medios que les hacen el caldo gordo perfectamente sincronizados. Y si los políticos y medios no lo hacen, la sociedad civil puede hacerlo. Basta con que cada ciudadano aproveche esta efímera situación de altavoz público digital que vivimos, para contar la realidad, pero siendo escrupulosos con la verdad y la razón. 

En última instancia, la seguridad en España depende tanto de la percepción como de la realidad, y es responsabilidad de todos garantizar que la respuesta sea proporcional y basada en hechos, ni en miedos o intereses partidistas, pero tampoco en la ocultación, las narrativas orquestadas, el engaño o el experimento social constantes con nuestras vidas. Esto no es un juego ni una película, es la realidad que muchos viven cada día. Cuéntenla.