Siria atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Tras más de 13 años de un conflicto devastador, el país ha quedado profundamente transformado en lo político, social y territorial. A las heridas de una guerra civil devastadora civil que ha dejado entre 300.000 y 500.000 muertos se suman tensiones internacionales, el debilitamiento de actores estratégicos clave y un reajuste constante de las alianzas en Oriente Próximo. Este panorama se agrava con la inesperada caída del régimen de Bashar al-Ásad, que pone fin a más de cinco décadas de dominio de su dinastía e inaugura una etapa de incertidumbre y retos para el futuro de Siria.
La caída del régimen fue impulsada por la ofensiva de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), liderada por Ahmed Al-Sharaa, que logró tomar ciudades clave como Damasco y Homs en una operación fulminante. Con el régimen colapsado, Bashar al-Ásad y su familia buscaron refugio en Moscú, mientras las calles sirias se llenaban de celebraciones que reflejaban una esperanza contenida tras años de opresión. Sin embargo, este desenlace no se explica únicamente por la capacidad de combate de HTS. Factores como el profundo descontento por parte de la población tras años de conflicto, una crisis económica devastadora agravada por sanciones internacionales y la inacción de un ejército desgastado por la corrupción y la falta de liderazgo efectivo fueron determinantes.
El ejército sirio, que durante años resistió la presión de los rebeldes islamistas, mostró una alarmante pasividad durante esta ofensiva. Informaciones sugieren que algunos generales optaron deliberadamente por no plantar batalla, lo que apunta a posibles traiciones internas. Este hecho, sumado al desgaste acumulado por años de conflicto, debilitó significativamente la moral de las tropas. Las deplorables condiciones de vida dentro de las fuerzas armadas, donde muchos soldados afrontaban hambre y salarios insuficientes, agravaron esta situación. Paralelamente, las reuniones en Doha entre Rusia, Irán y Turquía habrían sellado el destino de Al-Ásad. La retirada del apoyo militar ruso, esencial para la supervivencia del régimen, marcó un punto de no retorno.
La postura de Rusia en este desenlace ha sido objeto de intensos análisis. Aunque Moscú fue durante años un aliado estratégico del régimen, en esta ocasión optó por no intervenir activamente, limitándose a proteger sus intereses en las bases de Tartus y Latakia. La ausencia de refuerzos significativos por parte de Irán y Hezbolá, debilitados por los enfrentamientos con Israel, permitió a HTS llenar rápidamente el vacío de poder. Turquía, por su parte, ha intensificado su intervención militar en el norte de Siria, consolidando su control sobre regiones como Manbij y aumentando las tensiones con las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), lideradas por los kurdos. Este escenario contribuye a la fragmentación territorial del país, dividido entre zonas controladas por kurdos, drusos, sunitas y otras facciones islamistas.
Estados Unidos, por su parte, ha intensificado sus operaciones militares en Siria, con bombardeos dirigidos a posiciones de Daesh para evitar que el grupo se reorganice en medio de la inestabilidad. Sin embargo, muchos analistas interpretan estas acciones como parte de una estrategia más amplia de la administración Biden para tensionar aún más la región y dificultar la gestión del conflicto a una futura administración de Donald Trump. Este enfoque, lejos de aportar estabilidad, podría prolongar la fragmentación y agravar los retos de una posible resolución.
La crisis humanitaria en Siria sigue siendo devastadora. Más de 13 millones de personas han sido desplazadas dentro y fuera del país, muchas de ellas viviendo en campamentos donde las condiciones son inhumanas. La falta de acceso a alimentos, agua y atención médica empeora esta situación, mientras las sanciones internacionales dificultan los esfuerzos de reconstrucción.
El control de HTS, traducido como Organización para la Liberación del Levante y filial de Al-Qaeda, representa un obstáculo significativo para una transición política. A pesar de sus promesas de moderación, HTS ya ha comenzado a imponer estrictas leyes basadas en la sharía, afectando gravemente a las minoría religiosas y étnicas.
Este escenario incrementa significativamente el riesgo de que Siria se convierta en un epicentro para el adiestramiento y la radicalización de yihadistas, alimentando redes terroristas capaces de desestabilizar no solo la región, sino también de expandir sus acciones a nivel internacional, especialmente hacia Europa. La proximidad geográfica podría facilitar la infiltración de células extremistas en territorio europeo, incrementando el peligro de atentados y comprometiendo gravemente la seguridad y la estabilidad del continente.
En este contexto, Israel ha intensificado sus actividades en los Altos del Golán, buscando reforzar su seguridad frente a un vecino cada vez más impredecible. Mientras tanto, potencias europeas como Alemania y Francia insisten en la necesidad de trabajar por la reconciliación y la reconstrucción como medidas para evitar un colapso total del Estado sirio. Sin embargo, los intereses cruzados entre actores globales como Estados Unidos, Rusia e Irán complican cualquier camino hacia una solución.