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Los vasos comunicantes entre violencia armada y hambre

El hambre en el mundo ha crecido exponencialmente en los últimos años. En simultáneo, también ha aumentado el número de conflictos bélicos.

Periodista

13 minutos

Concepto que relaciona el hambre con las guerras.

"A finales de 2021, había 282 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema. A finales de 2022, rondaba los 345 millones. 50 millones de personas pueden morir de hambre en este de 2023 si se sigue la trayectoria actual", son cifras que se recogen en el informe reciente de el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el proyecto de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que se encarga de la asistencia alimentaria global. La tendencia viene de largo: ya en 2021, la ONU alertaba de que el número de personas afectadas por el hambre era de 828 millones, lo que representaba un incremento de 150 millones desde el comienzo de la pandemia de COVID-19.

El caso es que el hambre en el mundo ha crecido exponencialmente en los últimos años. En simultáneo, también ha aumentado el número de conflictos bélicos. Con esas coordenadas, resulta pertinente señalar que, de acuerdo a un informe de la ONG Acción contra el hambre, la población mundial sufría en 2022  graves crisis alimentarias en siete países: Somalia, Sudán del Sur, Yemen, Afganistán, Haití, Nigeria y Burkina Faso. Todos ellos, afectados por conflictos o inseguridad prolongados.

Esta organización relaciona el preocupante resurgimiento del hambre en el mundo con el incremento del número y la intensidad de los conflictos armados, en los que se documenta el incumplimiento del derecho internacional humanitario (DIH) por las partes beligerantes, de las que la población civil es la principal víctima. 

Al drama que representan esas acciones violentas se une el hecho de que esos conflictos armados obstruyen gravemente el acceso a alimentos y servicios esenciales, de manera que las partes en conflicto utilizan el hambre como arma de guerra.

Otros efectos de los conflictos más generalizados son el impacto en los medios de subsistencia y la producción de alimentos. 

Luces y sombras de la ONU como faro de justicia para la Comunidad Humana 

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se creó el 24 de octubre de 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo principal de promover la paz, la seguridad internacional y la cooperación entre las naciones. Hoy día es la entidad planetaria de referencia para promover el desarrollo social, económico y humano a escala mundial. Aunque no falta quien la critica por su falta de eficacia y exceso de burocracia, así como por su falta de representatividad y la forma desequilibrada en la que administra su poder, lastres que se plasma en el hecho de que el Consejo de Seguridad está compuesto por cinco miembros permanentes con poder de veto (China, Francia, Reino Unido, Rusia y Estados Unidos), lo que algunos consideran como una distribución injusta del poder mundial. También se apunta el hecho de que, con bastante frecuencia, los intereses particulares de las naciones que la integran priman sobre el bien común de la Comunidad Internacional, al tiempo que se señala su falta de capacidad para proteger a los civiles en riesgo en los conflictos internacionales, así como cierta falta de rendición de cuentas y la gran dependencia financiera que tiene de los estados miembros que la conforman. Siendo todo eso cierto, no es menos verdad que hoy en día sus resoluciones marcan un faro de cordura, esperanza y autocrítica para la comunidad humana. 

Clave de la resolución 2417: agricultura sostenible para prever guerras 

En esa dirección funciona su papel como garante de los derechos humanos, la cooperación para el desarrollo y promoción de la salud global que queda de relieve en la resolución 2417, formulada en 2018, de la que a finales del mes de mayo se cumplieron cinco meses de vida. Este documento se centra en diseccionar la relación que existe entre el hambre y el conflicto armado. En concreto, el Consejo de Seguridad expresó su profunda preocupación por la situación en varias regiones del mundo donde la guerra y los conflictos prolongados están acentuando la inseguridad alimentaria y la falta de acceso a la ayuda humanitaria. La resolución también hace hincapié en la necesidad de respetar los principios humanitarios de imparcialidad, neutralidad e independencia en la entrega de asistencia humanitaria. Además, insta a todas las partes involucradas en los conflictos armados a cumplir con sus obligaciones bajo el derecho internacional humanitario y garantizar la protección de la población civil. 

Seguramente, una de las partes más reveladoras de esa resolución 2417 es aquella en la que se emplaza a los estados miembros de la ONU a tomar medidas para prevenir y poner fin al uso del hambre como arma de guerra. Para lograr tan encomiable objetivo se señala la necesidad de fomentar la agricultura sostenible, apoyar a los medios de vida rurales y promocionar la cooperación y la asistencia técnica en el ámbito agrícola.

Panorámica actual de conflictos bélicos a escala mundial 

Si atendemos a los datos facilitados por Wikipedia, en la actualidad hay 57 conflictos armados en el mundo. Es verdad que la invasión de Rusia a Ucrania acapara los titulares, pero también hay otros conflictos que ponen en riesgo la estabilidad mundial y que suponen un desgarro para la Comunidad Internacional, como las 5.000 personas que todavía hoy fallecen cada año en la Guerra de Siria, tal y como señalan en la Escola de Cultura de Pau (La Escuela de Cultura de Paz), un centro de investigación para la paz, en el marco de una entrevista para la Cadena Ser. Un daño tremendo que no termina ahí. Según el diagnóstico de las Naciones Unidas, en este 2023, el 70% de la población siria requerirá asistencia o ayuda para sobrevivir. Entretanto, Yemen sufre la peor crisis humanitaria del mundo, que se traduce en un conflicto armado que sólo en 2021 se cobró la vida de 22.000 personas, y que hace necesario que el 80% de la población yemení requiera ayuda. En ese muestrario de horrores de la comunidad humana actual también hay que consignar el millón de personas de etnia rohingya que huyen de Myanmar, donde rige el régimen tiránico de una dictadura militar que discrimina sistemáticamente, en condiciones de apartheid, a la minoría rohingya, como ha denunciando la ONU. 

Así mismo, hay que referir cómo el retorno al gobierno de los talibanes en Afganistán está significando una degradación muy significativa de las condiciones de vida de las mujeres y las niñas afganas, al tiempo que ha repercutido en el fortalecimiento de la insurgencia talibán que opera en Pakistán, lo que se ha traducido en un incremento muy notable de los ataques terroristas en este último país. 

Cifras que dimensionan el vínculo actual entre guerras y hambres 

El caso es que más del 85% de los 258 millones de personas que padecen hambre aguda en el mundo, distribuidas en 58 naciones, viven en países afectados por conflictos armados, de acuerdo con los datos del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas recabados en 2022. En 2021, la cifra era de 193 millones de personas en 53 países. Hay otro dato desolador que habla por sí solo: 45 millones de niños menores de cinco años sufren desnutrición aguda. 

Los conflictos también agravan los problemas económicos. En 2022, por ejemplo, los precios de los alimentos se incrementaron más de un 10% en 38 países que ya se encontraban en crisis alimentaria. Entre ellos, Sudán, Sudán del Sur y Haití. Un número significativo de países también se enfrentaron a una inflación inusualmente alta en 2022, lo que afectó a la seguridad alimentaria de millones de personas.

La vertiente de inseguridad alimentaria de la guerra ruso-ucraniana 

La vertiente mortífera del hambre derivado de los conflictos está quedando más de relieve que nunca en la guerra en Ucrania, que ha puesto de manifiesto una creciente inseguridad alimentaria que resume sin ambages la ONG Oxfam Intermón: “Las bombas en Ucrania matan en África”.

Expresado con datos: Rusia y Ucrania juntas producen el 30% del suministro mundial de trigo, el 30% de cebada y el 75% de aceite de girasol. El caso es que una treintena de países, la mayoría del continente africano, son importadores netos de trigo y dependen esencialmente de los cereales ucranianos y rusos para alimentar a su población. Es la situación de Eritrea y Somalia, que importan más del 90% de su trigo de los dos países en guerra, mientras que Egipto y Líbano les compran cerca del 80%, según datos de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. 

Situación actual del hambre en España 

Según un estudio de la Universidad de Barcelona, más de seis millones de personas en España sufren algún grado de inseguridad alimentaria por falta de recursos. En el contexto actual, se detalla en el informe “con la subida de los precios de los alimentos y otros bienes básicos como los suministros, estos números sólo han podido empeorar”.

“En una coyuntura inestable, con conflictos que nos ponen a todos a prueba como la invasión de Ucrania, es más importante que nunca crear escenarios que permitan garantizar el funcionamiento de la cadena alimentaria y el abastecimiento de alimentos y bebidas al conjunto de la población. Necesitamos un entorno económico estable y un escenario legislativo y fiscal que impulse el crecimiento y la creación de empleo, acompasando las medidas a la situación actual”, señala a la revista Forbes la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB).

Un Nobel que abrió un horizonte de esperanza alimentaria 

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) es la agencia de las Naciones Unidas encargada de combatir el hambre y mejorar la seguridad alimentaria en todo el mundo. Fue creado en 1961 y tiene su sede en Roma, Italia.

El objetivo principal del Programa Mundial de Alimentos (PMA) es proporcionar asistencia alimentaria a las personas más vulnerables, especialmente en países afectados por conflictos armados, desastres naturales y crisis humanitarias. Su trabajo se sustenta en tres pilares: salvar vidas en situaciones de emergencia, mejorar la nutrición y la calidad de vida de las comunidades afectadas y ayudar a construir resiliencia y capacidades para prevenir el hambre en el futuro.

Su labor fue reconocida con todos los honores en 2020, con la concesión del Premio Nobel de la Paz, y vino acompañado con un llamamiento a evitar una “pandemia de hambre”

Nos ha parecido pertinente bucear en el discurso pronunciado por David Beasley, director ejecutivo del PMA, durante la ceremonia de entrega del premio Nobel de la Paz 2020, en Oslo, el 10 de diciembre de 2021, para rescatar algunas claves que apunten cómo atajar de raíz la situación de hambre e inestabilidad alimentaria que padecen cientos millones de personas en el mundo. 

En primer lugar, Beasley identifica la vertiente del hambre como arma de combate que se está generalizando en los conflictos bélicos que se dan en el mundo: "se están librando decenas de guerras civiles y conflictos regionales, y el hambre se ha convertido en un arma para lograr objetivos militares y políticos".

"¿Qué hacemos al respecto? -se pregunta el máximo responsable del Programa Mundial de Alimentos-. Lo primero que debemos hacer es restaurar nuestra brújula moral. El estándar más alto de humanidad siempre ha sido la Regla de Oro. Es parte de todas las religiones y culturas, y es la base de la cultura del Programa Mundial de Alimentos todos los días", expone Beasley como marco ideológico y conductual sobre el que desarrollar las políticas de prevención y manejo de situaciones de hambre y de guerra.

En esa línea, el responsable del Programa Mundial de Alimentos señala que "todos podemos estar de acuerdo en el significado práctico de que cada persona sea igual y, lo más importante: ser tratado por igual". Y culmina su intervención con una serie de apelaciones a la justicia social y la redistribución de la riqueza dirigida los países con más poder y recursos, así como a las personas con más patrimonio, que se sintetiza en este llamamiento: "Líderes del mundo, en Estados Unidos, China, Rusia, India, los estados del Golfo, la UE, el Reino Unido y otros lugares: necesitamos que afirmen su poder y detengan todas estas horribles guerras. El costo global de la violencia y los conflictos es de 5 billones de dólares estadounidenses cada año. Podríamos resolver todos los problemas del mundo con ese dinero". 

El gasto mundial en armamento: 2,24 billones de dólares 

Como reflexión, no está de más señalar que el gasto militar mundial subió un 3,7% en 2022, hasta los 2,24 billones de dólares, el equivalente al 2,2% del PIB global, según los datos publicados por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Lo que nos remite al punto de partida de este relato: hasta qué punto están entrelazados intereses económicos de muchas latitudes y centros de poder en la industria de la guerra, que al mismo tiempo es el mayor motor de injusticia social, pobreza y hambre en el mundo (como botón de muestra de lo entrecruzado que están los intereses y realidades de los conflictos, casi la mitad del dinero para resolver las situaciones de guerra y hambre podrían, idealmente, venir de la propia industria armamentística que forma parte importante de la estructura económica de buena parte de las potencias occidentales). 

Factores que podrían revertir la situación de creciente hambre y expansión bélica 

Los expertos sobre seguridad alimentaria a escala mundial coinciden también en señalar que las exportaciones europeas de alimentos podrían jugar un papel importante en la construcción de una cooperación internacional a mayor escala para garantizar mayores niveles de estabilidad, bienestar e incluso prosperidad de la Comunidad Internacional, especialmente en las zonas más desfavorecidas, como amplias franjas de África y Asia. 

En ese sentido, tanto la ONU como la FAO coinciden en que es crucial promover una transición hacia sistemas agrícolas y alimentarios que sean más sostenibles porque eso supone hacerlos más resilientes a futuras crisis. También es esencial mejorar la capacidad de adaptación de las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas (vulnerables a la volatilidad de los precios en los mercados). Una dinámica de autogestión que se puede favorecer apoyando el desarrollo de cadenas de suministro cortas, al tiempo que se facilita el acceso al crédito a los agricultores para reducir la dependencia de las importaciones de alimentos y favorecer la soberanía alimentaria interna.

¿Cómo se favorece la soberanía alimentaria interna de los países más castigados?

En primer lugar, resulta clave articular un apoyo a la agricultura familiar: brindando acceso a tierras, recursos y financiación adecuados, al tiempo que se ofrece capacitación técnica y tecnológica para mejorar la productividad de los agricultores familiares.

También resulta altamente estratégico el fomento de la diversidad agrícola, lo que se estimula incentivando la producción de alimentos tradicionales y autóctonos, así como el cultivo de variedades locales y la preservación de la diversidad genética. En esa dirección, resulta capital el fortalecimiento de la infraestructura agrícola: por medio del riego, el acceso a la energía, el almacenamiento y la refrigeración adecuados

También resulta crucial fomentar la educación y conciencia alimentaria: alentando y formando  sobre la importancia de una alimentación saludable y sostenible. 

Elemento de futuro: la inversión en investigación y desarrollo agrícola

Aunque las ciudades son una vía de entrada de ayudas, la realidad es que las personas pobres y en riesgo de hambre viven, en un 80 % de los casos, en entornos rurales. Consciente de esa realidad, José Graziano da Silva, integrante de la FAO, expone en Planeta Futuro, del diario El País, lo fundamental que resulta seguir construyendo a favor de los objetivos de desarrollo sostenible aprobados por la Comunidad Internacional para impulsar el desarrollo rural, mitigar la migración y reforzar las inversiones en seguridad alimentaria.

En el entorno actual, por cierto, es determinante (y muy urgente) adaptar la agricultura al cambio climático -una realidad cada vez más evidente que se expresa de maneras crecientemente drásticas y severas para el mantenimiento de unas condiciones de vida dignas de un número significativo de seres humanos- para intentar dar a los jóvenes que viven en zonas rurales los medios para un futuro digno de paz y seguridad alimentaria.

Es verdad que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) puede jugar un rol clave en ese desarrollo, aunque es cierto también que necesita mayor financiación por parte de los estados. De lo contrario, si se resta o se regatea apoyo económico a este órgano subsidiario conjunto tanto de la FAO como de Naciones Unidas, el PMA se verá obligado a reducir las raciones de alimentos que aporta y reparte en países vulnerables como Yemen, Chad, Níger o la misma Ucrania.

Algunas ideas concretas de cómo terminar con el hambre

Como epílogo, resulta estimulante señalar algunas propuestas concretas que la ONG  Ayuda en Acción propone para contribuir a erradicar el hambre en el mundo. A saber: 

  • Elaborar superalimentos para cambiar el planeta. La idea es aprovechar el potencial nutritivo y económico de las legumbres. sacar partido al consumo de bayas, semillas, algas y superalimentos como el jengibre, la granada, la moringa, el aguaymanto o la acerola. 
  • Fomentar la autonomía alimentaria. Para erradicar el hambre en el mundo, hay que crear una cultura de autoabastecimiento y mejorar la eficiencia del sector primario en los países en vías de desarrollo (en consonancia con lo comentado en líneas precedentes). 
  • Optimizar la fertilidad del suelo. Incluso en espacios tan fértiles como en buena parte de África es necesario generalizar el uso de abonos y cultivos de cobertura para poder seguir produciendo alimentos. En la actualidad, se empieza a temer por un descenso notable en la producción.

El futuro: invertir en medios de vida resilientes y tácticas de seguridad alimentaria 

Olivier Longué, director general de la ONG Acción contra el Hambre, ha expresado recientemente en el diario El País: "La Resolución 2417 reconoce el vínculo entre los conflictos y el hambre y califica de crimen de guerra el uso del hambre como arma de guerra. Sin embargo, desde entonces, el hambre causada por los conflictos ha aumentado. Las partes en conflicto y los Estados donantes de ayuda humanitaria deben respetar y reforzar el derecho internacional. Los Estados miembros de la ONU deben prevenir la aparición y la escalada de crisis alimentarias y humanitarias, e invertir en la creación de medios de vida resilientes y de seguridad alimentaria".

En síntesis, urge dar una respuesta coherente a la crisis alimentaria mundial que aborde y rompa los vínculos entre los conflictos y el hambre, al tiempo que refuerza y transforma los sistemas alimentarios para generar condiciones propicias para la paz. Esa respuesta, como señalan atinadamente en Acción Contra el Hambre, también debería incorporar las perspectivas de las poblaciones más vulnerables y afectadas por el hambre causada por los conflictos, incluidas las comunidades rurales e indígenas y agricultoras, así como las personas que han perdido sus tierras y las poblaciones desplazadas por la fuerza.