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¿Hay que poner límites al ‘true crime’?

Documentales y series basados en crímenes reales arrasan en las audiencias televisivas, pero generan polémica por el trato a las víctimas.

Periodista y escritor.

6 minutos

Documentales y series basadas en crímenes reales provocan debate sobre sus posibles límites.

¿Tendencia? ¿Moda? ¿Morbo? Las cadenas de televisión han encontrado en los documentales y las series basadas en crímenes reales alimento para sus parrillas. El caso Asunta recoge la historia de la niña de 12 años encontrada sin vida en Santiago de Compostela en 2013, o El cuerpo en llamas, inspirada en el asesinato del guardia urbano en 2017, son algunos de los últimos ejemplos 

Vicente Garrido Genovés, catedrático de Educación y Criminología en la Universidad de Valencia, define así el true crime: “Es un género narrativo en el que, ya sea de forma literaria o usando el lenguaje audiovisual, la trama se fundamenta en un crimen real, aunque no ha de ser necesariamente un asesinato, ya que se ha ampliado en los últimos años a otras formas delictivas y a otros aspectos del proceso penal y del sistema de justicia, como las víctimas, la actividad policial o el funcionamiento de los tribunales. También vemos hoy en día productos true crime sobre delitos de Estado, trata de mujeres o fraudes por empresas con mucho poder, entre otras formas delictivas”.

Periodismo de masas

Autor del libro True crime: La fascinación del mal, Garrido considera que “tenemos una tendencia innata a prestar mucha atención a los actos que implican engaño y violencia, ya que detectarlos es primordial para nuestra supervivencia”. Distingue el criminólogo entre los documentales y las obras de ficción basados en casos reales. “Estas, por definición —señala—, introducen elementos que son solo imaginados por los creadores de la obra, ya que han de construir un armazón dramáticamente interesante para el espectador. Un documental, en cambio, se debe más a la veracidad de los hechos, aunque también emplea fórmulas dramáticas en su realización porque ha de contar una historia que tenga sentido y atrape al espectador. Dicho esto, hay obras de ficción que resultan más auténticas que algunos documentales, porque aunque se introducen elementos ficcionales la verdad de lo que cuenta es más ‘real’, ya que es capaz de recoger los aspectos esenciales de los hechos reales”.

Las cadenas son conscientes del interés que despierta este producto.

El criminólogo estima que este género no está de moda especialmente, porque siempre lo ha estado: “El periodismo de masas nace al tiempo que los crímenes de Jack el Destripador. Y Benito Pérez Galdós se dejó atrapar por la historia del crimen de Fuencarral, una obra pionera del periodismo de investigación true crime o, para emplear el lenguaje tradicional, ‘de sucesos’. Sin embargo, la aparición de las plataformas digitales ha supuesto la necesidad de llenar miles de horas de emisión, y los productores han comprendido que se podía hacer un nuevo tipo de producto audiovisual, más profundo y artístico, que revitalizara el interés de la sociedad por el crimen tratado mediante formas narrativas, literarias o audiovisuales. El género negro ha acompañado este interés por el true crime, lo que nos dice que la sociedad siempre está dispuesta a que le cuentes con habilidad la parte oscura de la existencia”.

El crimen del ‘Pescaíto’

El asesinato de Gabriel Cruz Ramírez (8 años de edad) conmovió a la opinión pública en 2018. Su desaparición en el municipio almeriense de Níjar motivó la Operación Nemo, donde participaron 3.000 voluntarios y 2.000 profesionales, pero doce días después de que se le perdiera la pista, agentes de la Guardia Civil encontraron su cadáver en el maletero del coche de Ana Julia Quezada, entonces pareja del padre, Ángel David Cruz Sicilia. Fuentes conocedoras del dispositivo explicaron a Escudo Digital que los miembros de la Benemérita que hallaron al “Pescaíto”, sobrenombre con el que conocían a Gabriel, sufrieron un shock psíquico importante. La Audiencia de Almería condenó a la acusada a prisión permanente revisable.

Patricia Ramírez Domínguez, la madre de Gabriel, desveló en una comparecencia a petición propia en la Comisión de Interior del Senado, que se estaba realizando un documental sobre el crimen de su hijo, con la colaboración de su asesina desde la prisión abulense de Brieva. Ramírez reveló que la productora se había comprometido a paralizar el reportaje. También aprovechó para pedir un Pacto de Estado que no permita la posibilidad de revictimización. El objetivo es garantizar que un preso condenado por delitos violentos no pueda participar desde prisión en ningún documental o serie televisiva.

Búsqueda de audiencias

El debate sobre si hay que ponerle límites al true crime está servido. El columnista de El Independiente Rubén Arranz, experto analista entre otros ámbitos de los medios de comunicación, comenta que “este fenómeno no puede desligarse de la búsqueda de audiencias a costa de lo que sea. Los medios se han especializado en el clickbait y en los últimos años revive el esplendor de las noticias sensacionalistas”. “Cuando algo funciona, se replica muchas veces.  La sangre y las vísceras, los sucesos de toda la vida, asesinatos, crímenes, siempre dan audiencia”, añade.

La información sobre crímenes siempre ha interesado a la opinión pública.

Sobre la conveniencia o no de limitar el true crime, Garrido Genovés, plantea una serie de dudas: “Es un tema complejo; yo lo comprendo, ¿quién no? Pero me gustaría escuchar a los artistas: literatos y productores de series. ¿Hay que pedir permiso a las víctimas supervivientes de un asesinato (o de varios)? Creo que si se aplica un código ético podríamos hallar una salida: no glorificar al asesino, tratar con respeto y dignidad a la víctima, evitar que el asesino se beneficie económicamente de su participación, ser veraz y ofrecer un producto de calidad que ayuda al espectador a reflexionar sobre las cuestiones humanas y sociales que envuelven todo crimen”.

Catarsis

Este producto cumple la función de catarsis que se constata ya desde la tragedia griega. Los espectadores pueden olvidarse de su existencia mezquina, sobre todo en periodos de crisis. Recuerda Arranz que el juez argentino Eugenio Raúl Zaffaroni, autor de Crímenes de masa (2010) y La cuestión criminal (2012), sostenía que “los crímenes mediáticos son necesarios para que el ser humano se refleje en las desgracias de otro, y a partir de ahí, intentar validar su propia existencia o disuadir las propias dudas que pudiera tener sobre su acción”.

A la gente le gusta escarbar en las desgracias de los demás —dice Arranz— y las plataformas audiovisuales se han percatado de que el formato del documental es mucho más barato que la ficción. No es lo mismo juntar un elenco de actores, escribir un guion o contratar a una productora para hacer Velvet. Es normal, entonces, que explote el género. A partir de aquí, no sé si queda algún loco o asesino en España al que no lo hayan hecho un serial”.

Expone Arranz que cuando un crimen se convierte en mediático, “se suele producir la violación de la intimidad y todo de tipo derechos”, como sucedió precisamente con el ‘caso Gabriel’. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) tuvo que realizar en 2018 un requerimiento a Atresmedia y Mediaset tras recibir una queja sobre el tratamiento informativo del asunto, para que en sus programas tipo magacín y tertulias evitaran la emisión de contenidos que puedan suponer incitación al odio, respeten el honor, la intimidad y la propia imagen de las personas y el deber de diligencia en la comprobación de la veracidad de la información”.

Ni ético ni estético

El capítulo cero de El caso Sancho, emitido en HBO, sirve para ilustrar la polémica sobre el true crime. El programa incluía declaraciones del actor Rodolfo Sancho, padre de Daniel, preso en Tailandia acusado de la muerte de Edwin Arrieta. Arranz asume que tiene interés para la audiencia, pero cree que “no es ni ético ni estético entrevistar a un padre antes del juicio en el que su hijo se juega la pena de muerte”.

Los espectadores tienen una amplia oferta televisiva sobre crímenes basados en hechos reales.

Señala el periodista que “dentro del true crime existe un subgénero muy singular sobre los asesinos en serie, que ha acabado generando cierta mitología sobre personajes como Ted Bundy. ¿Y si pasara lo mismo con Ana Julia Quezada? “Si lo piensas, es terrible”, apunta.

¿Legislación especial?

¿Pero se puede legislar para frenar los excesos del true crime? Según Arranz, “los prestadores de servicio audiovisual firman un código de autorregulación, básicamente de protección a la infancia, por el que se comprometen a cumplir determinados derechos”. La CNMC puede imponer multas si lo vulneran. “Además —afirma Arranz— la víctima puede denunciar si considera que se atenta contra su honor o su imagen, aunque a los tribunales les pesa el derecho a la libertad de información o creación”.

El criminólogo Vicente Garrido se muestra muy cauto sobre una legislación específica: “No he escuchado a juristas y artistas hablar sobre este tema. ¿Qué hay que frenar? Primero tiene que plantearse exactamente lo que se quiere evitar. ¿Estamos hablando solo de casos donde el asesinado es un niño? ¿Qué pasa si los asesinados son los padres, y el hijo no quiere que se le recuerde su terrible pérdida? Truman Capote escribió A sangre fría sobre una familia asesinada en la que murieron dos niños. ¿Tendría que haber pedido permiso a los familiares supervivientes cuando escribió una de las novelas más importantes del siglo XX? ¿ Y Richard Brooks, que hizo una gran adaptación cinematográfica solo dos años después?”