Ayer hablábamos en Escudo Digital sobre los problemas que está atravesando Ucrania en las últimas semanas de guerra con Rusia, especialmente en lo referente a pérdidas importantes de territorio a manos del Kremlin. También analizábamos otro de los grandes problemas que está sufriendo Kiev, la falta de soldados y los cambios que ha realizado en su política de reclutamiento para intentar alistar a 500.000 hombres para el frente. Pero desde luego el mayor problema para Zelenski hoy día se llama Donald Trump y acaba de ser elegido como próximo presidente de los Estados Unidos.
Una de las soluciones más interesantes para intentar parar esa ofensiva (o equilibrar la situación militar actual) que está sufriendo Ucrania, es que los países Occidentales permitieran que Kiev usara sus armas de largo alcance para golpear recursos militares rusos en lo profundo de territorio ex soviético. Aunque EE.UU. ha dado un pequeño paso en esta dirección con el suministro de armas de alcance limitado, como la bomba planeadora Joint Standoff Weapon (JSOW), existen fuertes restricciones por parte de varios países en cuanto al uso de armamento de largo alcance para golpear el interior del territorio ruso. Este complicado debate tiene elementos militares, diplomáticos y de seguridad estratégica, y sobre todo plantea preguntas fundamentales sobre los riesgos de escalada y las implicaciones para la seguridad europea.
Pero a pesar de las presiones (sobre todo de Zelenski) el presidente Biden mantiene una postura cautelosa sobre el uso de misiles de largo alcance ATACMS o JASSM en suelo ruso. Este tipo de misiles, fabricados en EE.UU., tiene capacidades avanzadas, especialmente en cuanto a alcance y precisión. Los ATACMS, con un rango de hasta 300 kilómetros, serían un recurso clave para alcanzar objetivos sensibles en Rusia, pero, además de la Administración Biden, otras potencias como Alemania y Francia continúan mostrando reservas.
Pero, ¿qué importancia estratégica tendría el uso de misiles de largo alcance en suelo ruso?
Para Kiev, la capacidad de ejecutar ataques en el interior de Rusia tendría desde luego ventajas militares significativas, particularmente en el debilitamiento de la infraestructura militar rusa, las bases logísticas y las líneas de suministro, que actualmente quedan fuera de su alcance.
Los misiles de largo alcance permitirían a Ucrania llevar a cabo ataques contra objetivos estratégicos, como depósitos de municiones, centros de mando y control, e incluso instalaciones de lanzamiento de misiles. Esto supondría un importante golpe para la capacidad ofensiva de Rusia, y podría ayudar a Ucrania a recuperar el control de ciertas zonas y frenar la iniciativa militar rusa.
Todo ello ocurriría, como vimos más arriba, en un momento en que Ucrania se enfrenta a retrocesos en el este, particularmente en la región de Donetsk, y también sufre por retener el territorio que ha recuperado en regiones como Kursk. El pasado junio, Washington ya proporcionó a Ucrania cierta flexibilidad al autorizar el uso de ATACMS en Crimea, lo cual ha tenido buenos resultados en la neutralización de capacidades aéreas y navales rusas. Sin embargo, ampliar este permiso a ataques en territorio ruso sigue siendo un tema tabú para muchos.
A medida que la guerra continúa y la situación se vuelve desfavorable para Ucrania en ciertas regiones, una estrategia dual basada en el fortalecimiento de las defensas internas y la potenciación de su capacidad ofensiva en territorio ruso es esencial para Kiev.
Riego de escalada
Evidentemente todo este titubeo Occidental de permitir golpear a Rusia en su territorio proviene de las conocidas “líneas rojas” con las que el Kremlin lleva amenazando a la OTAN desde el comienzo del conflicto. Vladimir Putin ha respondido con amenazas de represalias, sugiriendo que cualquier ataque con respaldo occidental en el interior de Rusia podría considerarse un acto de guerra por parte de la OTAN. Incluso ha insinuado la posibilidad de reducir el umbral para ataques nucleares, aumentando el temor a un conflicto nuclear. Aunque la probabilidad de una respuesta nuclear es bastante baja, el riesgo sin duda existe, a pesar de que líderes mundiales como Xi Jinping (China) y Narendra Modi (India) ya han advertido a Putin sobre el uso de armas nucleares, y Biden ha dejado claro que habría consecuencias catastróficas para Rusia si cruzara esa línea.
Pero además del miedo a la escalada bélica con Moscú, existe otro riesgo importante que radica en la posibilidad de que estos misiles no logren destruirse completamente tras su uso, permitiendo a Rusia e incluso a sus aliados, como China, analizar los restos de estos sistemas avanzados y obtener información valiosa sobre las tecnologías de sigilo y los componentes electrónicos que incorporan.
Ante esta situación, Ucrania ha tenido que buscar alternativas, lanzado una campaña masiva de ataques con drones de fabricación nacional, y llegando a alcanzar objetivos estratégicos en profundidad, incluso a distancias de más de 1.000 km, como por ejemplo el ataque en septiembre contra un depósito militar en la región de Tver, que resultó en una explosión de gran magnitud y la destrucción de considerables cantidades de material bélico ruso. Pero estos ataques, aunque efectivos, requieren una gran inversión tecnológica y la colaboración de socios occidentales para optimizar la producción y ampliar las capacidades.
Además de esto, Ucrania está desarrollando su propio misil balístico de largo alcance, lo que le permitiría compensar la falta de acceso a misiles como el ATACMS. Con el apoyo occidental adecuado a la industria de defensa ucraniana, este arsenal nacional podría tener un impacto importante en la guerra y reducir la dependencia de Ucrania en cuanto a los recursos extranjeros.
Occidente continúa evitando la escalada directa, por lo tanto, el fortalecimiento de la industria armamentística nacional de Ucrania y el apoyo logístico de sus aliados parecen la mejor alternativa para nivelar el conflicto.
Para igualar el actual escenario militar, la opción más realista para Ucrania es continuar su avance en el desarrollo y uso de drones de largo alcance y de misiles de producción nacional, incrementando así el costo de la guerra para Rusia sin sobrepasar las líneas rojas establecidas por sus aliados.