Quien piense que entre los más de cien decretos presidenciales que el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha firmado nada más acceder al poder el pasado 20 de enero puede haber algo que vaya en contra de los intereses del pueblo norteamericano, es que no conoce la dinámica de la política interna del país más poderoso del mundo. El votante norteamericano, que votó en clave de interés nacional, como no podía ser de otra manera, ha permitido que Donald Trump llegue al poder en un segundo mandato no consecutivo. Hasta la fecha, ningún presidente, a excepción de Grover Cleveland a finales del siglo XIX, había logrado hacerlo.
Donald Trump no es un político profesional. Sin embargo, su triunfo fue incontestable, ganando incluso el voto popular para el partido republicano por primera vez en veinte años. Su victoria se cimentó en los Estados centrales de la América más profunda apoyados por algunos en el sureste, donde la comunidad latina se volcó con el nuevo presidente. Sólo se le resistieron aquellas áreas donde los demócratas tienen sus tradicionales caladeros de votos como son los cuatro ricos Estados de la costa oeste, la mayoría de los desarrollados de la costa noreste y algunos en el centro, como Minnesota, Illinois, Colorado o Nuevo México.
"America first" frente al globalismo y la cultura 'woke'
En consecuencia, cabe preguntarse cuáles son las claves para que Trump haya accedido al poder por segunda vez, a pesar de haber acabado su primer mandato con las cuotas más bajas de popularidad en los últimos 50 años. La respuesta hay que encontrarla en la estrategia del outsider republicano, que ya le permitió ganar claramente las primarias del partido ante la falta de liderazgo interno y que ha sido demoledora, apoyándose en su discurso nacionalista y patriótico: "America first". Un discurso que partía de cero para contrarrestar la ola izquierdista y desestabilizadora de la era Obama. Una ola globalista que enarboló el estandarte de un "wokismo" que alcanzó a muchas de las instituciones con el único propósito de penalizar el disenso.
Por ello, el patriota Trump supo reaccionar a tiempo conocedor de que en los EE. UU., a pesar de ser probablemente el país más descentralizado del mundo en términos de gobernanza política, el concepto patrio está por encima de cualquier otro interés. Los norteamericanos auténticos, que son la mayoría, pasan por ser de las personas más patriotas del mundo. Existen muchos ejemplos que, aunque incluyen algunos banales, muestran el arraigo del concepto en la sociedad norteamericana. La omnipresente bandera en todos los rincones del país que se "exporta" al mundo a través de su potente industria cinematográfica "Made in USA", pasando por la interpretación del himno nacional en los principales eventos deportivos o la obligación de comenzar la jornada con el "pledge of allegiance" (jura de lealtad a la bandera y a la nación) en las escuelas son un pequeño pero claro ejemplo de ello.
Ante ello, el concepto de patria que abandera Trump regresa con una fuerza necesaria y arrolladora donde priman los intereses de la comunidad que la representa en detrimento de otros de carácter más etéreo, desintegrador y carentes de los valores tradicionales que nos han transmitido nuestros antepasados. Valores de la civilización cristiana que han permitido a las sociedades occidentales cohesionarse a lo largo de nuestra historia en común pero que hoy en día chocan frontalmente con las ideologías distorsionadoras de la ideología "woke".
Enemigo declarado de la cultura "woke", Trump, el patriota, no ha dejado de cuestionar los métodos coercitivos que utilizan contra aquellos que dicen o hacen cosas que perciben como misóginos, homófobos o racistas. El nuevo mandatario de la Casa Blanca se ha revelado contra los "wokistas", a los que tacha de hipócritas que enarbolan la bandera de la superioridad moral para imponer sus ideas a toda costa, a través de modelos opresores y revisionistas de lo que consideran normas históricamente impuestas por la sociedad.
El impacto de las políticas de Trump, con el patriotismo como eje
Trump es un patriota alejado de las etiquetas de aquellos que, sin ser norteamericanos, se permiten opinar como debe ser el presidente de los EE. UU., quizá por querer entender que el beneficio de los ciudadanos debe estar por encima de cualquier otro propósito como el cambio climático, la inmigración, la ideología de género o el ecologismo, entre otros, entendidos como estandartes distorsionados de la cultura "woke" global.
Una cultura que, por su parte, abandera argumentos muy alejados de las políticas públicas de carácter interno que, en beneficio directo de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, son preeminentes en cuanto a cualquier otro tipo que pudiera situar a la ciudadanía norteamericana en una segunda prioridad. En la América que ha votado a Trump, eso ha sido definitivo. Aunque algunos le acusan de discriminar a las clases bajas de la sociedad, el mayor esfuerzo presupuestario durante su primera administración siguió siendo, e incluso se amplió, la inversión en materia de Seguridad Social y Sanidad Pública.
Unos beneficios que aumentaron el "efecto llamada" a la inmigración, provocando que el propio Biden tuviera que deportar a casi 4,7 millones de personas, más del doble de devoluciones contabilizadas durante el primer mandato de Trump, el patriota. En cuanto al desempleo, el logro de Trump de situarlo en un 3,5%, la tasa más baja en cincuenta años, fue una de las causas que seguramente permitió reducir la pobreza en 2019 hasta el 10,5%, su nivel más bajo en seis décadas.
En términos macroeconómicos, la deuda pública, que Biden apenas ha rebajado en un 3%, el patriota Trump logró disminuirla en nueve puntos, después del pico alcanzado en la pandemia en sólo unos meses y antes da acabar su mandato. Una cuarta parte de esa deuda se encuentra en manos de China, siendo, tras Japón, el segundo mayor tenedor extranjero de deuda pública estadounidense, con cerca de un 3% del total. Quizá fuese por ello por lo que Trump, el patriota, desatase una guerra comercial abierta con China, recordando en 2019 que su país había perdido 60.000 fábricas desde la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio.
En este sentido, en cuanto al proteccionismo y a las medidas comerciales de las que el nuevo mandatario norteamericano hizo gala en su primer mandato, hay que recordar que, en este mundo global, donde la guerra comercial está a la orden del día y que forma parte de la competición estratégica a nivel global, Trump, el patriota, priorizó ese tipo actuaciones. Actuaciones "legales" dentro de la "zona gris" de los conflictos interestatales que Trump utilizó de manera profusa en vez de abocar a su país a guerras innecesarias como hicieron muchos de sus predecesores. Todo ello, a pesar de ser un autoconvencido de la necesidad de una postura de fuerza en el ámbito internacional en la que basar su política unilateral de distinción entre socios y rivales.
De esta forma, al contrario de lo que pudiera parecer, Trump, el patriota, no aumentó significativamente el gasto en Defensa, sino que volvió a elevarlo a niveles previos a la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, quien, con una política de "huida hacia adelante" en cuanto a la resolución de conflictos internacionales, dejó a su país "a los pies de los caballos" haciendo que el orden unipolar, basado en el hegemón mundial norteamericano surgido a finales del siglo pasado, se diluyese ante el incesante ascenso comercial de China y la creciente influencia geopolítica de Rusia.
Por eso cualquier presidente norteamericano que se precie debe ser ante todo un patriota, un buen patriota. Y Donald Trump sin duda lo es. Ya lo dijo en 2019 en su discurso ante la Asamblea General de la ONU: "los lideres sabios siempre ponen el bien de su propio país y de su propio pueblo en primer lugar" añadiendo también por cierto que "el futuro no pertenece a los globalistas, pertenece a los patriotas".