Con el conocimiento y aprobación de la administración Biden y los socios europeos, la “aventura” ucraniana en territorio ruso ha pillado por sorpresa a la mayoría de analistas internacionales que básicamente intentan entender una estrategia que podría costar muchas vidas de soldados ucranianos experimentados en combate, y que tampoco parece que vaya a durar en el tiempo puesto que Rusia y Bielorrusia ya toman medidas para recuperar el terreno perdido en esta región.
Esta misión “suicida” es sin duda una gran operación de marketing desde cualquier punto de vista que la queramos mirar. El cambio de narrativa de cara a la galería ha quedado muy claro, con más de 120.000 ciudadanos rusos desplazados de su propio país, y un ejército ucraniano que ha pasado directamente de defensor a atacante (y Rusia pasa a ser defensor, algo que no ocurría desde la 2ª Guerra Mundial), despejando dudas sobre la capacidad del ejercito de Zelensky al que ya se le empezaba a dudar si, no solo era capaz de recuperar el terreno perdido a manos de Moscú, sino si podría aguantar un envite ruso y llegar a perder más territorio nacional. En principio, y con pocas ganancias militares, esta acción es al menos crucial para demostrar que Kyiv puede desafiar al Kremlin, ya que después de algunos éxitos en Crimea y el Mar Negro, parece que estos no se amortizaron de la manera que hubiera gustado a Kiev.
Recordemos que Ucrania mantiene esta guerra gracias a la “publicidad” que de ella haga del conflicto para que la opinión pública de los aliados dé permiso a sus gobiernos para seguir donando medios económicos y militares. La retórica de que Ucrania siempre va a ser la parte débil del conflicto y que solo se puede limitar a no perder más terreno estaba ganando terreno entre los socios de Kiev y también entre sus propias tropas que llevan ya años combatiendo, pero esta sorpresiva demostración en territorio enemigo elevará la moral de los soldados de una manera muy notable.
Evidentemente esta incursión en Rusia hubiera sido muy complicada si Washington (y aliados) no hubieran dado permiso (relativo) para usar su armamento contra objetivos en la propia Rusia, y aunque las fuerzas ucranianas han lanzado antes ataques contra instalaciones energéticas en la Rusia profunda (lo que ha provocado advertencias de Washington), la invasión de este mes es bastante consistente con la política de EE.UU. sobre el uso de armas suministradas por Estados Unidos para la defensa de Ucrania, calificando así Estados Unidos, al igual que la UE, esta operación como una defensa legítima contra una guerra de agresión. En este aspecto, la acción en Kursk marca un nuevo orden de magnitud, involucrando a una franja de las fuerzas terrestres de Ucrania. Zelensky, quien el lunes confirmó el ataque por primera vez, dijo que Kyiv ahora controlaba áreas desde las cuales Rusia había estado lanzando ataques en la región noreste de Sumy. Desde luego el presidente ucraniano se está fabricando una zona buffer desde la que se asegura a corto-medio plazo que no será utilizada para lanzar ataques contra territorio ucraniano.
Pero ¿vale la pena afrontar un riesgo así para una fuerza que está extendida a lo largo de una línea de frente de más de 1.000 kilómetros (620 millas) desde la región oriental de Donbas hasta la desembocadura del río Dnipro? ¿Vale la pena para esta operación utilizar importantes medios humanos y materiales que estaban siendo efectivos en otras zonas del frente y que ahora quedan más desprotegidas? ¿Puede colocar esta aventura a Ucrania en una situación más precaria si cabe? Estos riesgos parecen ser que si valen la pena por el duro golpe que ha recibido el Kremlin, y en especial su narrativa sobre el conflicto, porque de nuevo nos muestra a una cúpula del ejercito muy limitada y titubeante que tarda bastante en reaccionar ante eventos de esta magnitud.
Aparte de los mencionados objetivos simbólicos de esta incursión de Ucrania en la región rusa de Kursk, ha sido un movimiento estratégico con múltiples objetivos, aunque es improbable que pueda sostenerse a largo plazo debido a los altos costos humanos y logísticos que ello implica. La operación ha forzado a Rusia a redistribuir sus fuerzas, retirando tropas de otros frentes clave como Donetsk. Esto no solo ha aliviado temporalmente la presión sobre las defensas ucranianas en áreas críticas, sino que también ha desorganizado las operaciones rusas en la región, evidenciando la capacidad de Ucrania para llevar a cabo ofensivas complejas y bien planificadas.
El tiempo de Donald Trump se acerca, y es quizás dando un puñetazo en la mesa rusa la única manera de convencerlo que esta causa sigue valiendo la pena financiarla.