Al interminable conflicto palestino-israelí que se encuentra en uno de los momentos más álgidos desde su estallido en 1948, se añade ahora el cambio de rumbo que, con la caída de Bashar Al Assad, ha supuesto para la guerra civil multibanda que se vive en Siria desde el comienzo de la Primavera Árabe.
Con su salida del poder, se da fin a un ciclo dictatorial de los Assad que fue “inaugurado” por su padre Hafez en 1971 bajo las siglas del Baaz (resurrección en árabe), un partido laico de corte socialista que ha dejado en el país más de 500.000 muertos y millones de exiliados. El general Hafez Al Asad se mantuvo en el poder hasta su muerte en el año 2000, cuando fue sustituido por su hijo Bashar, quien heredó una autocracia que se ha extendido en Siria más de cincuenta años.
Las turbulentas maniobras (hasta tres golpes de estado) que llevaron al general Hafez Al Asad al poder, iniciaron un ciclo de terror instaurando un nuevo régimen al que el militar de confesión alauita dotó rápidamente de una nueva Constitución en la que se establecía que el partido Baaz se convertía en “dirigente del Estado y de la sociedad” y se instauraba el “referéndum presidencial”. De esa forma, ante la inexistencia de oposición política, el candidato presidencial era propuesto por el propio partido y luego se sometía a referéndum, tradicionalmente aprobado por abrumadora mayoría popular.
Decretos de emergencia
Así, durante casi treinta años, Hafez Al Asad gobernó el país con decretos de emergencia amordazando a la prensa libre y al resto de los partidos políticos. Se prohibió todo tipo de manifestación y se represalió al resto de las creencias religiosas (y políticas) entre las que destacó la sangrienta represión de los Hermanos musulmanes de febrero de 1982 en la ciudad de Hama, donde se piensa que se masacraron a casi 40.000 personas.
Con actuaciones como la relatada, Hafez Al Assad, perteneciente a la muy minoritaria en Siria etnia alauita (la misma a la que pertenece la monarquía reinante en Jordania), mantuvo con mano de hierro un régimen en un país donde territorialmente la confesión suní es la mayoritaria. Hafez llegó a mantener durante veintitrés años en prisión al presidente derrocado por su golpe, Nureddin al Atasi, haciendo de la represión a los opositores, implacable desde el primer momento, una norma permanente de gobierno hasta su fallecimiento.
Cuando a la muerte de su padre Bashar llegó a la presidencia, el control del partido Baaz era total hasta el punto de enmendar la Constitución para que el joven “heredero” asumiese el poder, ya que por su edad no podía legalmente acceder al cargo. Nacido el 11 de septiembre de 1965, este oftalmólogo refinadamente educado en Londres tuvo que renunciar a su educación civil tras la muerte por accidente en 1994 de su hermano mayor Basel, que era el primogénito y “preferido” por su padre para la sucesión. Bashar entró entonces en la Academia Militar y poco después fue encargado por su padre de dirigir la ocupación militar siria del Líbano en 1998.
Más represión
A pesar de que una vez en el poder Bashar fue considerado como un dirigente aperturista en franca contraposición con su padre, su mandato se fue tornando cada vez mas personalista manteniendo el sistema de elección que heredó de su progenitor. Hasta su derrocamiento, Bashar fue “reelegido” para cuatro mandatos presidenciales de siete años. Su política, a pesar del carácter laico y secular de su partido, se basó en la explotación de las tensiones religiosas y étnicas del país para mantener en el poder a la minoría alauita. Y así, como en Túnez, Egipto y Libia, llegó la Primavera Árabe en marzo de 2011, con unas ideas de apertura social y política que Bashar no estaba dispuesto a asumir.
A pesar de sus promesas en público a comienzos de 2012 de reformas con el anuncio de un referéndum de una nueva Constitución, la solución de Bashar Al Assad ante las demandas de su pueblo fue más represión de la oposición y más masacres de la población llegando incluso a ser acusado de emplear armas químicas en su contra.
Desde entonces, Siria se ha debatido en una guerra civil que ha situado al país permanentemente bajo el fantasma de “Estado fallido” por la comunidad internacional. Una guerra civil que ha dividido inexorablemente la nación y que ha dejado más de medio millón de muertos. Una guerra civil que, aunque con la entrada el pasado domingo de los milicianos sunníes de la coalición Hayat Tahrir al-Sham (HTS) en Damasco parece haber acabado con la dictadura baazista, no es seguro que haya terminado con la descomposición del Estado que comenzó con la Primavera Árabe. Una descomposición que ha dejado al país sumido en el caos tras trece años de crímenes y desplazamientos de refugiados.
¿Reparto del territorio?
El futuro es incierto y todo apunta a un reparto del territorio. Hace muchos años que el Estado es dominado por diferentes facciones políticas o religiosas o sus “marcas”, muchas de ellas sirviendo a terceros países. Cuando Bashar abandonó el país, existían al menos ocho áreas diferentes controladas de forma autónoma. A la hora de escribir estas líneas salta la noticia de que el avión en el que Bashar Al Assad huyó de Siria ha aterrizado en Moscú donde se la ha concedido asilo político por razones humanitarias, según el comunicado oficial del Kremlin. Es lo mínimo que podía hacer Putin por su principal socio estratégico en Oriente Medio hasta hace apenas unas horas y no abandonarle a su suerte lo que hubiera disparado aún mas las teorías de aquellos que piensan, como Netanyahu, que la caída de Bashar es un síntoma inequívoco del desgaste que Rusia está sufriendo en la guerra de Ucrania y de la incapacidad de Irán de mantener un apoyo a dos bandas a Hezbolá y al régimen sirio de Bashar.
Como colofón y análisis geopolítico de lo acontecido en Siria este pasado fin de semana es necesario destacar que sin duda lo ocurrido ha dado un nuevo vuelco al tablero de la estrategia de la potencias en la zona. Una región que desde hace más de cincuenta años pugna por encontrar un equilibrio que permita a sus habitantes vivir en paz. Una región en la que los británicos y franceses no supieron trazar las líneas de la descolonización de una manera precisa cando se firmaron los acuerdos de Sykes-Picot. Una región en definitiva en la que, a modo de laboratorio, las grandes potencias mundiales siguen disputándose a través de innumerables conflictos que la nueva jerga geopolítica denomina “proxies” y en los que se utiliza a “terceros” para la defensa de sus propios intereses.