La curiosidad es innata al ser humano. Y más cuando se trata de asuntos personales, que permiten conocer aspectos privados o íntimos de una relación personal. Es algo que ha existido siempre, y que ha impulsado a los humanos a escuchar detrás de las puertas o mirar tras los visillos, confiando en no ser vistos. Ahora bien, en pleno siglo XXI, ¿qué mejor forma de hacerlo que teniendo acceso al WhatsApp de tu pareja?
Aunque hace años que este tipo de aplicaciones existen, el asunto ha saltado a la actualidad tras la revelación de una de las participantes en el programa televisivo ‘First dates’, que ha admitido sin tapujos espiar a su pareja a través de “la app esta para leer los Whatsapp". Con ella, la participante pudo confirmar que las sospechas que tenía sobre la infidelidad de su compañera no eran del todo infundadas.
¿Hizo bien la concursante en recurrir a este tipo de aplicaciones? ¿Actuó en defensa propia? Las implicaciones éticas de este tipo de apps son muchas y muy complejas, así como las legales, pero lo cierto es que este tipo de herramientas están proliferando en una sociedad donde el WhatsApp se ha convertido ya en el principal medio de interacción entre congéneres, superando a veces, en tiempo y en importancia, a las conversaciones cara a cara.
Y esto genera preocupaciones. Porque podemos espiar, sí, pero también ser espiados, y todo sin requerir grandes conocimientos de informática y programación. No hace falta ser un objetivo militar o estratégico, nuestras simples conversaciones personales generan interés entre gente de nuestro entorno.
Vaya por delante que lo mejor es contar siempre con una buena estrategia de ciberseguridad, también a nivel personal, en todos nuestros dispositivos, pero sobre todo en el que más empleamos, nuestro teléfono. Pero también es importante aclarar que este tipo de apps-espía no son tan sencillas de instalar. Sobre todo porque requieren de la colaboración -voluntaria o involuntaria- del móvil que “va a ser espiado”.
Y esto es así porque estos servicios se conciben muchas veces como un servicio para defender a los menores de prácticas como el cyberbullying, el acoso al que muchos se ven sometidos desde que tienen acceso a su primer móvil. O, dicho de otra forma, para que los padres puedan leer los WhatsApp que reciben los menores.
Así funciona por ejemplo KidsGuard for WhatsApp, que permite acceder no solo a los mensajes sino también a las fotos, videos y notas de audio que reciban los menores, con precios que arrancan desde los 7 euros al mes. También MSpy ofrece un servicio parecido, recalcando además la “invisibilidad” de su trabajo, pues no existe ningún icono que indique que la aplicación está en marcha, recabando los mensajes que llegan al dispositivo “espiado”.
Pero lo cierto es que éste y otros métodos similares –como los ofrecidos por Cocospy o AirDroid Parental Control – requieren de un acceso previo al dispositivo que va a ser monitorizado. No existe por tanto una app mágica que nos permita tener acceso a los WhatsApp de otra persona si esta no no da su permiso. Así que solo existen dos vías de obtenerlo: o pidiéndoselo o accediendo a escondidas a su teléfono.
La primera de las vías puede tener sentido en el caso de un padre que quiera tener mayor control sobre sus hijos, o incluso en el de una empresa que quiera controlar el uso de un móvil de la compañía siempre que el trabajador esté informado y acepte tal condición, pero la segunda opción es difícilmente justificable.
Lo malo es que, hecha la ley, hecha la trampa. Y la tecnología que puede servir para frenar el ciberacoso también puede servir para espiar. Hay una fina barrera entre el control de la vida digital de los menores y el cuidado de la misma, y eso aplica también para las relaciones amorosas o laborales. Mantener hoy la ética en el uso de los dispositivos es ya una responsabilidad de todos y cada uno de los usuarios.