El pulso que el presidente Putin le ha echado a Occidente con su invasión total sobre Ucrania no parece haberle salido bien en casi ninguna de sus diferentes vertientes, obteniendo incluso algunos daños colaterales importantes como la recién firmada (martes 4 de abril) adhesión de Finlandia a la OTAN, lo que la convierte en el Estado número 31 de la alianza político-militar, y todavía a la espera que Turquía y Hungría den el visto bueno para la entrada oficial de Suecia.
El pasado mayo se inició un proceso acelerado por el cual Finlandia y su vecino Suecia solicitaban la membresía de la Alianza Atlántica, acabando con décadas de no alineamiento por parte de estos países nórdicos, y rediseñando de forma radical el mapa de seguridad europeo. La adhesión se Finlandia significará duplicar el tamaño la frontera terrestre de la OTAN con Rusia en 1.300 kilómetros, cerrará prácticamente el Mar Báltico a Moscú y proyectará de manera importante a la Alianza Atlántica en el Ártico.
A la ceremonia oficial asistieron el presidente de Finlandia, Sauli Niinisto, y su ministro de exteriores Pekka Haavisto, subrayando que se trataba sin duda de un momento histórico para los fineses.
Si bien una de las justificaciones más importantes que Putin usó para respaldar su invasión total a Ucrania fue la posibilidad de una expansión de la OTAN, ha conseguido que un supuesto y difícil ingreso de Ucrania en la Alianza pase a convertirse en el aumento de la OTAN hasta las mismas puertas de Moscú, con dos Estados fuertes y desarrollados (Finlandia y Suecia) ingresando en la Alianza Atlántica. El propio Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, se ha atrevido a darle las gracias de manera irónica al presidente ruso por haber atraído a países que en circunstancias normales no habrían, de ninguna manera, amagado con entrar en esta organización político-militar.
Qué ofrece Finlandia a la OTAN
Militares y analistas norteamericanos aseguran que la adhesión de Finlandia supone un impulso militar muy importante para la Alianza Atlántica, debido a que todos estos años que Helsinki ha pasado armándose y “vigilando” a su vecino ruso le han dotado de medios y conocimientos profesionales muy avanzados, como la vigilancia fronteriza con medios tecnológicos muy desarrollados, inteligencia y adiestramiento militar en general de sus apenas 23.000 soldados permanentes, pero que podrían aumentar rápidamente en caso necesario hasta los 280.000 militares a través de un desarrollado sistema de reclutamiento que teóricamente les permitiría llegar hasta el millón de efectivos en caso de urgencia nacional.
La artillería finlandesa es una de la mejores de Occidente con alrededor de 1.500 piezas, 700 morteros pesados y más de 100 sistemas de lanzamiento de cohetes.
También desarrolla operaciones marítimas, especialmente en el importante escenario del Ártico, el cual se espera sea (en un tiempo no muy lejano) el contexto de próximas acciones militares entre Estados.
La respuesta de Rusia
El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, aseveró a los periodistas en su aparición diaria que “observarían muy de cerca los próximos acontecimientos en Finlandia y sobre cómo la Alianza Atlántica usaría el territorio finlandés en términos de despliegue de armas, sistemas e infraestructuras militares en aquel país, y que dependiendo de lo que ocurriera al respecto, se tomarían las medidas oportunas”. Además de esto Sergei Ryabkov, del ministerio de exteriores añadió unas declaraciones en la televisión nacional: “Puedo describir perfectamente cómo están las relaciones de Rusia con Finlandia: naufragio. Nuestras relaciones están arruinadas por culpa de los Estados Unidos”.
Que Finlandia y Suecia se conviertan en miembros oficiales de la OTAN parecen ser muy buenas noticias. La incorporación de dos democracias plenas con sendos importantes medios e infraestructuras militares es, a priori, una importante ampliación para la Alianza político-militar, pero también hay que pensar en las obligaciones que ello conlleva: defensa militar de estos territorios, que tenemos que recordar, lindan en más de 1300 kilómetros con la frontera rusa, lo que significarán 1.300 posibilidades más de incidentes o problemas con Moscú.
Además, la bandera sueca debía de haber ondeado junto a la finlandesa en Bruselas (ya que presentaron su candidatura a la OTAN exactamente el mismo día), lo que también da buena cuenta de la cada más difícil puesta en consenso por los ya más de 30 países de la organización, y es que este tipo de decisiones, y otras de índole militar, deben ser aceptadas en quórum por todos los miembros del grupo sin excepción. La utilización del presidente turco Tayyip Erdogan de la posibilidad de veto a la entrada de Suecia a la Alianza para intereses meramente político-nacionales es un peligroso precedente para futuras decisiones internas, y no solo de ámbito político. La “sintonía democrática” que debiera imperar en la OTAN podría peligrar con el aumento excesivo de sus miembros porque cada Estado de la Alianza tiene sus propios intereses y objetivos estratégicos, y al final, las decisiones importantes deben tomarse por unanimidad.
Otros tres países aspiran a ser los miembros número 33,34 y 35 de la Alianza Atlántica. Se trata de Bosnia Herzegovina, Georgia y Kosovo. Aunque la situación de cada uno de ellos es diferente no parece que vayan a ingresar ninguno de los tres a corto plazo, especialmente en el caso de Georgia, que podría suponer otra confrontación directa con el Kremlin.