Diego Hidalgo Demeusois es un empresario, diplomático y mago profesional con una formación multidisciplinar en filosofía, política, economía y sociología. Fundador de varias empresas, como Amovens y Ballensworth, ha centrado parte de su carrera en la intersección entre tecnología y derechos humanos. En 2021 publicó Anestesiados, donde explora el impacto de la tecnología en la humanidad. Conversamos con él a propósito de su nuevo libro: Retomar el control (2024), donde critica el despliegue tecnológico que caracteriza nuestra época que, sostiene, a largo plazo nos infantiliza. Para revertir esa dinámica, es impulsor del Manifiesto Off, donde se urge a recuperar el control democrático sobre la tecnología para proteger la libertad, la privacidad y los derechos humanos frente al uso desmedido de la inteligencia artificial y los datos.
PREGUNTA. ‘Retomar el control’ explica de manera muy didáctica los efectos nocivos que comporta el uso indiscriminado de la tecnología. ¿Por qué es tan importante una alfabetización y regulación de ese uso para hacerlo más saludable? ¿Qué ejemplos ilustran el uso tóxico de la tecnología en nuestra vida cotidiana?
RESPUESTA. Estamos ante una tecnología digital cada vez más potente y que, en parte, está diseñada para explotar nuestras vulnerabilidades de una manera sofisticada. Todos somos sujetos de esta explotación y todos somos mucho más frágiles de lo que pensamos frente a ella. Esa toma de conciencia o alfabetización es imprescindible para darnos cuenta de por qué somos vulnerables y de qué manera nos podemos proteger ante esta explotación.
El fenómeno al que me estoy refiriendo se está manifestando, entre otras consecuencias, a través del enorme deterioro de la salud mental, especialmente entre los jóvenes, pero también a través de fenómenos tan diversos como los ataques que sufren nuestras democracias liberales con la desinformación, o los ciberataques que padecen infraestructuras clave en nuestra vida, como hospitales o redes de distribución eléctrica, a medida que las vamos conectando a la red. Existe una asimetría creciente entre, por un lado, los dispositivos y las plataformas y, por el otro, los seres humanos y sus instituciones: pensamos que somos nosotros los que los estamos utilizando pero, en realidad, ellos están adquiriendo datos y conocimiento de nosotros para luego comerciar con ellos. Debido a esta asimetría, sería una ilusión pensar que a título individual vamos a poder afrontar este reto de forma satisfactoria. Somos mucho menos libres de lo que creemos. Un adolescente que pasa una hora en TikTok tiene la ilusión de estar eligiendo lo que consume, pero estos contenidos le vienen dados por la propia plataforma, con lo que en realidad la persona se convierte en gran parte en un autómata, que dispone de un margen de libertad reducido. La aplicación también condiciona el tiempo que el usuario pasa con ella.
P. Hace hincapié en lo esencial que es velar por un adecuado uso de las nuevas tecnologías por parte de niños, adolescentes y jóvenes. Por ejemplo, apuesta por limitar los tiempos de uso, eliminar el empleo de dispositivos tecnológicos de los centros educativos y una gradualidad bastante restrictiva a la hora de manejarlos con autonomía. ¿Qué fundamentos científicos sustentan esas propuestas?
R. Desde principios de la década 2010 observamos un deterioro vertiginoso de la salud mental de los jóvenes. Esta realidad se ha corroborado en muchos países en los que disponemos de estadísticas. Este se manifiesta en un aumento muy marcado de depresiones, la ansiedad, casos de anorexia, autolesiones y las tentativas de suicidio en los últimos 15 años. Más allá de esta coincidencia temporal entre estas tendencias y la generalización de los smartphones, disponemos de evidencia cada vez más robusta de una relación de causalidad entre ambos fenómenos.
Un estudio de Cyber Guardians, publicado en 2024, muestra cómo los problemas de salud mental en menores de 20 años se han multiplicado por 4 entre el año 1997 y 2021 y la mayoría de este aumento se ha producido a partir de 2012. La investigación constata que en las provincias en las que la fibra se desplegó dos años antes, esta curva de aumentos de enfermedad mental empezó dos años antes y viceversa. Existen también experimentos que muestran que cuando se retiran los smartphones a niños y adolescentes, o cuando se limita fuertemente su uso durante un determinado periodo, se rebajan de manera muy significativa los niveles de ansiedad y otros temas asociados al malestar mental. Otros estudios como uno de Sapien Labs muestran una correlación entre la salud mental de los jóvenes adultos y la edad en la que recibieron su primer smartphone.
A pesar de esta evidencia, sigue existiendo un negacionismo de cómo la tecnología está empeorando la salud mental de nuestros jóvenes, y también de bastantes adultos, de la misma forma que durante mucho tiempo pasó con el cambio climático. A los estudios cuantitativos se suma la opinión de la inmensa mayoría de los profesionales de la salud mental con experiencia clínica.
Llama la atención que, simultáneamente se esté realizando un despliegue digital en los centros y procesos educativos. No solo porque los menores ya pasan más de 5 horas delante de pantallas, sino que, además, no existe evidencia de que contribuya a mejorar los aprendizajes. A escala global, los últimos estudios Pisa indican un deterioro generalizado de niveles escolares en los países de la OCDE. Existen estudios que muestran que en los centros y regiones en los que se digitaliza más obtienen peores resultados. También es muy significativo que, en países que fueron pioneros en introducir tecnología en los centros educativos, lo están reconsiderando. La realidad es que, en la infancia y la adolescencia, los beneficios de esta clase de tecnologías son muy escasos y el coste es muy elevado. Basado en esta evidencia, considero que los centros educativos, tanto los colegios como los institutos, deberían ser santuarios, donde el uso de la tecnología debería ser el mínimo imprescindible. En la campaña Por una educación OFF, iniciativa que hemos lanzado recientemente, explicamos también que las principales competencias necesarias para preparar a los menores a un mundo altamente digitalizado no se transmiten conectando a los niños desde una edad temprana, sino que se desarrollan principalmente en el mundo offline.
"El fenómeno al que me estoy refiriendo se está manifestando, entre otras consecuencias, a través del enorme deterioro de la salud mental, especialmente entre los jóvenes, pero también a través de fenómenos tan diversos como los ataques que sufren nuestras democracias liberales con la desinformación, o los ciberataques que padecen infraestructuras clave en nuestra vida"
P. Su relato ilustra los efectos adversos que representa la concentración de poder de los gigantes tecnológicos. ¿Qué medidas propone para salir de ese bucle y cultivar una mayor proporción de actores en el desarrollo tecnológico global?
R. Creo que debemos actuar tanto a nivel individual, como colectivo y regulatorio. Si fuésemos más conscientes de los efectos nefastos del monopolio de los gigantes tecnológicos en prácticamente todos los sectores, estaríamos sin duda más dispuestos a realizar pequeños pasos, muy poco costosos y dolorosos, para cambiar esas dinámicas en un plano más personal. Por ejemplo, es facilísimo cambiar su proveedor de correo electrónico y ya no usar, digamos, gmail. En el libro propongo una serie de alternativas para acceder a servicios que muchas veces utilizamos y que están vinculados a los gigantes tecnológicos.
Sin embargo, sin una acción regulatoria más rotunda, será difícil obligar a los gigantes tecnológicos que sean más respetuosos con el ser humano. Es cierto que han existido empresas con un dominio monopólico muy estimable, como por ejemplo el de Standard Oil, fundada en el siglo XIX y que adquirió su máximo poder a principios del siglo XX. Antes, esos monopolios tenían un poderío económico enorme, pero no influían en la forma en la que pensamos y no nos acompañan día y noche, como pasa actualmente con los Big Tech. Esas empresas saben muchísimo más sobre nosotros que cualquier otra entidad, y debido a este conocimiento tienen claves para influir en nuestro comportamiento en muchísimos ámbitos, incluyendo las cuestiones más íntimas o fundamentales de nuestras vidas.
En este contexto, lo primero que tenemos que hacer es regular sus productos en su propia concepción para que no sean tan liberticidas. En segundo lugar, regular los mercados que están comerciando con pedacitos de nuestra libertad. Por ejemplo, un algoritmo basado en nuestras conductas y compras es capaz de determinar una prioridad para que llevemos a cabo tal o cual acción y, en función de esto puede poner en tu camino elementos que influyan en tu comportamiento para inducirte a que hagas tal o cual cosa. Creo que este punto del debate es crucial. De la misma forma que hemos abolido mercados como el de los órganos humanos porque considerábamos que afectaban a la dignidad humana, debemos hacerlo con el control y venta de nuestros datos personales y con la información sobre cómo operamos en el mundo virtual y físico, que los gigantes tecnológicos extraen de nuestros movimientos en los teléfonos inteligentes, tabletas y ordenadores.
P. Concede mucho valor a la capacidad de desconectar de la tecnología y a restringir su uso en determinadas estancias del hogar. ¿De qué manera explica a un ciudadano promedio los beneficios que representan esa clase de gestos?
R. Si hacemos un balance crítico de nuestra manera de vivir en los últimos veinte años, nos daremos cuenta de que ha desaparecido, o al menos ha caído en desuso, un botón clave de nuestros dispositivos: “el off”. Este botón de apagado nos otorgaba el poder de decidir cuando teníamos la intención de dejar de utilizarlos. En el contexto en el que vivimos, creo que es imprescindible reinventarlo de forma creativa y reintroducirlo en nuestras existencias.
Es importante establecer barreras temporales y físicas en nuestro uso de la tecnología. ¿Por qué? Lo cierto es que los teléfonos inteligentes han tenido efectos especialmente negativos en nuestro bienestar, y son responsable de un marcado deterioro cognitivo y emocional. Por ejemplo, el hecho de que el smartphone sea lo primero y lo último que una persona tiene entre las manos en el día a día, contribuye a que sea un activador de la ansiedad.
En el libro procuro ilustrar los beneficios que representa restringir su uso dentro de distintos espacios del hogar, como el dormitorio. También insisto en el valor de abstenernos de utilizar estos dispositivos durante las comidas, de manera que también podríamos hablar de barreras situacionales. Es imprescindible tener momentos de intercambio que no tengan interrupciones ni mediaciones por parte de la tecnología digital. Las comidas son momentos clave para compartir, donde podemos reintroducir el botón de “off” y estar plenamente centrados en nosotros mismos, en lo que comemos y en la compañía que tenemos.
P. Glosa el potencial de la inteligencia artificial tanto en positivo como en destructivo y pone el acento en regularla. ¿Por qué es tan importante esa labor?
R. Creo que el énfasis en la IA debe centrarse en la regulación más que en la acción individual, aunque también es importante mantener esa intencionalidad personal. Como muestra, cito ejemplos en los que basta con que una sola persona en el mundo tenga una mala intención o cometa un descuido significativo, entre las decenas de miles que, por ejemplo, se dedican a emplear la inteligencia artificial en el sector farmacológico, para que se produzca un desastre global.
En ese sentido, creo que en los últimos años hemos estado viviendo una ilusión, promovida por los gigantes tecnológicos, que nos hace creer que, gracias a sus estándares morales superiores, estábamos protegidos de los riesgos que derivan de la tecnología. Pero la realidad es que esto no es así. Por ello, es fundamental que nos tomemos en serio la tarea de regular la inteligencia artificial, porque se están creando unas tecnologías tan sofisticadas y autónomas que, en muchas ocasiones, sus propios creadores no cumplen con las directrices de sus servicios. Por ejemplo, hay plataformas que están diseñadas para cumplir un propósito específico y, ocho meses después, sus propios concebidores se dan cuenta de que están generando un resultado para el cual ni siquiera estaban programadas. A veces, incluso descubren que comprenden un idioma que, supuestamente, no deberían conocer, pero que han aprendido por sí mismas.
Si bien la inteligencia artificial puede tener usos muy favorables, virtuosos y positivos para la humanidad, sobre todo si es utilizada de forma muy específica en campos muy concretos, como la corrección de problemas medioambientales o en el sector sanitario. Sin embargo, hay que estar muy atentos porque a medida que nos entregamos a la IA y externalizamos nuestras operaciones cognitivas en ella, el ser humano va dando un paso hacia atrás. De tal modo que pierde no solamente una parte de su forma de pensar y de sus capacidades cognitivas, sino también su capacidad para elegir, tomar decisiones y resolver problemas.
Cuanto más le pedimos a la IA que encuentre soluciones por nosotros, más decisiones tomará basándose en criterios que ni siquiera están al alcance de la mente humana, lo que genera un riesgo indudable en numerosos ámbitos de nuestra vida.
P. Critica ciertos postulados del transhumanismo. Por un lado, advierte que nos podría diferenciar groseramente en capacidades cognitivas y biológicas muy acusadas en función de nuestros recursos. Otro posible escenario es que podría uniformarnos en una suerte de dependencia tecnológica que nos terminaría por deshumanizar. Podría explicarnos más en detalle estas críticas y cuál sería su ideal de desarrollo humano en armonía con un desarrollo tecnológico más humanista.
R. Es importante aclarar que el transhumanismo es una ideología que, como muchas otras, intenta presentar como un fenómeno natural algo que en realidad se fundamenta en premisas ideológicas, que se sintetizan en la apuesta por la fusión entre el ser humano y la tecnología para crear una especie de “súper-ser humano”, potenciado física y mentalmente mediante la incorporación de la tecnología en el propio organismo. Si bien los avances científicos ofrecen atajos que podrían hacer viable este escenario, ello nos obligaría a todos a aumentar nuestras capacidades, en cuyo caso se produciría un fenómeno de igualación según el cual todos estaríamos operando con el mismo sistema operativo o con los mismos dos o tres sistemas operativos a escala mundial, de una manera similar a lo que ya sucede con los teléfonos inteligentes. Esto daría lugar a una divergencia entre “los seres aumentados” y los que optaran por no hacerlo.
No obstante, mi crítica al transhumanismo va más allá: creo que se produciría una mercantilización del ser humano, similar a la que se está produciendo en nuestro día a día a través de plataformas y dispositivos digitales. Nos volveríamos dependientes de actualizaciones de software, pero esta vez aplicadas a nuestros cuerpos y cerebros.
Detrás de esta ideología subyace un énfasis absoluto en la eficiencia y en la maximización del rendimiento del ser humano, tanto en términos de bienestar físico como intelectual, y creo que la felicidad está ligada a otros factores, en especial a la capacidad del ser humano para encontrar un sentido a lo que hace y eso rara vez nos viene dado por una mayor eficiencia en los diferentes aspectos de nuestras vidas.
"Creo que en los últimos años hemos estado viviendo una ilusión, promovida por los gigantes tecnológicos, que nos hace creer que, gracias a sus estándares morales superiores, estábamos protegidos de los riesgos que derivan de la tecnología"
P. ¿Por qué considera que debemos salir de la dinámica del “todo en uno” con la que empleamos el móvil? ¿Y por qué es importante también aplicar esa diversificación en nuestros métodos de pago?
R. Los smartphones son prácticos, ya que han concentrado en un solo dispositivo muchas funcionalidades que antes nos aportaban distintos aparatos, lo cual puede ser muy operativo. Sin embargo, también son máquinas muy potentes de recolección de datos. Esos dispositivos alimentan plataformas muy concentradas que permiten absorber una cantidad de información elevadísima. Por ejemplo, con el smartphone estamos localizados en todo momento. En segundo lugar, los teléfonos inteligentes son elementos de distracción, de manera que nos hacen pasar de una actividad a otra, capturando nuestra atención. En tercer lugar, son máquinas que nos invitan a externalizar nuestras capacidades cognitivas, de manera que pedimos en muchas ocasiones a nuestro dispositivo que piense por nosotros, que calcule y tome decisiones por nosotros, un fenómeno que se intensifica con la evolución de la inteligencia artificial.
En Retomar el control propongo recuperar lo que llamo “objetos de un solo propósito”, que podrían parecer obsoletos o poco competitivos frente a esta varita mágica que llevamos en el bolsillo. Hablo de libros, despertadores o máquinas de fotos… que nos hacen ganar en libertad de elección.
Respecto a la diversificación de pagos, cuando utilizamos un único método para todas nuestras compras, estamos proporcionando una información valiosa sobre nuestro comportamiento y hábitos de consumo. Esto le permite a una plataforma deducir muchísimas características de quiénes somos y de cómo somos, lo cual activa las palancas para influir en nuestro comportamiento de consumo y también en nuestra conducta de manera general. Así, nuestras vidas van apoyándose cada vez más en una especie de matriz digital donde todas nuestras decisiones –desde lo que consumimos hasta a quién votamos o con quién nos casamos– contribuyen a que, al concentrar tanta información sobre nosotros, seamos más vulnerables a cualquier tipo de influencia.
P. Por último, resulta muy instructivo del estilo de vida que propone su apuesta por ejercer pequeños gestos que relacionan esfuerzo y relación humana. ¿Por qué?
R. La tecnología digital nos invita a ahorrar esfuerzos y a reducir la interacción humana, lo que en ciertos momentos puede parecer energéticamente costoso. Es cierto que esa interacción a veces hace que llevemos a cabo las tareas de una manera más lenta de lo que lo podríamos hacerla si estamos asistidos por esta tecnología, pero el problema es que en el fondo el grado de satisfacción que experimentamos en nuestras vidas depende en gran medida de los esfuerzos que llevamos a cabo de manera autónoma para resolver problemas. Por lo tanto, sí apuesto por esta interacción humana que tenemos en nuestro día a día, que nos da la oportunidad de tener una vida más profunda y feliz.