Hoy el tema va de ironizar a propósito de la arrogancia intelectual que las izquierdas progresistas se atribuyen a sí mismas. Resulta que no hace mucho en una revista digital, cuyo título no deseo mencionar y un articulista, cuyo nombre he olvidado, al evaluar los resultados de 28M se lamentaba de lo catastrófico que estos serían para las izquierdas, ya que las “derechas bárbaras” barrerían de forma injusta, todo el esfuerzo hecho por el gobierno inspirado en las aportaciones de “la izquierda ilustrada “. Esta es la falacia doctrinal perfecta: “que nuestra izquierda actual sea ilustrada”. Mi anterior afirmación no es superficial ni gratuita ya que la planteé en 2018 con la publicación titulada “La decadencia de la izquierda española”. Pero la concepción maniquea de “derecha bárbara” frente a “izquierda ilustrada,” no deja de representar un exceso de prepotencia progresista, de arrogancia insultante y de desprecio hacia sus adversarios políticos.
¿De verdad la progresía española actual transpira erudición? ¿Los ministros del sanchismo ostentan una tasa de intelectualidad que suscite admiración alguna? ¿Podemos considerar a los artistas, directores de cine o teatro, cantantes, e incluso periodistas afines al progresismo, ejemplos de sujetos ilustrados? Buenos intelectuales de izquierdas suponemos que hay, y sobre todo concentrados en diversos sectores universitarios y académicos o en estructuras orgánicas, como los hay en todos los partidos e ideologías, esa es otra cuestión. ¿Pero se puede afirmar que hoy exista una “izquierda ilustrada”? Rechazo la mayor.
Merece la pena hacer un breve resumen histórico de esta temática porque hubo tiempos en que esta sentencia no era una falacia, sino un hecho objetivo y diferencial. Tomemos en consideración que, el siglo XIX, si fue un periodo donde se puso la semilla de lo que después sí sería un ciclo de superioridad intelectual de los movimientos revolucionarios y que se consolidarían en el siglo siguiente. Fue aquél el siglo de Hegel, Marx, Prudhon, Kropotkin, Engels, Feuerbach, Ricardo, Darwin, etc., arropados en un optimismo evolucionista y materialista que abría nuevas y razonables expectativas para las sociedades europeas afectadas por la Revolución Industrial.
Durante las primeras décadas del siglo XX y la IGM, las esperanzas revolucionarias captaron el interés de los hijos de las élites de la época, que se convertían entusiasmados al sueño de las ideas del socialismo o el anarquismo, atrayendo para su causa a una generación de personajes como Bernard Show, Dos Pasos, Hemingway, Orwell y una avalancha de intelectuales que inundaron el laborismo militante procedentes de la burguesía británica. Mientras tanto, la Rusia zarista sucumbía por el acoso político de los bolcheviques que consumaron su revolución con la creación en 1922 de la URSS, de la mano de Lenin, Trotsky y Stalin, por simplificar. Además de contar con el apoyo de las vanguardias artísticas e intelectuales europeas de la época que aplaudían al nuevo estado. Recordemos que en 1924 se pusieron los cimientos de lo que más adelante se denominaría la Escuela de Frankfurt, institución creada para el desarrollo del pensamiento marxista que más tarde produciría intelectuales filo marxistas de la talla de Marcuse, Adorno, Erich Fromm o Habermas. Por otros motivos, obligada es la mención de Gramsci, fallecido en 1937.
La propia Guerra Civil española se nutrió de las rentas de esta generación de intelectuales de origen elitista convertidos a la causa de la revolución, como lo recoge perfectamente la nómina de los denominados Amigos de la Unión Soviética (AUS), incorporando a una buena parte de la intelectualidad española de la época, como Concha Espina, Pío Baroja, Jacinto Benavente, Ramón J. Sender, Antonio Machado, Valle Inclán, etc. Si bien muchos de ellos posteriormente renunciaron, lo cierto es que formaron parte de esta asociación y durante algún tiempo, la dieron su apoyo explícito. Algo que debe reconfortar a los progresistas de hoy que llenos de nostalgia, miran hacia atrás con legítimo orgullo.
Después de la II Guerra Mundial con la derrota de nacionalsocialismo alemán, y la victoria del marxismo y sus ideas, los revolucionarios recibieron nuevos impulsos que abrían las puertas a una justificada superioridad intelectual. Los soviéticos vencedores dieron amparo y apoyo a sus franquicias comunistas europeas incorporando a nuevos filósofos e intelectuales a la causa comunista, como Lukács, Henri Lefebvre, Sartre, Althusser, o pintores como nuestro Picasso. En estos tiempos estaba de moda, molaba ser marxista.
No hay duda en asumir que, en el siglo XX la influencia en la intelectualidad afín al marxismo en general y del socialismo en particular, alcanzó su cenit. El politólogo francés Raymond Aron lo reflejó perfectamente en su ensayo de 1955 titulado, “El opio de los intelectuales”. Evidencia en él la ausencia de crítica desde la intelligentsia hacia la hegemonía del socialismo real de posguerra, a pesar de sus evidentes y decepcionantes resultados. En un fotograma de la película Un hombre de suerte (1973), dirigida por uno de los artífices del free cinema, Lindsay Anderson, se puede ver el acierto en el diagnóstico del ensayo de Aron que refleja ese filme, con una pintada alegórica: La revolución es el opio de los intelectuales. Hace 50 años los intelectuales todavía anhelaban más la revolución social que los propios proletarios ¿Asumieron sus contradicciones?
Con la llegada de los años noventa todo comenzó a cambiar. Después de la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS, la teoría marxista quedó refutada por los hechos, lastrando el interés de la intelectualidad por esta doctrina, minada de por sí por la Guerra Fría, abriéndose un nuevo periodo de desencanto intelectual y de enfriamiento, por no decir congelación. No obstante, apelando a un acto de fe más que de razón, el marxismo en sus diversas versiones continuó vivo, aunque sufriendo una desaceleración que aún perdura, con rebrotes nostálgicos, pero sin la productividad intelectual de antaño.
La supuesta superioridad intelectual de la izquierda ha vivido de las rentas del pasado, como se ha descrito en párrafos anteriores, pero objetivamente, aquella larga lista de intelectuales, artistas y personajes ilustres, etc., son pasado y no se atisba ningún vector que anticipe la reposición de esos intelectuales comprometidos, con la pasión con que se sumaron al proyecto ideológico en el siglo XIX y XX. Más bien al contrario. Afirmo que, aquel tiempo pasado fue mejor para la progresía, pero ya pasó, es historia. Hoy no se da la concurrencia de tanta intelectualidad afín al progresismo como se dio en el pasado con el marxismo clásico. Claro que, tampoco existe el atractivo mesiánico de una Unión Soviética que influya y se erija en un modelo y motor atractivo y dinamizador para los jóvenes intelectuales.
La cuestión principal es que, desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX, el marxismo era aún un proyecto doctrinal abierto, empeñado en un diseño artificial de un “nuevo hombre” y una “nueva sociedad” que atraía y encandilaba a intelectuales, filósofos, sociólogos, economistas, artistas, etc., deseosos de participar en ese nuevo proyecto esperanzador de sociedad. Pero el fracaso de la URSS y del socialismo real en los años 90, decepcionó a muchos de sus defensores, perdió atractivo y alejó de él a la intelectualidad. La izquierda y el progresismo, ramas del marxismo, comenzaban a quedarse obsoletas, excepto para los fundamentalistas y utópicos.
Nuevas baratijas doctrinales llegaron en su ayuda: el ecologismo, el feminismo radical, el movimiento LGTBI, el cambio climático, la cultura “woke”, el animalismo o cualquier “ismo” que pudiera ser políticamente rentable, pero esta amalgama heterogénea no ha agregado más intelligentsia, ni más ilustración, ni más atractivo intelectual por el progresismo.
Las anteriores incorporaciones doctrinales no frenaron la pérdida de capital intelectual, por ejemplo, en 2008, el libro “Por qué dejé de ser de izquierdas”, recogía un listado de intelectuales que abandonaron la izquierda; veamos sus nombres: Jiménez Losantos, Amando de Miguel, Pío Moa, Carlos Semprún Maura, Horacio Vázquez-Rial, Juan Carlos Girauta, José María Marco, Cristina Losada, José García Domínguez y Pedro de Tena. Se podrían incluir en esta lista a Ramón Tamames y a título póstumo Sánchez Dragó y Antonio Escohotado, recientemente fallecidos, pero el listado de abandonos sigue abierto.
No es de extrañar que, semi perdidos, los progresistas apelen a Castro, al “Che”, a Evo Morales, Chaves, Maduro, Daniel Ortega, etc., pero estos mitos ¿son modelos de intelectualidad? Me temo que no. Son ejemplos de revolucionarios, pero nada que ver con una pretendida “izquierda ilustrada”. Si nos aproximamos a los epígonos de la ultraizquierda española, encontramos que algunos han alcanzado grados de doctor, sumergidos en exclusiva en autores de su gremio, e impregnados en los textos endogámicos del pasado. ¿Pero que han producido? ¿Dónde están esos intelectuales fructíferos y sesudos con publicaciones prietas de profundidad? Como comenté antes, merodean en el mundo de los “ismos” alternativos y nos producen conceptos tan celebrados como “heteropatriarcado”, “matria”, “tarea urgenta” y otras lindezas. ¿Esto es digno de calificarse como “ilustrado”?
Como alternativa aparecen “nuevos ilustrados”, no en forma de ensayistas o filósofos, no, sino de actores, cantantes, músicos, periodistas, directores de cine, tertulianos, etc., que podríamos catalogar como la nueva élite de esta progresía que no vive volcada en una revolución social, ni en la creación del “hombre nuevo”, sino en el famoseo político de esta sociedad, y que Vargas Llosa calificó muy acertadamente como, la “la sociedad del espectáculo”. Menudo cambio, de vivir de un pasado intelectual brillante a navegar en un presente de intelectuales de muy modesta valía.
Total, que la progresía actual y su superioridad intelectual, vive autoengañada aferrada a un pasado brillante pero que ya se desvaneció con los años.
No dudo que entre los progresistas existan aceptables intelectuales, sociólogos, filósofos, escritores o economistas, pero no lo suficientemente potentes, ni en calidad ni en cantidad, como para presumir de la superioridad intelectual de ayer, ni mucho menos, para clasificar a nuestra progresía de hoy de “izquierda ilustrada”. Este aserto es el que nos confirma que estamos ante una auténtica falacia doctrinal, lo que predice que a nuestras izquierdas les resultará más fácil ser culturalmente hegemónicas que ser ilustradas.
Publicaciones relacionadas:
- Pérez Velasco, V.M. (2018) “La decadencia de la izquierda española”.
- Somalo, J. y Noya, M. (2008) “Por qué deje de ser de izquierdas”.