Este es el título de la conocida obra de Vicente Blasco Ibáñez publicada a principios del siglo pasado en la que hace un fiel reflejo de una zona determinada de Valencia y nos relata la realidad social de esa zona y de las costumbres y vida de sus gentes. Pues bien, he querido utilizar el título de esa afamada novela para describir lo acontecido el día 3 de este mes de octubre, Dia de Todos los Difuntos, precisamente en esa zona.
No recuerdo en nuestro país una devastación semejante como la provocada por esta DANA. Como tampoco recuerdo ningún tipo de agresión e insultos a los Reyes, excepto en algunos reductos del territorio español y que todos conocemos. No ahondaré en consideraciones acerca de la idoneidad de esa visita, pero la reacción de quienes han perdido a sus familiares, sus casas, su modo de vida, era muy previsible.
Nada podría justificar esos insultos y agresiones, excepto la impotencia de ser parte del paisaje. Un paisaje tétrico y desolador por la gota fría con olor a cañas, barro, muerte y desolación.
No he visto en estos días a ningún político quitando barro. Las palabras no alimentan estómagos, ni levantan tabiques.
Sí habría que poner en valor la estoicidad de los Reyes, que aguantaron el aluvión de improperios, empujones y lanzamiento de barro en sus caras, y comparar esta actitud con la de un presidente de Gobierno que escapó dejando a los demás a merced de lo que pudiese ocurrir.
Los sucesos de estos días darían para escribir hasta la extenuación. Vergonzante la actitud de un Gobierno inepto, ineficaz, mentiroso y falto de toda humanidad. De tanto “tirarse fango dialectico” en el Congreso han recibido en sus rostros el fango real impregnado de muerte y desolación. El fango de la desgracia y de la impotencia.
Ahora sí saben de fango. Y es raro que no estén acostumbrados, ya que sus sesiones en el Congreso se parecen más a un lodazal que a otra cosa y es donde estas llamadas “señorías”, al igual que algunos animales, se encuentran más a gusto. De esos animales a los que me refiero dicen que se aprovecha todo. De estos políticos nada es sustantivo de apreciar.
Nuestro Congreso de los Diputados lleva mucho tiempo oliendo a ciénaga. Nos mienten, nos manejan. Nos entretienen con cortinas de humo o tinta de calamar para que no nos demos cuenta de que la máquina política nos va horadando poco a poco sin el menor pudor.
Si pudiéramos viajar en el tiempo sería conveniente irnos al día de las últimas elecciones generales, sacar nuestra papeleta de las urna y meterle fuego. ¿Qué más nos podría pasar?
Alguien ha comentado que ha visto cómo los propios leones que presiden la fachada del Congreso vuelven la cara cuando estos políticos entran o salen. Notarán la podredumbre. Valencia y España no merecen un Gobierno de tahúres y trileros. Amunt Valencia.