Hoy Doce de Octubre es nuestra fiesta nacional. En realidad, es casi nuestra fiesta nacional porque hay miles de españoles, sí españoles, que no lo celebran porque no se sienten como tales. Hace algunos años algunos ayuntamientos catalanes incluso declararon el Doce de Octubre, sin mucho éxito, día laborable.
Hay muchos radicales que odian a España y por suerte (y por política) ya no matan. Otros más “moderados” nos desprecian y, por supuesto, también lo hacen a nuestra bandera nacional, que hoy presidirá un desfile en el que no estarán, seguro, dos presidentes que aspiran a tener sus propios desfiles nacionales, quizá con Patrulla Águila y todo. Qué pena.
Tenemos un país que no está mal. Nuestra Sanidad funciona, la Educación marcha (con dificultades), Hacienda persigue a los que defraudan, hay buenas redes de transportes y tenemos hasta unos buenos servicios sociales. Hay dificultades, sí muchas, pero no muy diferentes a los de otros países del mundo.
Estos países no tienen nuestro problema. En el año 2022 muchos de nuestros compatriotas prefieren no ser españoles y han acumulado un odio que hace incómodo incluso relacionarse con ellos, sentarse a tomar un café, ver un partido de fútbol, celebrar un cumpleaños, la Navidad o coincidir en un viaje del Imserso.
Hubo varias oportunidades, ya muerto el dictador y en democracia, en las que con política, se pudieron cambiar las cosas. Con política, y también con otras medidas, los asesinos dejaron de matar y desde entonces construimos un país sin sangre.
El paso siguiente debería ser, en esto parece que hay cierto consenso, redefinir un modelo de Estado en el que los nacionalistas no se salgan con la suya, la independencia, pero se encuentren algo más “cómodos” y, al menos, no insulten a los que creemos en la España constitucional y tengan respeto por nuestra bandera y nuestras leyes.
Tuvimos varias oportunidades para iniciar esta difícil, pero no imposible tarea. Lo logramos con los que mataban. Nuestra primera oportunidad fueron los Juegos Olímpicos, con un Nou Camp lleno de banderas de España, muchas medallas, la selección de fútbol campeona y Fermín Cacho llevándonos a lo más alto en los 1.500 metros lisos. Se podía haber hecho algo, pero la derecha y la izquierda estaban en otra cosa. Y sin los dos partidos más importantes unidos para defender, y reconstruir, un Estado fuerte no hay nada que hacer.
Tuvimos una segunda oportunidad en 2010. La bandera, de la que aún algunos tenían vergüenza, fue colocada en miles de nuestras ventanas, incluso los más valientes no tuvieron miedo a mostrarla en sus balcones en el País Vasco o Cataluña. Parecía increíble.
Fue el Mundial que ganó un hombre al que admira todo el mundo. Vicente del Bosque, un grande, hombre íntegro, nos llevó a lo más alto y en toda España, incluso en la periferia más periferia se celebró nuestra victoria en la calle. Fue un triunfo gracias a jugadores madrileños, vascos, catalanes… Juntos rendimos más y fuimos los más grandes.
ETA cometió uno de sus crímenes más horrendos con el asesinato de Miguel Angel Blanco. La población española, unánimemente, respondió pintando sus manos de blanco y exigiendo que se pusiera en libertad al concejal popular.
Los asesinos mataron de un tiro en la nunca a Miguel Angel provocando una movilización impresionante y una unión pocas veces conocida entre las fuerzas políticas de toda España, incluidas las nacionalistas.
Tampoco los partidos supieron canalizar y conducir ese intenso fervor hacia la construcción de algo nuevo, más unitario y que terminara en un Estado más fuerte en beneficio de todos.
La pandemia asesina podía habernos unido más y haber olvidado los constantes insultos que sufre la bandera y el Estado. Una situación como esta enfermedad se combate mejor unidos contra el enemigo común. Hubo discrepancias importantes.
La mecha del odio, tras la fracasada independencia, ya estaba en marcha y algunos no quisieron la cooperación para luchar contra el bicho criminal. Algunos ayuntamientos llegaron a rechazar, en un claro delito de odio, el ofrecimiento de nuestros soldados, que se jugaron la vida, para instalar hospitales provisionales. El colmo de la estupidez: rechazar ayuda para luchar contra la muerte por defender un espíritu nacionalista insolidario.
Celebramos hoy la fiesta nacional con el desprecio de los nacionalistas excluyentes. Y lo que es peor, uno de los dos partidos de Estado, el PSOE, lleva años pactando con ellos para mantenerse en el poder. Lo hacen también con Bildu, algunos con una satisfacción incomprensible. Hace unos años los que hoy les apoyan justificaban el asesinato de sus compañeros.
En un reciente Curso de Defensa Nacional en el Ceseden uno de los profesores nos decía que mientras en las escuelas de todo el Estado no se enseñe que España es una nación de todos y no un enemigo público no haremos nada. Los medios de comunicación públicos, y algunos privados en esas comunidades, continúan la ofensiva contra todo lo nacional cuando los niños abandonan los colegios donde no se les enseña un concepto auténtico de lo que es España.
El PSOE es un partido de Estado y así lo ha demostrado en muchas ocasiones. Gran parte de sus militantes, y muchos de sus dirigentes, creen en la reconstrucción de este Estrado, con sus variantes autonómicas, o federal, o la que se acuerde. También a muchos les repugna el pacto con independentistas o ser socios de los asesinos. Y algunos lo dicen, otros por disciplina, miedo o prudencia callan. Igual que muchos en la derecha que creen que sus dirigentes se equivocan constantemente con Cataluña y el País Vasco y callan. Así les va.
Más de 40 años de democracia no han servido para que PP y PSOE hayan pactado y trabajado en el modelo casi definitivo de Estado. Ciudadanos, que hubiera podido hacer mucho bien en esta construcción, fue un fracaso más. Tenía buena pinta, pero un líder borracho de poder lo destrozó al pensar sólo en él y no en la España que decía querer tanto.
Mientras que el PP y el PSOE no cedan algo cada uno en sus apetencias ideológicas y cimenten y definan qué Estado quieren: autonómico, federal, autonómico plus, o federal premium, o lo que se tercie, no se podrá profundizar y crear una conciencia nacional en las escuelas ni en otro lugar. Habría que intentar la reválida con los independentistas y decirles que esta es una gran oportunidad, quizá la última para ampliar sus ya amplias competencias.
Con un modelo definido se puede negociar con los nacionalistas, algo que no se podrá lograr si las dos primeras fuerzas no tienen claro qué somos y qué queremos ser. Muchos españoles pensamos que tenemos un gran país y que podría ser mejor, y más poderoso, si con reformas lográramos atraer a una senda nacional a miles de personas que están hartas de salir a la calle a pedir algo que no van a lograr nunca: la independencia.
Quizá la primera medida sería cambiar la fecha de nuestra fiesta nacional. Que diga esto un aragonés ejerciente es casi un delito. Un 6 de diciembre con una constitución reformada y “avanzada” quizá sería más útil que el Día de la Hispanidad, que provoca urticaria a muchos de los nacionalistas.
El odio acumulado me hace pensar que el éxito no se logrará en esta generación. Tampoco pedimos mucho. Solo que respeten nuestra bandera, que es de todos, como nosotros respetamos la suya, que también es nuestra.
La historia de España nos ha enseñado que no hay nada imposible. El problema es que con esta clase política ese cambio, que muchos deseamos, no lo vamos a ver en varias generaciones. Es más, no se si algunos lo veremos. Una pena.