Nunca se sabe cómo ni cuándo un hecho a priori poco relevante puede acabar siendo el detonante que cambie la dirección de nuestro futuro. Y lo curioso es que no es algo extraño, sino que muy al contario son muchas las biografías y los hechos históricos que contienen al menos una de esas situaciones azarosas que, casi casi sin querer, han supuesto un punto de inflexión en el orden de los acontecimientos.
En el caso de Donald Trump es muy citado uno de estos hechos que marcó en buena forma su futuro y, consecuentemente, el devenir de la política estadounidense y la geopolítica actual.
Me refiero a la famosa cena anual de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca de 2011, una cita que, como todos los años, congregó el 30 de abril de aquel año a políticos y periodistas, además de a artistas y estrellas del cine como Sean Penn o Scarlett Johanson.
Cabe recordar que entonces Barack Obama encaraba su primer mandato como presidente de Estados Unidos y que, tras varias semanas en las que Donald Trump -entonces un célebre multimillonario que reventaba audiencias con sus participaciones en distintos programas de televisión-, había puesto en duda su nacionalidad (sostenía que había nacido en Kenia), coincidieron en aquel acto en el que, como suele ser habitual, el presidente debía realizar una intervención humorística.
Era la ocasión perfecta para que Obama respondiera a Trump, y no perdió la ocasión de hacerlo. Sin opción de réplica, cargó su alocución de bromas que dirigió de forma insistente sobre aquel millonario de pelo y tez dorados (entre ellas, mostró una foto del aspecto que tendría la Casa Blanca en el hipotético caso de que Trump fuera el presidente de Estados Unidos, con luces de neón en el techo, mujeres en bañador, casino y jugadores de golf…), consiguiendo que el empresario, desde la mesa de invitados de The Washington Post, fuera el hazmerreír de aquella noche.
Apenas sin gesticular, Trump, que sabía a lo que iba, pero que no pensaba que el escarnio iba a ser tan generalizado, aguantó el chaparrón y las carcajadas de los 2.500 presentes tras tres horas de comida y bebida variadas. Una periodista de The New Yorker que se sentaba cerca relató al detalle la tensión con la que Trump vivió aquella situación. "Estaba sentado tieso, con la barbilla apretada, en una rabia cerrada e inamovible", relató la cronista.
Dicen quienes lo conocen que aquel evento supuso un antes y un después para Donald Trump, quien no perdonó aquella humillación pública y quien, desde entonces, se tomó como gran objetivo de su vida el presentarse y ganar las elecciones de su país, hecho que consiguió en 2016 y cuyo legado, aún muy presente, se extendió hasta 2020, dos meses antes de que sus partidarios tomaran el Capitolio como rechazo a los resultados de las elecciones que perdió frente al demócrata Joe Biden.
Aquella cena que podía haber sido una más entre las muchas citas sociales a las que acudía el altivo empresario de Brooklyn, supuso, como él mismo ha reconocido a posteriori, un antes y un después, el estímulo que necesitaba un tipo ganador, que nunca pide perdón y no admite errores (palabras suyas) que decidió convertirse en el 45 presidente de los Estados Unidos.
Volviendo a nuestros días, hay un nuevo hecho en relación con Donald Trump que sí me parece muy importante y que, sin embargo, ha pasado bastante inadvertido en los medios de comunicación (cosa bastante normal con todo lo que desgraciadamente está sucediendo). En este caso, el hecho que da origen a la noticia sí es relevante -puede resultar crucial cara a sus intenciones, ya confirmadas, de volver a presentarse como candidato del partido republicano para las elecciones de 2024-, pero la cobertura informativa que se le ha dado ha sido bastante irrelevante por razones obvias.
Sucedió cuatro días antes del comienzo de la invasión de Ucrania. Ese día el ex presidente de Estados Unidos presentó Truth Social (verdad social en inglés), una red social que él mismo ha creado ante el veto que sufre por parte de Twitter y Facebook, de donde fue expulsado.
Trump, quien llegó a tener 90 millones de seguidores en Twitter, decidió cortar por lo sano y como el niño rico que sigue siendo, se compró su propia red social, la red de la verdad, otra verdad absoluta que no admite que sea cuestionada y que sumamos a la que su admirado Vladimir Putin defiende a capa y espada aunque para ello tenga que reformar la ley rusa y acusar a quien se le ponga por delante por publicar "noticias falsas".
Truth Social marca un hito en el ámbito de la comunicación y la compartición de contenidos, porque si bien es habitual que los magnates adquieran medios de comunicación (la llamativa compra del Washington Post por parte de Bezos en 2013 se sumó a una larga tradición en Estados Unidos), esta es la primera vez que algo así sucede con una red social a la que se van a dar de alta los millones de incondicionales de Trump y que acabará tratando de tú a tú a Twitter o Facebook a nivel mundial. Aún está en pruebas, solo disponible en Apple USA (es la app más descargada en las últimas semanas) y de momento fallando más de lo deseable, aunque estará a punto, según dicen, a finales de marzo para dar cabida a todo aquel que quiera participar de la verdad absoluta del que seguramente acabe siendo uno de los dos candidatos que se disputen las elecciones de dentro de dos años. Es una red social que se podrá disfrutar sin vetos ni censuras (cualquier truth, es el nombre que designará a los tuits, será bienvenido, diga lo que diga), sin voces que repliquen o rebatan ninguna de las afirmaciones que allí se realicen; un espacio que dará voz a la legión de seguidores del magnate, quienes además no tendrán que perder su tiempo atendiendo otros puntos de vista de los que proliferan en los medios de comunicación o en las redes sociales; el nuevo hogar de los “verdaderos americanos”.
Salvando las distancias con lo que está sucediendo con los medios de comunicación y redes sociales en Rusia, la creación de espacios en los que solo se acepta el intercambio de ideas de un mismo color deja entrever una peligrosa deriva global hacia una suerte de absolutismo informativo que debemos evitar.
La lucha por el dominio del relato, purgando a las voces discrepantes, ha hecho que deje de parecer una anormalidad los intentos con los que determinados líderes tratan de “atornillar” el predicamento de sus mandamientos a la norma vigente. Putin lo ha hecho mediante la censura, la opresión y el miedo a la cárcel, y Trump quiere conseguirlo abriendo hueco a su nuevo juguete en un mercado libre y protegido por las instituciones, en el que los usuarios pueden elegir y complementar sus conocimientos como deseen. La diferencia del método es abismal, no admite comparación (Trump está respetando las reglas del juego mientras que Putin las ha prendido fuego), aunque el propósito de quedarse solos en el discurso, al margen de cruces de opiniones, y de debates que despierten el espíritu crítico, es igual de peligroso.
Porque la creación de entornos en los que solo se da cabida a los que piensan o sienten como nosotros, en los que se duda de quienes levantan la mano para cuestionar nada, acaba configurando una realidad a medida de ese grupo de la que se acaba excluyendo al diferente, con el que cada vez nos unen menos lazos y con quien al final acabamos rompiendo cualquier vínculo. Ese punto del camino es el principio del fin de una sociedad libre, plural y crítica; su bifurcación hacia una tribalización excluyente en la que lo que era una sociedad se descompone en minorías que tratarán de imponer su identidad a los demás grupos.
La creación de Truth Social fue noticia el 20 de febrero, una de esas noticias nimias como la cena de los corresponsales de 2011 en la que Donald Trump encontró la energía que le faltaba para lanzarse a la carrera presidencial de los Estados Unidos.