Los cibercriminales atacan desde cualquier rincón del planeta, son muy rápidos y juegan con la impotencia de sus perseguidores, que incluso asumen debilidades y reconocen en público y en privado un alto porcentaje de impunidad. Estamos ante un problema que traspasa las fronteras nacionales y que requiere, por tanto, actuaciones y medidas conjuntas en la esfera internacional. Los ataques informáticos son, hoy por hoy, uno de los grandes retos de las fuerzas de seguridad encargadas de protegernos de estos nuevos delincuentes y criminales, con residencia en países como Rusia, Ucrania, Nigeria o Rumanía.
Mientras los malos encuentran en el mundo digital resquicios y grietas para cometer sus delitos, los encargados de luchar contra la ciberdelincuencia intentan disimular debilidades, para reconocer finalmente que no disponen de las herramientas eficaces, ni de la colaboración internacional necesaria, para impedir esta nueva plaga criminal. Un entramado criminal, por cierto, que puede poner en peligro la seguridad de los Estados y también los sistemas democráticos más vulnerables a la acción de estos grupos que actúan bajo el paraguas de gobiernos interesados en generar incertidumbres o simplemente desestabilizar a sus potenciales enemigos.
Según informaciones confidenciales, vinculadas a nuestra Defensa nacional, no existen realmente barreras eficaces que consigan detener las actuaciones de estas redes de profesionales dedicados a delinquir y moverse en el mundo digital - en algunos casos, como Pedro por su casa - desde la impunidad que les ofrece su actuación, consentida o no, en países lejanos al nuestro.
La creación y formación de especialistas dentro de las fuerzas de seguridad de los distintos Estados para combatir este nuevo modelo de actuación criminal es claramente insuficiente. Sería necesario crear un cuerpo que investigue los ciberataques y cualquier otro delito relacionado con el mundo digital a escala global. Una unidad especializada quepermitiera trabajar con mayor eficacia desde un ámbito supranacional.
Porque nos estamos jugando mucho. Y no solo la seguridad de los países que sufren estos ciberataques, sino la seguridad internacional. Porque, desgraciadamente, puede ser una tentación para mandatarios sin escrúpulos y dictadores en apuros usar estas armas informáticas, con el fin de desestabilizar e intentar acabar con el enemigo. De hecho, ya lo estamos empezando a comprobar en guerras y contiendas que hasta ahora se dirimían con armamento convencional.