Un terremoto en Turquía de 7.8 puntos de magnitud, muy cerca de la frontera con Siria, y una cruel réplica más al norte de 7.5 puntos de magnitud, según la escala de Richter, han sacudido el sureste turco y también la frontera turco-siria, una de las regiones ya de por si más frágiles y castigadas por los 12 años de guerra civil que han asolado al Estado sirio, y que por diferentes intereses extranjeros parece que se convertirá en un conflicto congelado, o incluso en otra “Franja de Gaza”, con millones de personas condenadas a vivir y morir en tiendas de campaña.
Con toda la atención puesta en la guerra de Ucrania durante el último año, ha hecho falta un terremoto de dimensiones históricas y más de 20.000 víctimas mortales (por el momento) para que el mundo vuelva a poner a Siria en el mapa, y por supuesto ha sido por motivos trágicos. A los ya 5.422.789 refugiados que tiene Siria repartidos por el mundo, 3.5 millones de ellos en Turquía, habrá que sumar probablemente otros cientos de miles de refugiados, desplazados y muertos, después de tamaña catástrofe.
El seísmo ha afectado a una zona ya de por si acostumbrada a despertarse con explosiones y derrumbes por la guerra, pero aquí a las consecuencias del terremoto se van a sumar una serie de coyunturas geopolíticas que van a multiplicar por 100 la magnitud de esta tragedia en la región siria de Idlib.
Región de Idlib. Miseria previa a la Devastación del Terremoto.
La región de Idlib, al noroeste de Siria, es el último bastión rebelde (y yihadista) que lucha contra el régimen de Bashar al-Assad, una región que el propio presidente sirio nombra como “Yihadistan” y que a lo largo de estos últimos años ha sido controlado y gobernado por una mezcla de opositores al régimen baazista y facciones yihadistas, destacando especialmente la de Hayat Tahrir al Sham (HTS) que fue una rama de la organización yihadista al-Qaeda en Siria (ahora asegura ser independiente y no seguir directrices de la cúpula de al-Qaeda) y que apoya al “gobierno de salvación” que actualmente controla dicha región y con el que Occidente y organizaciones internacionales no han tenido más remedio que dialogar y tratar como la autoridad y gobierno de la región para poder llevar a cabo acciones humanitarias, todo ello a pesar que la Organización de la Naciones Unidas (ONU) designó a este grupo como organización terrorista. Este grupo cuenta actualmente con unos 11.000 combatientes y se mantiene activo con acciones contra intereses y personal del régimen sirio.
Esta “esquina” de Siria ha sido el último reducto opositor donde el gobierno de Damasco ha ido empujando a los rebeldes y yihadistas durante estos 12 años de guerra civil y como resultado viven aquí casi tres millones de desplazados (1.5 millones estarían viviendo en tiendas de campaña o edificios no acondicionados para habitar de manera permanente) más 1,5 millón de residentes, lo que hace que el 91% de la población dependa de ayuda externa para subsistir. Y es que la región de Idlib, aunque va menguando geográficamente año tras año por la presión del ejército sirio, es la única que el gobierno de Bashar al-Assad no ha conseguido que capitule.
La situación humanitaria era ya aquí trágica antes del seísmo. Además de la dependencia de las ayudas internacionales comentada (que Siria y Rusia permiten entrar de manera controlada a través de Turquía), se suman los incesantes bombardeos de fuerzas sirias y rusas (fiel aliado al régimen de al-Assad) destruyendo hospitales e infraestructuras básicas en los últimos años en su intento de reconquista, por lo que es difícil de imaginar la situación después del terremoto.
Y precisamente aquí entran en acción los intereses de Ankara, que temiendo otra ola de refugiados a su país mantiene grupos armados en Siria para contener y controlar la situación. Se calcula que Turquía podría tener unos 15.000 militares en esta región siria que tomaron posiciones (algunos lo llaman la invasión turca de Siria) en 2016 ante la crisis de refugiados que se producía en el Estado sirio y que Estambul tuvo que contener militarmente, dando paso a importantes tensiones con Rusia y Siria.
Sin Infraestructuras y en plena Guerra Civil
Aunque la ayuda está llegando a Turquía y continuara haciéndolo, la situación humanitaria del noroeste sirio, considerada como paria por el régimen de Damasco, es mucho más complicada debido, además de por las carreteras destruidas o bloqueadas por el seísmo, a las trabas que ponen Siria y Rusia para que cualquier tipo de ayuda llegue hasta esta zona a la que ambos Estados consideran como yihadista.
Hace ya años que Moscú y Damasco se oponen al flujo de ayuda humanitaria al noroeste sirio a través de varios puntos fronterizos con Turquía como el de Bab al-Hawa y el pasado 8 de febrero el embajador sirio ante las Naciones Unidas exigió que toda ayuda que fuera enviada al noroeste de Siria debería hacerse a través del actual gobierno de Damasco. Esto permitiría al régimen sirio “dosificar” el sufrimiento de esta región, presionando así para su reincorporación al Estado de Bashar al-Asad.
Como ya indicamos, las carreteras que conectan Turquía con la región de Idlib están destruidas o bloqueadas prácticamente en su totalidad debido al terremoto, por lo que quedarían dos opciones: o se arreglan con premura las carreteras y accesos básicos para enviar ayuda, o se tendrá que hacer a través del gobierno sirio, con el consiguiente peligro de que esa ayuda no llegue o simplemente se utilice por al-Asad para entrar y perjudicar de alguna manera a la población “rebelde” que allí vive, y es que Siria y Rusia querrán también aprovechar la catástrofe humana del terremoto para intentar que la comunidad internacional relaje las sanciones económicas que pesan sobre la siria de Bashar al-Assad.
Los próximos días serán cruciales
Los próximos días serán cruciales, no solo en el noroeste sirio, sino también en la frontera turca donde millones de ciudadanos sirios ya vivían hace años huyendo de una cruenta guerra civil que dura ya 12 años, y que ha provocado conflictos en territorio turco entre ciudadanos de Turquía y refugiados sirios.
Occidente, ya sea de manera individual o mediante organizaciones supranacionales (ONU, UE, OTAN, OSCE), debe intervenir inmediatamente y de manera radical para evitar que la ya catastrófica situación se convierta en una crisis humanitaria sin parangón en los últimos años. Unos 6.000 edificios se han derrumbado, el frio invierno y el hambre van a provocar numerosos refugiados, desplazados internos y muertos, y si no se apoya a Turquía y Siria de manera importante, el gigante turco podría incluso desestabilizarse políticamente, a unos meses de unas elecciones presidenciales donde el presidente Erdogan se lo juega todo dependiendo de la reacción que tenga su gobierno ante esta tragedia, que al menos en parte, ha sido su responsabilidad.
Si se producen desplazamientos masivos hacia Turquía (como ya está ocurriendo), estas víctimas del terremoto chocarían de frente con los militares turcos (que están allí para evitar que más refugiados entren en le país, entre otras cosas), con la misma destrucción por el seísmo en territorio turco y contra una población y un gobierno turco que cada vez acepta menos los refugiados del país vecino.
No se puede contar, en principio, con la ayuda del gobierno sirio ni ruso, que acuciados cada uno con la presión internacional, ven aquí una oportunidad de conseguir objetivos militares y políticos, ya sea la relajación de sanciones internacionales por parte de Damasco, como también el avance sirio-ruso en esta región rebelde-yihadista la cual quieren evitar se convierta en un “protectorado turco”.
Aquí EE.UU. y la comunidad internacional se encuentra en una situación parecida a la de Afganistán, porque si le envían la ayuda a los que controlan el país se corre el riesgo, no solo de que la ayuda no llegue a quien lo necesita, sino que esa ayuda se utilice a favor de los opresores.