El estado del bienestar tiene su origen en la Alemania del siglo XIX con iniciativas de un seguro social hacia 1840, pero fue durante el régimen imperial del II Reich cuando Otto von Bismark introdujo los seguros sociales obligatorios de forma generalizada. En 1883 creó un seguro de enfermedad, otro de accidentes industriales en 1884 y los de vejez e invalidez en 1889.
También con anterioridad en otros estados europeos en vías de industrialización habían implantado leyes contra la pobreza e iniciativas para la protección en el ámbito laboral. Posteriormente se unirían a estos proyectos Austria y algo más tarde los Países Bajos, y poco a poco todos los estados europeos se fueron incorporando a estas tendencias de implantación de protección social que permiten concluir que el estado del bienestar tiene un origen inequívocamente europeo.
Debe tenerse en consideración que este estado del bienestar es fruto de la compleja y variada interconexión derivada de la conflictividad social, protestas, reivindicaciones, pobreza e incluso guerras, pero no se debe olvidar que, detrás de esta conflictividad existió un espíritu de reconciliación, cooperación, búsqueda de estabilidad, armonía y receptividad política. De forma que el estado del bienestar se puede considerar como la consecuencia del aprendizaje social de las partes en conflicto, en la búsqueda de una solución que diese a estas sociedades un orden económico, social, político y cultural genuino, para con las características de cada estado en los que se instala.
No hay un único estado del bienestar sino diversos y adaptados cada uno a un contexto histórico, social y económico concreto. Ahora bien, todos los estatus de estas instituciones deben buscar un equilibrio entre las coberturas que ofrecen y las capacidades económicas que las sustentan con el fin de no asfixiar a la economía, ni a los contribuyentes y garantizar protección, progreso social y económico para todos los ciudadanos, de forma equilibrada. En concreto, la expresión “estado del bienestar” se atribuye a William Temple, arzobispo de York, quien la utilizó en 1941 para contraponer este estado ideal con el “estado de la guerra” que vivía Europa.
“Con harta frecuencia, oyendo hablar a personas 'progresistas' sobre este tema, se atisba una cierta apropiación del término 'estado del bienestar' como si estuviésemos ante un logro que solo les atañe a ellos”.
Pero no podemos sustraernos en un hecho diferenciador, el estado del bienestar no significa lo mismo para las diferentes sensibilidades políticas que concurren en un estado democrático, especialmente cuando nos encontramos con la actitud de las izquierdas españolas. Con harta frecuencia, oyendo hablar a personas “progresistas” sobre este tema, se atisba una cierta apropiación del término “estado del bienestar” como si estuviésemos ante un logro que solo les atañe a ellos. La cuestión es, ¿cómo se percibe el estado del bienestar desde el “progresismo político”? He aquí nuestras reflexiones al respecto.
Las izquierdas nos quieren hacer creer que, porque tengamos una “sanidad universal” aceptable, pero bastante deficiente, que necesita del alivio de una sanidad privada o un sistema “educativo universal”, pero adoctrinador, que viola en muchos casos la libertad de enseñanza que demandan los padres, ambos pagados con nuestro propio dinero a través de impuestos confiscatorios, que por todo lo anterior, tenemos que rendirnos y renunciar a los servicios alternativos desde la gestión privada. El Estado no debe erigirse en monopolio de los servicios de los que se dice titular, sino que debe hacerlos compatibles con las iniciativas privadas, generalmente más eficaces y menos despilfarradoras. El Estado no debe aspirar a suplantar la iniciativa privada ni ejercer como empresa estatal que absorba las demandas sociales porque fracasará. Lo más importante, lo que debe hacer en realidad, es crear ciudadanos libres e iguales ante la ley, y defender y garantizar que nuestras libertades individuales no se violen o reduzcan.
Es consabido que los servicios que facilita el Estado están pagados con nuestros impuestos, no tenemos que estar agradecidos a él, sino a nosotros mismos que lo financiamos. El Estado no genera riqueza, la generan las empresas y los ciudadanos. El Estado no produce bienes, facilita su producción, porque la riqueza la crean los individuos con su esfuerzo a través de las empresas en la que trabajan. A lo sumo proporciona servicios y recolecta impuestos pagados con el esfuerzo de nuestro trabajo, además, su avidez impositiva es mayor que su habilidad administrativa.
El ejemplo más claro sería el de la jubilación, donde el ciudadano aporta, pero dudosamente recibirá todo lo que ha aportado, de forma que, si ese dinero lo gestionásemos nosotros, nos saldría un saldo más ventajoso. Esto significa que el dinero que maneja el Estado, en contra de lo que una “brillante política” de izquierdas afirmaba cuando sentenciaba que “el dinero no es de nadie”, ese dinero si tiene propietarios, procede de quienes trabajan, son productivos y pagan impuestos.
La experiencia nos ha enseñado que cualquier función o gestión pública, salvo pocas excepciones, es por definición burocrática, costosa e ineficaz. De ahí el principio consabido de crear un negocio en paralelo a cada servicio que facilita el Estado a los ciudadanos.
Así, detrás de la Sanidad Pública, la Seguridad, Correos, Sistema Educativo, Transportes Públicos, etc., emergen iniciativas privadas que replican los anteriores servicios con menos costes y más calidad, a través de redes de hospitales privados, empresas de seguridad, de mensajería, centros de enseñanza privada y concertada, redes de transportes alternativas, etc. Por estas evidencias se debe limitar la presencia del Estado como gestor omnipresente y recurrir, como mínimo, a modelos de gestión mixtos. La pasión por estatalizar o alabar lo público es en realidad más un recurso ideológico o doctrinal que una afirmación empírica. Ello justifica la necesidad de privatizar al máximo los servicios que da el Estado, porque serán más eficaces, tendrán más calidad, saldrán más baratos y minimizarán el endeudamiento. Además, se evitan las redes clientelares que conectan intereses políticos de los gobernantes en el poder con los servicios públicos amparados por un Estado monopolio.
“A más Estado paternalista menos espíritu de superación, a más sobreprotección menos independencia. Paradójicamente, a más estado, más dominio de las élites sobre las mayorías.”
Que el Estado nos dé ciertos servicios no debe desarrollar en nuestras conciencias individuales ningún agradecimiento especial hacia a él, porque lo que nos da, deviene de nuestro trabajo a través de los impuestos que pagamos. Estos servicios no nos deben someter a un endeudamiento emocional con el Estado, ni tenemos que pagar ningún peaje adicional, ni deberíamos aspirar a que estos servicios se incrementen más y más. Cuántos más servicios nos dé el Estado, más debemos desconfiar, porque lo hará a cambio de recortar nuestras libertades individuales so pretexto de nuestra dependencia de su ayuda, así como de su pretendida generosidad, que ciertos políticos airearán. La experiencia dice que, a más estado, los políticos de izquierdas nos reclamarán mayor pasión y sumisión para con este ente benefactor, mientras sutilmente, nos roban libertades individuales.
Una consecuencia derivada de tanta pretendida generosidad, benevolencia, y subvención, es la desactivación de las aspiraciones y sueños individuales. Tanta protección estatal ante el fracaso, la adversidad, el hedonismo e indefensión aprendida, solo podrá producir un incremento de pedigüeños sociales, personas subvencionadas, picaresca social y lo que es peor, jóvenes pasivos.
La motivación humana por la superación, la necesidad de logro, el culto al esfuerzo, el competir consigo mismo o con otros, la autorrealización, etc., son temas clave que se estudian en Psicología y son intrínsecos a la naturaleza humana, lo que nos permitió progresar filogenéticamente. En su lugar, cada vez serán más los buscadores de subvenciones, los que limosnearán una ayuda social y menos los dispuestos a arriesgar, competir o luchar por un proyecto personal ambicioso. A más Estado paternalista menos espíritu de superación, a más sobreprotección menos independencia. Paradójicamente, a más estado, más dominio de las élites sobre las mayorías.
Cuando el Estado monopoliza y crece, el individuo decrece en relevancia social y corre el riesgo de transformarse en súbdito. El ciudadano, al creerse un beneficiado inmerecido ante la magnanimidad de una institución tan protectora, generará una suerte de endeudamiento moral para con el Estado que le hará sentirse dependiente ante tanto beneficio y protección “desmerecida”.
Simultáneamente al incremento de prestaciones y ampliación de servicios estatales, se van deslizando leyes asociadas a ellas que incrementan el control social y restringen las libertades individuales como una sutil camisa de fuerza. Todo al final es engaño, ya que el Estado no posee nada y lo que posee procede de los ciudadanos, pero cuando nos lo devuelve en forma de prestación, tiende a hacerlo a cambio de menos libertad. Los auténticos beneficiados serán sólo aquellas formaciones políticas que defienden este Estado “justiciero”, y en su intermediación en beneficio de lo público, secuestran el voto de la gente incauta que ignora que, con ello, están perpetuando la continuidad de ciertos gobernantes en el poder que compran a sus votantes por un plato de lentejas. Estos gobernantes no buscan mayores libertades para que los ciudadanos puedan desarrollar su proyecto vital singular, buscan su consentimiento político para continuar con esa limosna institucional a cambio de su voto. Desactivados y sin espíritu de superación, estos súbditos vivirán en su autoengaño hedonista y con suerte, cuando despierten, ya será tarde.
“El estado del bienestar, conducido por los progresistas, está actuando como un Caballo de Troya para transformar lentamente el Estado democrático en otro del tipo bolivariano y totalitario”.
Considerando lo comentado anteriormente, el principal riesgo que nos acecha es la transformación del estado del bienestar en un Estado totalitario. Esta sería la reflexión final de este breve análisis. De forma falsaria y gratuita se han adueñado de esta institución y la han convertido en su tabla de salvación. Este tipo de Estado, vinculado inicialmente con las democracias occidentales, está ayudando hoy al progresismo político a alumbrar un Estado totalitario hegemónico, el sueño incompleto de los marxismos desde el siglo XIX. De ahí su tensión y pretensión de hipertrofiar sus servicios, extenderlo, ampliarlo y transmutarlo hasta que resurja como un Estado pre socialista o pre comunista. Esta ampliación desmesurada del estado del bienestar estimulada por las izquierdas exacerba el control social y la avidez recaudadora, so pretexto de proteger al débil, al desamparado, al pobre o a cualquier sujeto que apele a una protección social, persigue un plan que va más allá de la pura protección. El plan principal es avanzar hacia un Estado absoluto que controle la vida ciudadana, económica y política, donde la protección de la salud, la educación, los servicios públicos, etc., son meros pretextos para esa transacción y transición silente.
En el caso español se puede considerar que el estado del bienestar, conducido por los progresistas, está actuando como un Caballo de Troya para transformar lentamente el Estado democrático en otro del tipo bolivariano y totalitario. Basta con ir convirtiendo al Estado en una empresa de servicios crecientes mientras suplanta la gestión privada, so pretexto de una mayor justica social o distributiva.
No estamos en contra del estado del bienestar, simplemente nos oponemos a que las izquierdas, ávidas por tanta revolución fallida a sus espaldas, pretendan con el engrosamiento patológico de este ente, transformar una herramienta burguesa creada para proteger al ciudadano, en una opción de desquite que les permita lograr su mito dorado: la revolución social pendiente soportada en un Estado mostrenco. Sin prisa, pero sin pausa, mediante una hipertrofia lenta del estado del bienestar, la “progresía” nos encamina hacia un nuevo Estado controlador y neo revolucionario, que represente un avance en su sueño de implantar el ”hombre nuevo” y en línea con la Agenda 2030, representa un paso más hacia adelante en su utopía.