Ante todo, mi más profundo respeto por todas aquellas personas que han perdido su vida, independientemente de la forma o manera con que se la arrebataron. Aquí sí se cumple el axioma inexorable de que la muerte nos iguala. Al final todos somos devorados por la muerte. Pero el impacto social, y por ende político, no es para todas esas pérdidas igual, ya sean calificados como asesinatos, homicidios, accidentes, etc.
Llama la atención que ciertas pérdidas de vidas susciten diferente atención social según su tipificación. Esto produce una discutible jerarquía de alarma social, con lamentable proyección e importancia a los ojos de nuestros ciudadanos y en especial, a los ojos de nuestros políticos.
Si la "atención" social prestada a cualquier muerte no natural va acompañada también de un grado de "alarma" social distinta, confunde el panorama, ya que no todos los incidentes implican la misma urgencia social. Cuando esta variada atención o alarma social procede de los propios ciudadanos es una cuestión, pero cuando tiene su origen en la agitación interesada de los políticos es otra, ya que la política puede actuar como una conversora de ciertas muertes en una oportunidad política interesada.
Obviamente esta arbitraria y cuestionable conversión de un fallecimiento en un montón de votos es el origen de esta reflexión porque detrás del etiquetado social vendrá un tratamiento político y social diferenciado. Y lo que es peor, injusto. En otras palabras, que todas las víctimas o fallecidos, no son iguales, a los ojos principalmente de ciertos políticos. Veamos tres diferentes tipos de víctimas.

Aunque todos los tipos de víctimas tiene una cierta atención institucional, parece obvio que la atención que se presta, social, asistencial y económica, marca una especial diferencia el número de casos y su tipología. Lo cierto es que la cantidad no manda, prioriza la cualidad, y los casos de violencia de género suscitan más movilización social frente a las demás formas de violencia, todas ellas deleznables. La importancia de la muerte o los incidentes de las personas parece tener especial relevancia por su impacto en el mercado político. Veamos la siguiente noticia (El Heraldo, 22-05-2024):
"Las víctimas de violencia de género o sexual podrán pedir un subsidio de paro hasta 30 meses. El 23 de Mayo entró en vigor el Real Decreto Ley 2/2024 de 21 de Mayo por el que se simplifican las ayudas y mejora del nivel asistencial para personas desempleadas víctimas o denunciantes de violencia de género o sexual, mediante una subvención inicial de 570€ mes, en tres tamos, hasta un máximo de 30 mensualidades. Este es un ejemplo más de las abundantes discriminaciones positivas que tienen las víctimas de la violencia de género que otras víctimas no tienen".
La discriminación positiva para los casos de violencia de género, un hecho constatado, introduce la desigualdad entre estas y otras víctimas cuya explicación final es más política que social, ya que todas las víctimas deberían ser tratadas por igual. De los más de 500 millones de euros del presupuesto del Ministerio de Igualdad, 320 millones están destinados específicamente a la lucha contra la violencia de género, cuando se contabilizan hasta la fecha 41 víctimas (Libertad Digital, 25-11-2024). Es decir, nos gastamos aproximadamente 7 millones por víctima.
Bien, nada que objetar ni a la cantidad invertida ni a la eficacia de esta inversión, excepto una reflexión, ¿se está prestando la misma atención al resto de víctimas de nuestro cuadro que a las víctimas de la violencia de género? ¿Qué atención se presta a los suicidas adultos y adolescentes cuyo número va en aumento? ¿Qué decir del resto de asesinados fruto de otras formas de violencia letales en sí mismas?
El mercado del voto
Ninguna muerte justifica otras muertes, pero, llegado el momento de priorizar víctimas y causas, asistimos a una exageración calculada de la alarma social, políticamente manoseada, de unas muertes frente a otras, cuando deberían considerarse todos los muertos por igual. Pero no acontece así, ciertos tipos de muertes en determinadas circunstancias se sobrevaloran y en otras se devalúan, consecuencia directa de una instrumentalización política que incide en la captación de votos.
Socialmente hablando, una víctima de violencia de género, sometida a una discriminación positiva, tiene más importancia social y política que un suicida, un asesinado o un accidentado laboral. Por ejemplo, recientemente ha saltado la alarma por el incremento de suicidios entre miembros de la policía, donde en solo 8 meses se han producido los suicidios de 16 policías y guardia civiles, los mismos que en todo 2023, según denuncia de JUPOL, (Escudo Digital, 10-09-2024). Que sus herederos no esperen subvenciones, acompañamiento o apoyos adicionales.
Hay muertes que no tienen peso en votos, y su contrario. Pareciera que ciertas víctimas tuviesen un atractivo político y otros no, este es el caso del feminismo radical, que goza de un interés reforzado que otras víctimas no suscitan ¿dónde está la igualdad de trato?
Los hechos son que el asesinato de una mujer tipificado de violencia de género tiene más relevancia social que el suicidio de un policía, un adolescente o un asesinato violento por robo. No acabo de entender por qué la violencia de genero tiene una tipificación agravada mayor que otras formas de muertes violentas sufridas por otras víctimas a manos de sus congéneres. Las circunstancias son distintas, cierto, pero su relevancia política está descompensada a pesar de que la relación cuantitativa llegue a ser hasta 100 veces inferior a otras formas de muerte violenta.
Entre 2003 y 2024 las víctimas femeninas por violencia de género suman 1.279, con una media anual para este ciclo de 21 años, de 60,9 víctimas año. Bienvenida todas las ayudas que se faciliten, pero ¿por qué no se aplican criterios similares otras víctimas de problemáticas diferentes y con mayor impacto cuantitativo? ¿Se está aplicando con rigor el calificativo de alarma social? Algunas hipótesis explicativas:
- ¿Tal vez se deba a que estas otras víctimas no resulten interesantes para los objetivos doctrinales y electorales de ciertas formaciones políticas? Si no es políticamente interesante, no es alarmante.
- ¿Será porque estas otras víctimas no están ni en el ideario ni en el programa político de ciertos partidos? Si no está en un programa electoral, no generará alarma social.
- ¿Ocurre porque el colectivo de estas otras víctimas y sus causas no se pueda identificar claramente con un segmento de ciudadanos tipificables como potenciales votantes de algunas formaciones políticas? Es claro, un colectivo evanescente, nunca será atractivo para los objetivos políticos.
No es razonable ni aceptable que se apliquen criterios de apoyo y discriminaciones positivas a unas víctimas y se ignoren medidas similares para las víctimas en otras circunstancias. Las políticas preventivas y apoyos a víctimas de otros colectivos cuantitativamente más importantes, hasta 100 veces más, no deben ser ninguneados porque ciertas formaciones políticas no les incluyan en sus colectivos de interés sea por la razón que fuere.
En nombre de la justicia y del respeto a todas las victimas una sociedad, debe evitarse el privilegiar a ciertos colectivos por razones ideológicas, y olvidar a otros, cuantitativamente más relevantes, por el simple hecho de no estar en los planes estratégicos, electorales, de una opción política. Esta actitud nos acerca peligrosamente a las vivencias de los tiempos del terrorismo de ETA, cuando sus víctimas eran de primera o segunda categoría, dependiendo de la sensibilidad del político de turno.
Además, por razones obvias y deliberadamente prefiero no mezclar en este tema las más de 220 víctimas de la DANA del 29 de octubre que arrasó buena parte de Valencia y que merecería un apartado especial en esta reflexión.
Pero resulta obvio que una mujer asesinada por violencia de género, aun siendo un número significativamente menor, suscita mucha más alarma social y moviliza más recursos que la muerte de un suicida, ya sea policía, guardia civil, adolescente o ciudadano de a pie, o que el asesinato de cualquier otra mujer a manos de un macarra para robarle el monedero. ¿A que juego macabro se prestan nuestros políticos?
Los votos no pueden convertirse en "la medida de todas las cosas". De ser así, nuestras sociedades democráticas se convertirían por mor de la influencia de los políticos y sus intereses electorales en moralmente perversas.