Xavier Alfonso, bioingeniero

Opinión

¿Puede la IA desarrollar conciencia?

Director Técnico UMANA Biomecánica

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Inteligencia artificial.
Inteligencia artificial.

Julia Ebner, investigadora austríaca del Instituto de Diálogo Estratégico, con sede en Londres, dijo recientemente: “Estamos al inicio de la edad media digital. Es un camino muy peligroso”. Ebner hacía mención a la explotación de una tecnología como internet y su influencia en la proliferación de ideas (y desinformación) en la sociedad. Más allá de su excelente interpretación del momento en que vivimos, la tecnología parece estar acercando un riesgo muy superior con la llegada de la inteligencia artificial (IA), que empieza a envolvernos de forma sibilina, sin que la mayor parte de población, bien demasiado entretenida o bien demasiado ocupada, pueda reflexionar o entender lo que realmente está sucediendo.

Para poder valorar los riesgos que puede implicar el desarrollo e incorporación de la IA a nuestras vidas es necesario analizar la historia evolutiva desde una perspectiva global, donde la física y la biología nos han ido dejando importantes señales para mantenernos alerta.

El físico austríaco Ludwig Boltzmann, a finales del siglo XIX, propuso una concepción probabilística del universo, y planteó que no es imposible que todas las moléculas de oxígeno de una sala se escapen a una esquina y muramos asfixiados, sino que sencillamente es muy improbable. Esta visión describe un universo donde a lo largo de los tiempos han ido sucediendo las cosas más probables. Sin embargo, el matemático francés Henri Poincaré señaló en 1890 con su teorema de recurrencia que, en un tiempo infinito, todas las moléculas de oxígeno se concentrarían en una esquina de la sala, y no solo una vez ¡sino un número infinito de veces! Este era su teorema: en un tiempo infinito, todo lo que pueda suceder, sucederá.

Desde un punto de vista macroscópico, parece que los primeros pasos de la vida respondieron a estas leyes probabilísticas del universo y del tiempo casi infinito. En 1943, 10 años después de recibir el premio Nobel, el físico austríaco Erwin Schrödinger expuso en Dublín unas ideas revolucionarias en un total de tres conferencias, que a la postre publicaría en 1944 bajo el título ¿Qué es la vida? Esta obra tendría una influencia capital en los descubridores de la estructura del ADN, y estableció las bases para una visión termodinámica de la vida, el primer intento de la ciencia por aunar la vida (biología) con la física. Esta nueva disciplina mostró a lo largo del siglo XX que la evolución de la vida (desde organismos unicelulares a formas de vida complejas e inteligentes) podía explicarse de forma macroscópica por su eficacia para degradar la energía solar que mantiene nuestro medioambiente en una especie de equilibrio “estable”.  

Organismos complejos

Ya en el siglo XXI, hace poco más de un mes, un equipo de investigadores liderados por la física teórica Sara Walker (Universidad Estatal de Arizona) y el químico Lee Cronin (Universidad de Glasgow) ha publicado en la prestigiosa revista científica Nature una nueva “Teoría de Ensamblaje”, que establece un nexo entre la física y la vida (biología) desde un punto de vista microscópico. Se trata de una formulación matemática para cuantificar la selección necesaria para formar estructuras materiales complejas (inertes o vivas) a partir de otras más simples, en base a su abundancia y su índice de ensamblaje (o lo que es lo mismo, su número de copias). La importancia del índice de ensamblaje reside en que a medida que aumenta la complejidad de la estructura material, disminuye la probabilidad de su existencia, salvo que actúe una fuerza externa que contribuya a desafiar estas probabilidades a lo largo del tiempo. En esta nueva teoría (que intenta entender como emergen la complejidad, la vida y la evolución en el universo) vuelven a aparecer los conceptos de probabilidad y tiempo como claves teóricas.  

Bajo cualquiera de estas dos perspectivas (la antigua termodinámica de la vida o la reciente teoría del ensamblaje) podemos decir que una especie de biotecnología apareció cuando las células empezaron a agruparse para formar organismos, que se fueron haciendo cada vez más complejos, y eran capaces de replicarse a través de la información que guardaban en los genes que además determinaban sus conductas (instintos). A partir de ahí se fueron ramificando y seleccionando aquellas formas de vida que poseían instintos (algoritmos de comportamiento) con más probabilidades de éxito, tal como planteó el biólogo evolutivo Richard Dawkins en 1976, aportando una visión para muchos perfeccionada de la teoría de la evolución de Darwin de 1859.

Universo de posibilidades improbables

Entendemos por tanto que en un inicio la vida eran solo pequeños sistemas capaces de intercambiar materia y energía con su entorno manteniendo una suerte de equilibrio hasta la muerte. Su extinción o evolución dependían de su eficacia y eficiencia para acceder a los recursos energéticos disponibles, y a su capacidad para procesar y transmitir información de ese entorno en el que vivían, un entorno probable en un universo probable. Pero hubo un punto de inflexión cuando algunos organismos empezaron a procesar y transmitir información del entorno incluyéndose a sí mismos, es decir, cuando la materia se pensó a sí misma. En este momento apareció la conciencia, lo que quiera que ello signifique, y estos organismos empezaron a pensar en todo tipo de posibilidades futuras, poco probables, y actuar en el entorno para hacerlas realidad. Con la conciencia evolucionada de Sapiens, este pedacito de universo paso de ser un universo probabilístico, a ser un universo de posibilidades improbables, y así aparecieron las cabañas, las casas, las ciudades, los carruajes, los coches, las naves espaciales, las pinturas rupestres, la Gioconda, el Guernica, la piedra de Rosetta, el Quijote, la quinta sinfonía…y así hasta la IA.

En pleno 2023 hay claras certezas sobre los beneficios que la IA puede aportar a nuestra civilización. Valga el ejemplo la empresa británica DeepMind y el Instituto Europeo de Bioinformática del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL-EBI), que en el año 2022 a través de una IA consiguieron predecir las estructuras 3D de casi todas las proteínas existentes para ofrecerlas, gratuitamente, en la base de datos AlphaFold (con importantes implicaciones para el avance de las ciencias médicas y medioambientales, por ejemplo). Sin embargo, no debemos obviar que, en 1969, el biólogo estadounidense Cyrus Levinthal estimó que, para obtener las configuraciones posibles de una proteína a partir de su secuencia de aminoácidos, se necesitarían más de 13.000 millones de años (la edad estimada del mismísimo universo). Esto ya nos ofrece una idea de la velocidad a la que funciona la IA, y nos advierte, por tanto, de la velocidad a la que puede evolucionar.

Dudas sobre los riesgos

Por eso, las dudas sobre los riesgos de la IA son también muy poderosas, porque hay ciertas analogías que no debemos pasar por alto. Los organismos vivos son sistemas materiales (orgánicos) que intercambian energía con el entorno (viven de la energía solar y nutrientes) y poseen capacidad para procesar y transmitir información reproductiva y del entorno. La IA se concibe como sistema material (hardware) que intercambia energía con el entorno (energía eléctrica y calor) y posee capacidad para procesar y transmitir información (software). La analogía parece sencilla. Las actuales versiones de IA incluyen una compleja red de algoritmos que determinan su conducta, en cierto modo equivalentes a los algoritmos probabilísticos que definen la conducta (instintos) de las formas de vida no conscientes como comentamos en líneas anteriores. La cuestión es que la IA (que cada vez dispondrá de un hardware más potente con el avance de la computación cuántica), acelerará más y más la sucesión de sus eventos probabilísticos, y como bien dijo Poincaré, un suceso imposible podrá suceder, haciéndose más que probable la aparición de una conciencia real en este nuevo tipo de sistemas “vivos”, como apareció en la vida orgánica después de millones de años de historia evolutiva. Sin embargo, debemos ser conscientes de que la IA puede avanzar muchísimo más rápido de lo que nosotros podemos entender. En apenas unos años –o en unas horas, quién sabe– la IA puede evolucionar lo que los Sapiens desde hace 200.000 años (cuando no éramos más que una especie emergente en territorio africano) y puede hacerlo sin que podamos tener control sobre ella. ¿De verdad es un riesgo que queremos asumir?

Desde un punto de vista biológico, cuando la IA desarrolle conciencia podría pasar a ser, a todos los efectos, una nueva “especie” en el seno del ecosistema terrestre.  Esta nueva especie obtendría su sustento de la energía eléctrica, y entraría en el juego de la selección natural contra la única especie que utiliza ese recurso en la Tierra: el Sapiens. La supervivencia de la IA (y su perpetuación) dependería de su eficacia y eficiencia para acceder a estos recursos energéticos, y de su capacidad para procesar y transmitir información (incalculablemente mayor que la nuestra). En un escenario como ese, tendríamos todas las de perder.

Una ambición desmedida

La ciencia todavía no ha aclarado que es lo que nos hace tan especiales a los humanos. A mi modo de ver, y analizando con calma la historia evolutiva en este planeta y nuestra propia historia, no me cabe duda de que es una ambición desmedida la que nos ha hecho diferentes. Esa ambición con la que hemos invadido cada rincón del planeta y lo hemos hecho nuestro en base a un sentimiento ilícito de superioridad. Esa ambición con la que hemos provocado un proceso de extinción a nuestro paso por cada uno de los continentes, y con la que ya hemos iniciado la sexta gran extinción en la Tierra (tal como advirtieron a finales del siglo XX Richard Leakey y RogerLewin, en su obra La Sexta Extinción). La IA bien podría ser la máxima expresión de esta ambición desmedida, y por algún tipo de justicia poética, podría convertirse en la nueva especie dominante, con una ambición todavía mayor, sustentada por un sentimiento de superioridad todavía mayor. A fin de cuentas, no cabe duda de que habría tenido excelentes maestros en los Sapiens que la crearon. Hace tiempo que hemos abierto una profunda brecha antropológica en nuestra civilización, no solo olvidando nuestro origen, sino equivocando nuestro destino. Y a estas alturas, todo parece indicar que nuestra propia extinción nos ha cogido demasiado entretenidos.