No me gusta hacer reflexiones ni para ser popular ni impopular, traducido al lenguaje emocional, ser simpático o antipático. Me gusta analizar desde la racionalidad, tal vez porque en la dialéctica entre razón y emoción, yo atribuya a la razón un papel fiscalizador y controlador sobre la moción. El córtex frente a la hipófisis.
Esta es la actitud con que abordo el concepto empatía, un término potente y para muchos de nosotros lleno de positividad, aunque soy de la opinión de que, más allá de las buenas intenciones, su uso no está siendo aplicado de forma rigurosa y adecuada. Es decir, que estamos calificando como empatía conductas, sensaciones, pensamientos e incluso acciones que no lo son estrictamente hablando. En otras palabras, considero que este término, el concepto en sí, se está hipertrofiando y desvirtuando. Opino de esta guisa porque oigo a personas y leo textos donde el concepto empatía se usa de forma abusiva y en algunos casos sin rigor, aunque con buenas intenciones.
Hay tres estados en el comportamiento humano que se dan de forma simultánea: cognición (lo que pienso), emoción (lo que siento) y conducta (lo que hago), los tres están conectados entre sí, pero son de naturaleza distinta. La cognición se explica desde la racionalidad; los sentimientos desde la emocionalidad y la acción, desde lo conductual o comportamental. Si nos aproximamos al concepto empatía según la mayoría de los diccionarios, su definición sería "Intención de comprender emociones intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente el otro".
Ahora bien, es pertinente recordar que semánticamente el concepto "pathos" procede del griego y se refiere a sentimientos, y “logos", también griego, se refiere al pensamiento, razonamiento o cognición. Como consecuencia, empatía, simpatía o antipatía, son procesos psicológicos que explican estados de ánimo o emociones, "pathos", pero no son aplicables a las cogniciones, "logos". Desde el punto de vista semántico, la persona empática entiende y reproduce las emociones de otros; la persona lógica entiende y reproduce los razonamientos de otros. Hasta aquí nuestro criterio, aunque la principal exageración que he observado es que el término empatía se extiende, gratuitamente, a procesos cognitivos y conductuales, además de ser aportador de soluciones que no están empíricamente comprobadas. Tal vez ello se deba porque al ser éste un término eufónico, biensonante, algunas personas de buena fe le agreguen bondades inexistentes.
Empatía como proceso
La empatía es una capacidad psicológica que combina leer, interpretar y replicar emociones de otros en nuestro interior. En el proceso empático, el sujeto primero debe leer las emociones del otro; después interpretarlas y finalmente, replicarlas en su mundo interior. Serían tres facetas diferenciadas:
- Leer emociones o fase de escucha.
- Comprender emociones o percepción emocional.
- Internalizar emociones o fase de implicación.
Visto lo anterior, la forma más sencilla de redefinir la empatía sería el acto completo de "escuchar, entender e internalizar la emoción de otro".
De este proceso, la fase crítica es la tres, si no hay internalización, no hay empatía. Para leer las emociones hay que saber escuchar y ser observador; para comprender emociones hay que ser analítico y discriminador y finalmente, para reproducir emociones hay que identificarse con ellas, ser sugestionable e implicarse en esa situación. Por tanto, leer emociones per se no es ser empático, es simplemente ser observador. Entender o comprender emociones tampoco es ser empático, es ser comprensivo y, para concluir, ser empático es la acción de reproducir activamente dentro de nosotros las emociones de otros. No se puede considerar empáticos a procesos internos que no lo son, ni ser frívolos atribuyendo un valor “multiusos” a la empatía que no tiene, en aras de un pretendido optimismo no evidenciado ni soportado sobre una base empírica. El aserto muy generalizado “en este mundo falta empatía” requeriría de estudios sólidos que confirmasen el diagnóstico de dicha carencia dónde, cuándo y por qué, renunciando a un infantil voluntarismo.
Es importante recordar que, desde una óptica de economía de costes emocionales hay que recalcar un hecho nada baladí, además de la limitada eficacia que en tiempo real pueda aportar el uso de la empatía; el activar procesos empáticos puede suponer costes emocionales adicionales a quienes los movilizan. La internalización de emociones afectará indubitadamente a la calidad de vida emocional, tanto positiva como negativamente de quien empatiza, de ahí la importancia de administrar adecuadamente nuestro potencial empatizador, no exento de un carácter ya benefactor ya estresor.
Algunas consideraciones
El término empatía no debe aplicarse a los procesos cognitivos, ya que exclusivamente concierne al mundo emocional “pathos”. En los procesos cognitivos, haya o no comprensión de un razonamiento, si se asume, no cabe el término empatía porque opera en el ámbito del “logos”. Al tratarse de un proceso psicológico, la empatía se puede aprender, pero también se puede ver facilitada o dificultada por la personalidad, así, los extrovertidos y dominantes (más emisores) tienen más difícil ser empáticos. En cambio, introvertidos y pasivos (más receptores) tendrían más fácil sus procesos empáticos. En otras palabras, la empatía está al alcance de todos, pero de forma diferencial.
Es crucial recalcar que ser “emocionalmente inteligente” no significa necesariamente solo ser empático. En los diversos tests de Inteligencia Emocional se evidencia que la empatía es una dimensión más que compone la prueba, razón por la cual se puede puntuar alto en Inteligencia Emocional y ser poco empático y viceversa.
Es importante que remarquemos que no estamos hablando de la importancia ya demostrada de la inteligencia emocional en nuestras actividades, sino de una parte de ella y no la principal, precisamente. Como consecuencia, no hace falta ser empático para leer e identificar emociones, o para no hacer daño emocional a otros, si gestionamos esta información emocional de forma positiva y racional.
La empatía puede ayudarnos en nuestras relaciones con los demás, eso es evidente, pero nadie debe estar obligado ni debe sentirse forzado a desarrollar un proceso empático que no le apetece. Es una opción personal. No tenemos por qué vivir esclavizados reproduciendo los sentimientos de otros para tener una vida emocional sana. Basta con comprender y respetar las emociones ajenas sin tenerlas que interiorizar. No ser empáticos no nos hace necesariamente más malos y su opuesto no nos hace necesariamente mejores. La empatía debe ser entendida como una opción, no como una obligación, pero de ello no debe derivarse una superioridad moral, ya que lo que define la eficacia de nuestros valores no es lo que sentimos sino lo que hacemos: cómo de inteligente es nuestra conducta.
Nadie discute la importancia de la empatía en la crianza, la vida familiar, relaciones de amistad, el mundo de la educación, empleados de la sanidad, servicios sociales, etc. También sabemos que la empatía es clave de éxito en actividades comerciales especialmente en ventas y fidelización de clientes. Pero en sentido contrario, en mi experiencia en el mundo de las organizaciones aprendí que la empatía en el liderazgo es importante, pero con demasiada frecuencia un exceso de empatía o un enfoque equivocado de ésta puede erigirse en un hándicap para el liderazgo. Una razón: dificulta la toma de decisiones racionales e impopulares. Es más fácil ser un líder simpático o antipático que un líder empático en su punto justo. En política la empatía funciona, pero tiene importantes limitaciones derivadas de lo complejo que supone detectar las emociones dominantes de individuos, dentro de grandes colectivos, sin dejar marginados a otros.
En cualquier caso, ser empáticos tampoco nos hace necesariamente más felices o infelices, depende de nuestras expectativas, porque el exceso de empatía es probable que nos fragilice y nos produzca un estrés adicional por causas ajenas. Bienvenido sea este distrés si es un acto de altruismo libre y sincero. Importante remarcar que la empatía puede ser ambivalente, es tanto una puerta abierta a la generosidad como al adoctrinamiento, ya que todo acto humano no está exento de ser un instrumento de manipulación de unos sobre otros.
Conclusiones
Debemos considerar que la empatía es un proceso individual, por tanto, resulta complicado pedir a los políticos que sean empáticos con todos los ciudadanos, y de serlo, ¿con los sentimientos de quién o quiénes? ¿con que colectivo? Por nuestra naturaleza no podemos ser empáticos con el planeta ni con los mares ni con los bosques, etc., porque no tienen vida emocional que identificar, comprender y replicar.
Tampoco se puede pedir empatía con ciertos animales y ciertas emociones de ellos, por su peculiar vida emocional, de inasequible internalización y réplica para la naturaleza humana, ya que no permite encadenar completamente las tres fases del proceso empático. Y de serlo, podría resultar un acto estéril. En absoluto se puede pedir empatía con las ideas de otros (cogniciones), porque el mundo de las ideas se mueve en el ámbito del “logos”, no en el del “pathos”. A lo sumo, se puede pedir que sus ideas sean escuchadas y comprendidas, nada que ver con el ámbito emocional.
En resumen, solo se puede pedir que seamos selectivamente empáticos con las emociones de nuestros congéneres, dar otra significación al término empatía sería una distorsión del concepto, un mal uso y un brindis al sol. Es innegable que la creatividad y la arbitrariedad son libres, pero si pedimos una taxonomía con rigor, la torre de ficción fútil se derrumbará y el uso adecuado de los conceptos nos ayudará a realizar diagnósticos certeros, antesala imprescindible de decisiones de éxito.