Victor M Perez Velasco, autor de “El marxismo, una religión sin Dios”.

Opinión

El síndrome del llavero

Psicopolitólogo.

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Llavero con la bandera de España.
Llavero con la bandera de España.

Tener una cierta sensibilidad psicológica para interpretar lo que estamos viviendo hoy en España, consecuencia de la polarización política que vivimos, permite denunciar los costes psicológicos que soportamos los ciudadanos, producto de las insensatas e intolerantes decisiones que movilizan nuestros políticos.

Hace alguno tiempo, no mucho, tuve un acto emancipador, pequeño, que deseo compartir. Este acontecimiento menor me permitió saborear la sensación de poder ampliar mi área de libertad individual, algo siempre gratificante. En realidad, fue un simple gesto de asertividad que tenía pendiente de ejecutar con el fin de liberar un rincón de mi intimidad doméstica, que todavía estaba invadido por el temor al rechazo social y al pequeño insulto cotidiano derivado de mi identidad política como ciudadano de derechas. Con esta acción espero haber puesto punto final a la presión de la intolerancia de los acosadores políticos antagónicos sobre mi psicología individual.

En esta España tan políticamente emponzoñada, cualquier gesto, por nimio que sea, tiene un forzado sentido político. En este caso, no era miedo propiamente dicho, mucho peor, era autocensura, precaución para no desagradar a otros conciudadanos y tener un área de confort. Era un ejemplo de la derrota de los ciudadanos democráticos que se ven obligados a reprimir sus ideas y expresiones sinceras para ser políticamente correctos, frente a un adversario intolerante y dogmático. Lo cierto es que esto a mis ojos era pura cobardía y claudicación.

¿Cuál fue ese supuesto acto de autoafirmación que tanto me reconcilió conmigo mismo? Poner en mi llavero una discreta bandera constitucional de España, que, además yo no había comprado, sino que fue un regalo ingenuo de un familiar próximo.

Yo no rehúyo exhibir la bandera de España, la nación constituida en la que vivo, pero siempre he sido moderado en su exposición. También reconozco que el llavero representaba el último reducto de la esfera más íntima de mi vida doméstica, que seguía tomada indirectamente por los acosadores que viven en una permanente hispanofobia. Me refiero a ciertos colectivos de izquierdas, republicanos y nacionalismos periféricos.

En una interiorización inconsciente, yo estaba siendo una víctima de este acoso ya fuera explícito o implícito. Era un ciudadano controlado por la influencia social de estos colectivos dudosamente respetuosos con las libertades de sus antagonistas, porque cuando yo reusaba poner la enseña nacional en el llavero, ellos ganaban y yo perdía libertades.

Pero mi inhibición en esta pequeña parcela de mi vida, la que ocupa un llavero, supongo que, ya superada con este acto, no era gratis ni injustificada. No se trata tanto de tener que estar obligado a portar signos políticos externos; no, se trata de rebelarse contra su ocultación por miedo al control social impuesto por los intolerantes.

 

Desde hacía varias décadas yo había aprendido que, siendo prudente, en realidad siendo cobarde, las cosas en mis negocios irían mejor. Por ejemplo, hace años, cuando en mi despacho puse una bandera española, mi entonces socio me dijo textualmente: “No es recomendable que en tu posición pongas la bandera de España, porque puedes ofender a ciertos clientes y perder ventas”. En aquellos años tenía entre mis clientes a algún cliente de izquierdas.

 

En mi colegio profesional, siendo miembro de la junta de gobierno, un colega de la junta me reprocho textualmente:  “No puedes decir que votas a la derecha porque un miembro de la junta debe ser ejemplar, y este colegio lo creó una ley socialista”. En bares y cenas, con amigos y familiares tuve que sufrir la calumnia de que se me llamase “fascista” por expresar mis ideas, razón de más para no abundar en signos que me trajesen más conflictos innecesarios.

También me resultó tan impactante como decepcionante mi conversación con un hostelero que acabó por renunciar a exhibir la bandera nacional en su restaurante, ante las sugerencias y amenazas de ciertos clientes que le recomendaron retirar la bandera nacional a cambio de no perder clientela. Era crucial, tenías que prescindir de ciertas expresiones emocionales de tus sentimientos políticos amparadas por la legalidad, so pretexto de conservar clientes, no perjudicar a tu negocio o ser calumniado.

En algunas intervenciones profesionales, como masters, cursos, conferencias, etc., deduje que debería evitar la exhibición de señales y signos externos de carácter político que pudieran ser ofensivos para los participantes y que, por ende, cuestionasen la neutralidad y como consecuencia, la validez de mis aportaciones profesionales. Por el contrario, mis antagonistas no se privaban de hacerlo.

Todos estos incidentes que he relatado son una muestra auténtica de mi realidad, pero inconcebibles en sociedades democráticas normalizadas, donde la libertad de expresión no está sometida a filtro, etiquetado o acoso político y social con efectos en la vida cotidiana. Observemos a ciudadanos franceses, británicos, norteamericanos, etc., con que respeto tratan a sus símbolos nacionales. Por el contrario, es lamentablemente frecuente leer o escuchar noticias de agresiones a portadores de la bandera constitucional como un signo exterior visible y tildados de fachas o franquistas. Pero en España estamos así.

Lo cierto es que en el entorno dominante de ciertos escenarios, la prudencia, el evitar encontronazos adicionales, no perder clientes, etc., fueron la forma en la que me hice poco a poco cobarde sin pretenderlo. Yo era valiente en mis conferencias, mis publicaciones, asistiendo a manifestaciones, con mi voto etc., pero no así, en ciertas esferas más reservadas de mi vida.  Consecuencia: había cierto desistimiento en mi conducta de no expresar mi sentimiento patriótico en mi llavero, pero creo que, aunque tarde, finalmente lo superé.

Me ayudó para llegar a este hito emancipador del llavero una conclusión que recientemente había alcanzado fruto de mis debates tanto externos como internos, a propósito de la objetividad, o no, de mis asertos, derivados de mis ideas sociales, religiosas y políticas. La conclusión cuasi moral que alcancé era la siguiente: “Yo no soy neutral, pero puedo ser objetivo”. Era la expresión de una actitud personal ante la vida que siempre intenté tener y que sería compatible con mi compromiso social, religioso, moral o científico.

De forma que quienes quieran destruirme argumentalmente lo tendrán más difícil, porque el compromiso y la objetividad no están necesariamente unidos. Se puede profesar cualquier ideología y ser objetivo. Esta reflexión funciona para todos, y de la misma forma que en mi caso, si otros están comprometidos, podrán ser objetivos si lo desean y se lo proponen. Así todos estamos en paz.  

Todo lo anterior supone un salto cualitativo en la forma de dotarme de una estrategia mental para vivir en la adversidad ideológica tan desagradable, causada por el activismo que los políticos radicales han introducido en España, y que nos lleva a situaciones ridículas o tan pintorescas como tener miedo a portar una bandera nacional en un llavero. Pero ahí están los acosadores dispuestos a hacerse notar.

Hoy reconozco cada vez más la valentía de aquellos que portan llaveros y signos de España, la nación legítimamente constituida y que los exhiben sin inhibiciones, no sin asumir ciertos riesgos de agresiones, fruto de la intolerancia inducida calculadamente para obtener réditos políticos por los dogmáticos.

Ahora cuando otros vean mi llavero, este podrá decir de mí silentemente: “Mi portador no es neutral, ni religiosa, ni social, ni moral, ni políticamente hablando, pero os aseguro que trata de ser un sujeto objetivo y valiente.” ¿Lo entenderán mis antagonistas? Creo que no, pero ya ni me importa ni me asustan y, por favor, no sean tan prudentes como yo, sean asertivos y defiendan sus libertades individuales desde ya.

Conclusión: el resultado, llevar una bandera española en mi llavero, sólo se podría entender si se describe el proceso que superé hasta asumirlo, consecuencia de haber sufrido un síndrome de censura psicosociológico de origen político denominado “el síndrome del llavero”.

Este síndrome se caracterizaría por el miedo y la autocensura de quien lo padece a exhibir socialmente signos externos discretos de su ideología política, social o religiosa, ante el lógico temor a las consecuencias negativas para el portador. Una auto inhibición causada por el riesgo real al acoso político y social que sufren los sujetos no alineados con el “bienpensar” (neolengua orwelliana) de los grupos que aspiran a ser hegemónicos en España e indicador irrebatible de la falta de salud democrática de nuestra sociedad.

Si alguien padece silentemente este síndrome no debe preocuparse, es muy normal, simplemente le sugiero que aplique esta solución: ninguna empatía con los acosadores y asertividad.

Publicaciones del autor relacionadas con este artículo: “Hispanofobia” (Pérez Velasco, V.M.:2015).

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