Para analizar el conflicto de Sudan en primer lugar hay que ver quiénes son los actores internos y externos.
Dentro de los actores internos nos encontramos con dos Generales enfrentados: uno el General Al Burhan, jefe de las Fuerzas Armadas sudanesas, apoyado por países como Egipto, en donde realizó su formación militar, y el otro, el General Hemetti, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, quien no posee tantas capacidades como Al Burhan al carecer de la fuerza aérea.
Dentro de los actores externos nos encontramos con países que apoyan a cada uno de estos bandos por los intereses que tienen en este país.
Entre estos últimos encontramos a Rusia, que tiene interés en la base naval que quiere construir en Port Sudan para controlar el tráfico marítimo y asegurar el acceso al puerto naval en el Mar Rojo. Por otro lado, tenemos la presión de EE.UU. para impedir que se construya, a Turquía, que también negocia desde 2017 una base naval en la isla de Suakin (a unos 50 km al sur de Port Sudán) y a Qatar, adversario de saudíes y emiratíes, para construir un puerto comercial con una inversión de 4.000 millones de dólares.
Rusia en este conflicto mantienen un perfil bajo a la espera de ver quién vence para garantizar sus intereses en el país.
Emiratos, al igual que Riad, parece que tienen preferencia por el general Hemetti, quien, a los 43 años, es de la misma generación que el emir de Abu Dhabi y presidente emiratí Mohammed bin Zayed (MBZ) y el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman (MBS) y que, como ellos, luchan contra la influencia iraní.
Egipto apoya a al-Burhan dado que tiene una relación personal con Al-Sisi: ambos estudiaron en la misma escuela militar en El Cairo y teme que la lucha por el poder, que comenzó el 15 de abril, pueda convertirse en una larga guerra civil, reduciendo a Sudán a un estado fallido.
También está presente el grupo Wagner para saquear las riquezas de Sudán en un intento por fortificar a Rusia contra las sanciones occidentales y reforzar los efectos de la guerra de Moscú en Ucrania.
Según distintas fuentes, en Sudán, el principal vehículo de Prigozhin, el jefe de Wagner, es una compañía sancionada por Estados Unidos llamada Meroe Gold, una subsidiaria de M-invest propiedad del oligarca ruso, que extrae oro mientras proporciona armas y entrenamiento al ejército y los paramilitares del país.
La intromisión de Rusia en el oro de Sudán comenzó en 2014 después de que su invasión de Crimea provocara una serie de sanciones occidentales. Los envíos de oro demostraron ser una forma efectiva de acumular y transferir riqueza, reforzando las arcas estatales de Rusia y eludiendo los sistemas internacionales de monitoreo financiero.
También hay informes de que la compañía militar privada rusa Wagner ha estado suministrando armas, incluidos sistemas portátiles de defensa aérea (cohetes lanzados desde el hombro), misiles antitanque y vehículos blindados, al grupo paramilitar conocido como Rapid Support Forces (RSF). Wagner busca proteger sus intereses mineros ubicados en el territorio de las RSF.
Sudán ha soportado un gobierno militar durante las últimas tres décadas. La persistente falta de legitimidad, la desconfianza de la población y la necesidad de inversión internacional para estabilizar la economía del país hacen que la continuación de cualquier forma de gobierno militar en Sudán sea una opción insostenible.
Mientras tanto, los líderes civiles y de la sociedad civil sudaneses han demostrado resiliencia y han propuesto un camino para la transición del conflicto hacia la democracia. Por lo tanto, la crisis del Sudán no será resuelta por agentes militares, sino que requerirá la participación civil apoyada por agentes internacionales.
La peor pesadilla para Sudan sería ver que el escenario libio se repite en Sudán: un país dividido en dos bandos al mando de dos generales.
La lucha en Sudán continúa a pesar de un alto el fuego temporal mediado por Estados Unidos. La pausa en las hostilidades ha permitido a muchos países evacuar a sus ciudadanos y cerrar misiones diplomáticas, lo que indica que creen que esto podría convertirse en un conflicto prolongado en el tiempo.
La participación de otros países que apoyan a bandos opuestos en el conflicto, como Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, también complicarán cualquier intento de evitar una escalada.
Si se internacionaliza el conflicto, como todo parece indicar, este será más difícil de solucionar, tal y como hemos aprendido en otros casos como Siria o Libia
El primer perdedor en este conflicto es obviamente el pueblo sudanés, y después, Egipto, ya que cuatro millones de egipcios viven en Sudán y 10 millones de sudaneses lo hacen en Egipto.
El segundo estado en el ojo de la tormenta será Chad, que es frontera con Sudán; una desestabilización de Chad podría impactar en toda la región del Sahel, con los graves problemas que ello implicaría. Posteriormente, la República Centroafricana, donde además hay enfrentamientos en la frontera chadiana. Luego vienen Libia, los países del Sahel, que serán víctimas triples por todo el tráfico generado por la guerra, las armas, el contrabando y el desinterés en su país por este nuevo conflicto, menos ayuda humanitaria por culpa de medios cada vez más reducidos. Al este, Etiopía, Eritrea, sin olvidar, por supuesto, Sudán del Sur. También podría salir perjudicada China, que está muy involucrada en el petróleo sudanés.
A nivel regional, una de las posibles consecuencias de una nueva guerra civil sudanesa podría generar un éxodo masivo hacia el Mediterráneo y hacia los países vecinos, algo que no conviene ni a Arabia Saudí (con el que comparte las fronteras del Mar Rojo), ni al Egipto ni a Chad, con sus propios problemas internos entre ganaderos y agricultores en su lucha por los recursos. Tampoco a Libia, un país cuyas sus fronteras son muy permeables y que constituye un bastión muy importante de partida de africanos subsaharianos hacia Europa.
La ruta migratoria que une Sudán con Libia ya es de por sí muy transitada por habitantes del África oriental que buscan un nuevo lugar para vivir. Además, es un Estado fallido en el que el crimen organizado y las células terroristas se mueven a placer. Estas poblaciones podrían ser perfectamente víctimas de ambas redes, con el aumento del riesgo en seguridad que ello conllevaría, en una región ya de por si inestable.
Europa no debería perder de vista los acontecimientos de Sudán y, junto al resto de la comunidad internacional, seguir abogando por la negociación y el fin de los enfrentamientos entre los bandos. Una guerra civil en Sudán sería desastrosa para el Sahel, que es ya una región crítica en cuestiones de seguridad y muy presente en las estrategias de Seguridad europeas, especialmente, en la española.
Al mismo tiempo, no hay corredores humanitarios cuando no hay agua ni comida ni medicamentos ¿Como van a resolver este problema logístico?
En el frente diplomático, los dos generales han afirmado que han tenido intercambios con Estados Unidos, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía y Sudán del Sur, que está preocupado por los "efectos secundarios ya visibles" del conflicto, especialmente con la afluencia de "refugiados" a los países vecinos. Decenas de miles de personas ya han cruzado las fronteras, incluyendo Chad al oeste y Egipto al norte. Un total de 270.000 personas podrían estar huyendo a Chad y Sudán del Sur, según la ONU.
Sería necesaria la intervención de Estados Unidos y del resto de la Comunidad Internacional, que parece han dejado un vacío en África. No es demasiado tarde para que la Comunidad Internacional ofrezca al continente africano lo que realmente quiere: paz, prosperidad, reconocimiento y democracia. Podría comenzar con Sudán.
Es obligatorio generar rutas seguras para los refugiados. La situación actual en Sudán es como una bomba de relojería que pronto podría explotar con todas sus consecuencias, principalmente hacia Europa, y verter cientos de miles de personas desesperadas a través de las rutas que atraviesan Libia y se proyectan a lo largo del Mediterráneo.