El debate legal y la controversia moral de la publicación (o no) de la novela de no ficción 'El odio' (Anagrama), escrita por Luisgé Martín, ha girado en torno a la libertad de creación, el derecho a la intimidad, la protección del menor y la no vulneración de la memoria. De momento, la editorial decidió este pasado jueves suspender sine die la distribución de la obra. Pero hay personas que han recibido ejemplares, como críticos literarios. Estamos a punto del siguiente capítulo: escaneo y difusión pirata.
En el libro, el asesino José Bretón confiesa el asesinato de sus hijos por primera vez. ¿Qué buscaba? ¿Beneficios penales? ¿Protagonismo? Este ególatra consumado se ha vuelto a meter en nuestras vidas gracias a este episodio editorial que castiga a la madre de los niños, Ruth Ortiz, a ser víctima de nuevo. Anagrama ha negado haber abonado ningún dinero al parricida.

No es asunto menor la responsabilidad de autores y lectores por dar bombo y platillo a los criminales, relatando su historia, consumiéndola, haciéndola mediática. “Habrá quien piense que Bretón es un pobrecito, que estuvo en la guerra de Bosnia e intentó suicidarse. Se está generando una empatía mayor con él que con las criaturas que murieron”, explica a Escudo Digital la psicóloga clínica Llanos de Miguel Pérez.
Existe un debate moral sobre si poner límites o no. Es decir, si es mejor detallar las maldades del alma humana o mantenernos a salvo de la brutalidad de los crímenes. ¿Qué es lo mejor para el estado emocional de la sociedad? ¿Darle rienda suelta a la creatividad? ¿O hay que poner límites? Según la experta, “promover la toma de consciencia de la realidad, de la capacidad humana de hacer daño es muy importante, hay que saber que las personas pueden tener esos impulsos”.
¿Puede un libro incitar al asesinato?
Esta polémica plantea más de una duda: ¿puede un psicópata sentirse impulsado a cometer un crimen para que se hable de él en los medios o para que cuenten sus hazañas en algún libro? o ¿puede la publicación de 'El odio' actuar como estímulo para que un trastornado adquiera protagonismo con un asesinato (o varios).
“Un libro sobre un criminal no genera de por sí nuevos criminales, porque la fantasía que se puede tener de asesinar es anterior a conocer nuevas referencias”, argumenta De Miguel. Las motivaciones de un asesinato son variadas, “pero detrás de su planeamiento puede estar la demostración de que se está por encima”. “Se compensan así los complejos gracias al narcisismo”, añade.
La popularización del ‘true crime’
Las cadenas de televisión sirven en sus parrillas documentales y series basadas en crímenes reales. ¿El true crime da ideas a los aprendices de asesinos? ¿El caso Asunta o El cuerpo en llamas pueden servir de inspiración?
El mayor peligro es la glorificación. “La publicación de ‘El odio’ o la emisión de series de televisión sobre crímenes reales —expone Llanos de Miguel— están vinculados con el morbo social, que mitifica a los asesinos como personas especialmente inteligentes, los glorifica hasta provocar la admiración”.
“Otro peligro que se genera es contribuir a que la gente piense que estamos rodeados de psicópatas dispuestos a hacer estas cosas. El porcentaje de personas que pueden pensar en cometer un crimen es mínimo”, apunta.
“La moda más reciente de este tipo de series en televisión —comenta— ha motivado haber recibido en consulta muchas más visitas de personas que nada más cortar su relación han intentado buscar un diagnóstico psicopático en sus exparejas. A veces da la sensación de estuviésemos rodeados por un vecino o una expareja que te podrían descuartizar. Hay que saber protegerse, distinguir, pero sin que la sobreinformación nos lleve a pensar que lo de las series es la realidad cotidiana”.
¿Efecto imitación?
Un tal Alonso Quijano, actor de la novela que conocemos como 'El Quijote', enloqueció leyendo libros de caballería. Como se repite hasta la saciedad, la realidad supera a la ficción, como evidencia que el cine y la televisión se sume a la literatura para provocar que los niños imiten a sus héroes o a sus monstruos.
Cuando se estrenó en España 'Pippi Calzaslargas' (1974), algunos menores saltaron por la ventana, como hacía en la serie la muchacha de las coletas. Más trágica fue la muerte de una niña de 7 años en Barcelona (1979) mientras intentaba emular a Supermán. Un joven de 17 años murió en París (1992) por la explosión de una bomba que había fabricado él mismo al estilo Mac Gyver.
Imitadores tristemente famosos
Pero hay efectos de imitación todavía más peligrosos, el llamado copycat killer, que integra aquellos crímenes inspirados por otros difundido spor los medios de comunicación. Este imitador puede estar emulando a un personaje de ficción. En 1993 un suceso estremeció Liverpool. Dos menores de 10 años mataron a James Bulguer, de dos. Según algunas versiones, los asesinos se basaron para cometer su acción en la película 'Muñeco diabólico 3'. En 1997, el propio autor Stephen King retiró de la circulación el libro 'Rabia', inspirador del tiroteo en la escuela secundaria Heath donde perdieron la vida tres adolescentes.
Imitador famoso fue Heriberto Seda, en los años noventa, que admiraba al asesino del zodiaco, de la década de los sesenta. En 2012, durante el estreno de la película 'The Dark Knight Rises', James Eagan Holmes irrumpió en un cine de la localidad de Aurora, disfrazado de Joker, y disparó aleatoriamente sobre los espectadores. Murieron 12 personas. La difusión mediática de los actos del criminal primigenio (cuando es real) contribuye a conferir a estos personajes una importancia digna de reconocimiento por parte de su seguidor.

No existe una relación lógica entre el crimen que desea imitarse y la comisión de los delitos. Sin ese espejo donde mirarse, los expertos indican que tarde o temprano terminarían asesinando, sin necesidad de fijarse en un antecedente. Suelen contar en su contra antecedentes penales, trastorno mental o un conducta antisocial con ciertos rasgos psicopáticos.
¿Existe realmente una relación entre la difusión mediática y la violencia. La jurista y criminóloga Paz Velasco de la Fuente, en su libro 'Homo Criminalis. El crimen a un clic' (Ariel, 2021) expone las conclusiones de los expertos: “Casi todos los estudios realizados para averiguar si los medios de comunicación afectan al comportamiento violento de los espectadores, surgen de la creciente preocupación por el aumento de la tasa de delincuencia, en la sociedad. A pesar de las muchas investigaciones que hay al respecto, aún no existe unanimidad a la hora de establecer los efectos concretos de la exposición al crimen y a la violencia en diferentes medios. Podemos determinar que aunque la violencia mediática no sea un factor causante, si podría tener un efecto desencadenante, de modo que los medios serían catalizadores o aceleradores del crimen”.
¿Los videojuegos pueden provocar violencia?
El mundo de la violencia y el crimen que escenifican los videojuegos en una amplia gama de escenarios puede predisponer en contra de esta manera de perder el tiempo. Nombres como 'Call of Duty', 'Mortal Kombat' o 'Grand Theft Auto' recogen todo tipo de salvajadas.
La posible vinculación entre videojuegos y violencia ha generado un intenso debate durante décadas, apoyado en informaciones sensacionalistas y pseudoinvestigaciones. Al viejo argumento de que los videojuegos violentos pueden provocar un comportamiento agresivo en los jugadores, ciertos estudios señalan todo lo contrario.
Los variados apóstoles de la influencia negativa de los videojuegos sostienen que la exposición a contenido violento conduce a normalizar el comportamiento agresivo o que los personajes se convierten en modelos. Pero no es la tendencia en las últimas investigaciones.

El estudio 'Causal effect of video gaming on mental well-being in Japan 2020–2022', publicado por Hiroyuki Egami, Md. Shafiur Rahman, Tsuyoshi Yamamoto, Chihiro Egami y Takahisa Wakabayashi en Nature Human Behaviour, revela en 2024 que los videojuegos mejoran la salud mental: “El uso generalizado de los videojuegos ha suscitado preocupación por su posible impacto negativo en el bienestar mental. Sin embargo, la evidencia empírica que apoya esta noción se basa en gran medida en estudios correlacionales, lo que justifica una mayor investigación sobre la relación causal. Aquí identificamos el efecto causal de los videojuegos sobre el bienestar mental en Japón (2020-2022) utilizando videoconsolas como experimento natural. Hemos descubierto que la propiedad de videoconsolas, junto con el aumento del juego, mejoraba el bienestar mental, redujo la angustia psicológica y mejoró la satisfacción vital”.
El estudio, realizado con más de 97.000 participantes, también identifica distintos resultados en función de la plataforma y la tipología del videojuego. La Nintendo Switch, que está más enfocada en el juego relajado y social, tiene efectos más positivos en adolescentes y mujeres, mientras que la PlayStation 5, volcada en juegos donde predomina la acción, tuvo efectos más beneficiosos en jóvenes profesionales y adultos sin hijos.
Otros especialistas aluden a otros efectos positivos de los videojuegos: beneficios cognitivos, habilidades multitarea, alivio del estrés o el desarrollo de la resiliencia.
Sostiene Llanos de Miguel que “cuando una persona ejerce la violencia no le nace solo de lo que ha estado jugando, sino de una rabia que viene de otro lugar”. “Y la narrativa que se usa puede ser la de videojuego, o de la religión que se profesa en su casa, o del trauma porque un profesor le trató mal”, indica.
“Hay personas que han sufrido abuso y han jugado a videojuegos violentos y no son violentas. Otra cosa es que este tipo de ocio permita el desarrollo de niños y jóvenes”, sentencia.