El anuncio del presidente francés Emmanuel Macron del acuerdo al que han llegado los Gobiernos de Francia y Reino Unido de enviar una misión militar para preparar un eventual despliegue en Ucrania ha encendido las luces rojas en Bruselas. El pacto alcanzado tras la inacción (o la falta de tratamiento) del asunto en la reunión del Consejo europeo del pasado 20 de marzo viene a constatar, no solo la falta de oportunidad política de la Unión Europea (UE) en el tratamiento de la crisis, sino también las diferentes aproximaciones que para su resolución puedan adoptarse en el seno de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD).
Francia y el Reino Unido han tomado la iniciativa. Macron y Starmer han dado un paso al frente intentando aunar bajo su liderazgo los esfuerzos del resto de socios europeos. Han convocado reuniones al más alto nivel en Londres y París y han reunido a los jefes militares (JEMAD) de aquellos países que inicialmente se interesaron por la “coalición de voluntarios”, así bautizada por el premier británico. La UE, en su conjunto, no ha ido más allá de sus recomendaciones de rearme a sus miembros en su ya conocido Libro Blanco.
A lo largo de la historia, París y Londres se han debatido pendularmente entre el antagonismo más recalcitrante durante el esplendor de sus imperios coloniales hasta las coaliciones más férreas frente a un enemigo común como lo fueron las dos guerras mundiales. Separadas posteriormente por un alineamiento estratégico divergente por el que el Reino Unido se acercaba a Estados Unidos con su política atlantista y Francia se alineada con su viejo “enemigo” en el proyecto de construcción europea. Pero ahora la situación ha cambiado.
Francia y Reino Unido, socios estratégicos
A pesar de ser “cohabitantes” en la OTAN buscando el liderazgo tras los EE.UU. y adversarios “sin cuartel” dentro de la UE, Francia y el Reino Unido son socios estratégicos tras el Brexit en un frente común contra Rusia. Libres de ataduras de la PCSD, ambos países han sabido mantener su capacidad nuclear en plena era de proliferación hasta nuestros días. Son, en estos momentos, la única esperanza que le queda a Europa para jugar en el tablero de ajedrez geopolítico en el que Putin y Trump han convertido al viejo continente.
Una esperanza que la UE es incapaz de proporcionar a la totalidad de sus 27 miembros. Un Consejo europeo que recuerda a la “torre de Babel” atenazado por Tratado de Lisboa (2009), que no permite ir más allá en materia de defensa de lo que la UE ha hecho hasta ahora. Sus Estados podrán gastar más en armamento (el que pueda permitírselo), tal y como propone la Comisión, pero la capacidad militar de la Unión como tal seguirá adoleciendo de herramientas comunes que le permitan actuar como lo puede hacer la OTAN.
Internamente la UE carece de una idea “común” de hacia qué dirección debe avanzar la PCSD, que no es otra que hacia una defensa común tal y como establece el TUE. Ni siquiera para denominar al reciente Libro Blanco de la Defensa se han puesto inicialmente de acuerdo, teniendo que modificar su título inicial ReArm Europe por European Defence Readiness 2030.
Un Libro Blanco por el que la Comisión recomienda comprar más armamento de manera colectiva a las empresas europeas para potenciar una ansiada autonomía estratégica sin caer en la cuenta de que la urgencia del caso hubiese aconsejado no establecer un plazo para ello (2030). Cinco años vista parece demasiado tiempo para hacer frente a una amenaza tan inminente como la que es presentada en el propio documento.
La Defensa, soberanía de los Estados
El Libro Blanco deja claro que la Política de Defensa de la Unión sigue en manos de la soberanía de los Estados. En esto es difícil avanzar ya que el actual Tratado de la Unión no proporciona muchas herramientas militares comunes. De hecho, la UE solo dispone “en propiedad” de una pequeña célula de planeamiento militar en Bruselas para determinadas misiones y en determinados territorios y circunstancias (las famosas Misiones Petesberg, recogidas en el art. 43.1 del TUE) realizadas por los Battelgroups que las naciones ponen a su disposición de forma cíclica.
Una capacidad que el nuevo concepto de Rapid Deployment Capability (EU RDC) de la Unión, que en 2022 vio la luz con la Brújula Estratégica de Borrell, intentó potenciar elevando a 5.000 efectivos incluyendo componentes navales y aéreos, a todas luces insuficientes para una crisis que como en la de Ucrania requiriera una fuerza de interposición, por ejemplo.
No en vano, ya se ha dicho por activa y por pasiva, que la Europa de la Defensa de la UE no es la Defensa integrada que Europa necesita. La Europa de la Defensa que encarna la PCSD se centra exclusivamente en el ámbito de la gestión de crisis en el exterior. Nada de “defensa del territorio” europeo de sus Estados miembros. Eso queda para, en su caso que está por ver, el art. 42.7 del TUE que trata de la cláusula de asistencia mutua de la UE por la que los Estados miembros de la UE deben ayudar a otros miembros que sean víctimas de agresión armada.
La PCSD no se creó para operaciones militares a gran escala o de alta intensidad. Por ello, la UE no tiene grandes capacidades militares permanentes como la OTAN, sino contribución voluntaria y temporal de sus Estados miembros tal y como se desprende del art. 42.6 del TUE.
La línea roja del despliegue de tropas en Ucrania
Es indudable que existe una línea roja en el apoyo militar de los países europeos a Ucrania que desde el comienzo de la invasión ha supuesto una ayuda de alrededor de 50.000 millones de euros en apoyo militar a través del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz. La invitación del Libro Blanco a intensificar la asistencia militar y de cualquier otro tipo de la UE tiene su línea roja en el despliegue de tropas en territorio ucraniano. Y esto, por razones diversas, por el momento parece que solo el Reino Unido y Francia están dispuestos a realizarlo. La “coalición de voluntarios” que propugnaba Starmer hace escasas semanas parece que hace agua y no se consolida.
Tras la cumbre de este jueves convocada por Macron en París solo Francia y el Reino Unido, del total de 31 países presentes en la cumbre, están dispuestos a poner las boots on the ground en Ucrania. La cumbre, que ha contado con la presencia de miembros destacados de la OTAN como Turquía y Canadá, así como de su secretario general, ha despertado interés global como muestra el hecho de la presencia de miembros del Gobierno australiano.
Sin embargo, la “coalición de voluntarios” no ha tenido el éxito esperado. Su estreno inminente, con un despliegue militar que, en tanto en cuanto se firma el acuerdo de paz, supone iniciar un asesoramiento para la conformación de las futuras fuerzas armadas ucranianas son palabras mayores. Se sabe que tras el acuerdo de paz una reactivación del conflicto de una Rusia que se sabe vencedora de la guerra es posible y eso suena a “guerra”.
Las necesidades de Ucrania
Bajo el lema bâtir une paix solide pour l’Ukraine et l’Europe, el presidente galo ha hablado de forces de réassurance de “varios países europeos” que podrán desplegarse en Ucrania. La apuesta franco-británica es sólida a pesar de los pocos apoyos recibidos. De hecho, en los próximos días, los Jefes de Estado Mayor de Francia y Gran Bretaña viajarán a Ucrania para verificar las necesidades militares.
El presidente francés ha declarado que Ucrania tiene una idea muy clara de sus necesidades y las zonas esenciales para desplegar en las fuerzas “europeas” de apoyo que se estima pueden incluir efectivos, no solo terrestres, sino también navales y aéreos. El presidente Zelenski ha asistido a la cumbre y ha mantenido sendas reuniones bilaterales con Macron y Starmer (esta última en la Embajada británica en París) al finalizar la cumbre.