Desde hace semanas, en Occidente crece la desconfianza acerca del éxito de la actual contraofensiva ucraniana. Los tardíos acuerdos alcanzados con los Ejecutivos de Holanda y Dinamarca relativos a la entrega de los cazas F16 subrayan cómo la indecisión de los socios occidentales disminuye las posibilidades defensivas de Kiev. El proceso ha sido largo y ha requerido la aprobación de EEUU. Esta no se materializó hasta el pasado día 17 con el visto bueno de la administración de Joe Biden para transferir los aparatos de combate a la nación del este de Europa.
Los aviones son una contribución para compensar la superioridad aérea del ejército ruso y una señal de que los socios de Europa y EEUU no reducirán su apoyo. El problema es que para alcanzar a Rusia, Ucrania necesitará un número mayor. Su Fuerza Aérea calcula que se necesitarían unas 130 unidades, más del doble de lo que podrían suministrar Países Bajos y Dinamarca juntos. Además, es poco probable que los aviones prometidos se desplieguen antes de la próxima primavera. Es decir, llegarán demasiado tarde para la contraofensiva en curso.
En opinión de muchos expertos occidentales, uno de los mayores déficit de Ucrania es la aplicación de las llamadas ‘armas combinadas’. Esta táctica de la OTAN implica el uso sincronizado de diferentes armas y tropas que se apoyan mutuamente. La fuerza aérea protege de los ataques del adversario a las unidades que avanzan atacando a su vez objetivos enemigos. Esta es la teoría, pero carece de un elemento esencial: una poderosa fuerza aérea para ponerla en práctica. “El F16 podría llenar estos vacíos mejor que los MiG adicionales”, escribió el think tank estadounidense RAND Corporation en un análisis de mayo.
Es cierto que los F16 no constituirán una panacea o siquiera un cambio radical en la contienda. Con todo, nadie duda de su utilidad. Ahora, pilotos, mecánicos y demás personal de servicio tienen que recibir formación sobre los aviones estadounidenses. Según los especialistas, hasta el año que viene los pilotos no podrán pilotar en Ucrania los primeros F16 procedentes de las existencias holandesas y danesas. Necesitarán más meses para sacar el máximo partido a la aeronave.
Para entonces, Kiev ya habrá perdido parte del armamento occidental entregado en primavera y verano. A diario, vehículos blindados de transporte de tropas y vehículos de transporte de tropas son alcanzados por la artillería o destrozados por minas rusas. Los aviones no tripulados rusos Lancet realizan más de 100 ataques al mes contra material ucraniano. De los 120 vehículos de combate de infantería Bradley estadounidenses entregados hasta ahora, la mitad ya ha sido destruida.
Las largas discusiones sobre los riesgos de escalada obligan a Ucrania a tener que esperar durante un tiempo excesivo el material esencial. A menudo, su llegada no coincide con los momentos decisivos de la guerra. Las armas trascendentales se entregan cuando la presión política se hace demasiado grande o cuando el temor a la reacción rusa se disipa. Y esto les resta gran parte de su efectividad.
Otro ejemplo análogo de incertidumbre es el de Alemania. El misil “Taurus” es uno de los sistemas armamentísticos más modernos de la Bundeswehr. Mide cinco metros, pesa casi 1,4 toneladas y se lanza desde un avión de combate. Interesa a Ucrania porque apenas es detectable por el radar (vuela a una altitud de 35 metros). Con una autonomía de hasta 500 kilómetros puede atacar objetivos a larga distancia y lanzarse sin necesidad de ingresar en el espacio enemigo. El misil asciende de modo abrupto justo antes de alcanzar su objetivo y lo golpea desde arriba. Es capaz de penetrar varias plantas de un búnker antes de que explote la ojiva.
Al Ejército ucraniano ya se le han prometido sistemas de armas similares, aunque con un alcance más corto. Es el caso del “Storm Shadow”, británico, y los misiles de crucero “Scalp”, franceses. Mas con “Taurus” Kiev podría destruir rutas de abastecimiento y centros de mando rusos. También en la Crimea ocupada, algo esencial para recuperar ese territorio.
De los aproximadamente 600 “Taurus” de la Bundeswehr, 150-300 estarían listos para ser utilizados. Están diseñados para usarse con aviones Tornado y Eurofighter y antes de suministrarlos tendrían que adaptarse a los aviones de combate de la Fuerza Aérea ucraniana.
Si bien el canciller Olaf Scholz afirma que Vladímir Putin no debe ganar la guerra, sus dudas sobre el equipamiento de armas ayudan a Moscú. Tiene razón su ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, de los Verdes: cada día cuenta a la vista de la precaria situación de Ucrania.
Al tiempo que Moscú bombardea con letal precisión ciudades del oeste de Ucrania y lanza asimismo contraofensivas en el frente del sur, Scholz aplaza su decisión sobre la entrega de los misiles de crucero. Por un lado están las consabidas consideraciones de política interna (el suministro de armas es impopular en Alemania y en particular en la socialdemocracia) y, por otro, el temor a que los ucranianos puedan utilizarlos para atacar territorio ruso. En el caso de los “Taurus” eso es lo que el Gobierno federal quiere evitar, porque implicaría una escalada del conflicto. Una opción sería que Berlín limitara técnicamente su alcance.
Sin embargo, en el año y medio transcurrido desde la invasión los ucranianos nunca han utilizado en Rusia material bélico suministrado por Occidente. Precisamente por eso se justificó en Copenhague y La Haya la decisión de entregar a Kiev modernos bombarderos F16. Incluso es probable que se impusiera como condición para no forzar la posición ante Putin.
Es verdad que el apoyo occidental ha tenido un efecto de euforia. Y ha liberado nuevas fuerzas en la castigada población para seguir resistiendo la agresión. No obstante, Washington y Berlín se encuentran paralizados por batallas políticas internas. El espectáculo de Donald Trump en EEUU y las divisiones en el gobierno de coalición alemán desplazan la guerra a un segundo plano. El Kremlin respira tras una serie de graves errores de cálculo.
Moscú no deja de advertir contra la entrega de sistemas de armas como “Taurus” o el ATACMS norteamericano, pero al mismo tiempo el Kremlin no vacila a la hora de utilizar misiles de largo alcance en sus ataques.
Ante las diversas limitaciones objetivas en el suministro, Kiev muestra ‘comprensión’. Lo que no se entiende en Ucrania es que el miedo a una escalada no especificada frene las entregas. Mientras tanto, aumenta el número de víctimas civiles.