Once grados bajo cero. Siret es uno de los puestos fronterizos de Ucrania con Rumanía. Cada día desde primeras horas cientos de personas, fundamentalmente mujeres y niños, atraviesan esa frontera. Hace mucho frío. Y el día que se olvidan las bajas temperaturas, y no pasan por aquí, vienen el viento o la nieve a castigar a cientos de personas que llegan a la frontera de la esperanza después de muchos días de huida.
Se calcula que ya han abandonado el país tres millones de ciudadanos, pero que hay otros dos millones que se mueven dentro del país para buscar las salidas. La frontera más fácil es la de Polonia, con buena combinación de tren, pero los últimos ataques de los rusos han provocado que cientos de personas se hayan decidido por puntos más alejados como Moldavia e incluso Hungría, que pone muchas pegas.
Una de las fronteras que en los últimos días ha tenido un mayor aumento de tráfico ha sido la de Rumanía. No tiene la buena comunicación que posee la polaca, pero miles de personas prefieren un recorrido más seguro que jugarse la vida en un bombardeo indiscriminado contra la población en una de las ciudades próximas a Polonia.
Pasar un rato junto a los refugiados es un sufrimiento. Se intercambian sus desgracias. Caterina cuenta que tiene un hijo de 30 años que no contesta a sus mensajes mientras su compañera vigila a su niño y no hace más que pensar en su marido con el que, de momento, habla a diario.
Las autoridades, como ya es conocido, no permiten salir del país a los hombres mayores de 18 años y menores de 65. Quieren que luchen contra los invasores. Algunas mujeres están seguras de que no volverán a ver a sus parejas, por lo que cada conversación telefónica es un drama.
Algunas ciudades se han quedado sin luz y el drama para las mujeres que están ya fuera de Ucrania aumenta porque no saben si los suyos viven o no. Sus móviles están sin batería.
El procedimiento de recepción de los refugiados funciona, de momento, bien. Las mujeres son ayudadas por los bomberos desde el momento que pisan suelo rumano. Las llevan a legalizar su situación y les ponen en contacto con una ONG que les traslada al país que quieren. Allí las autoridades o las propias ONGs se encargan de su alojamiento.
Una gran parte de las mujeres que han salido de su país tienen ya un destino fijo. Van a casa de familiares en Italia, Alemania o España. Es el caso de Dolores, una mujer ucraniana que vivía en una de las provincias que logró la independencia con el apoyo de Rusia en la guerra de 2014. Vivían en la zona de Kiev y ahora ha tenido que huir de su casa y viajar a Gijón, donde le espera su madre y una hija. “Gracias por todo”, no deja de decir constantemente a sus salvadores.
En la ciudad de Chernovtsy (Ucrania) Mensajeros de la Paz y Remar, dos organizaciones solidarias, ya tienen montado un almacén y hoy trabajaban para llenar el camión de provisiones para dar mil comidas al día en una de sus plazas, en caso, como se teme, que la afluencia de refugiados hiciera necesario un punto de información y también para reponer fuerzas.
Hay dos millones de personas, según Acnur, que circulan por el interior de Ucrania buscando una salida y muchos van a terminar saliendo por Rumanía, por lo que las autoridades han organizado el aprovisionamiento con estas y otras organizaciones. También preparan el transporte hasta la frontera, a unos 45 kilómetros.
En la calle se palpa la tristeza y el miedo. Se ven militares armados con su Kalashnikov en la ciudad, que ya ha habilitado zonas para reunir a los refugiados para proceder a una salida ordenada de su país.