Estados Unidos y China están inmersos en una intensa carrera por el liderazgo tecnológico y espacial, con la Luna como uno de los principales escenarios de competencia. Ambos países han acelerado sus programas espaciales, no solo por motivos científicos, sino también por razones geopolíticas y económicas. Estados Unidos, con su programa Artemis, tiene como objetivo que los astronautas regresen a la Luna para 2025 y establecer allí una base lunar sostenible a largo plazo.
China, por su parte, ha avanzado rápidamente con su programa Chang'e, que consiguió, entre otros logros, la recolección de muestras lunares en una de sus misiones, en 2020, y proyecta una estación lunar en colaboración con Rusia para la década de 2030. A escala global, desde la perspectiva de la comunidad internacional y científica, la carrera lunar es interpretada como una plataforma clave para el desarrollo de tecnologías avanzadas, incluidas las comunicaciones, inteligencia artificial y minería espacial, áreas en las que ambas naciones buscan consolidar su dominio global. Esta competencia no solo comporta logros científicos, sino también el control de recursos estratégicos, como el helio-3, que podría ser crucial para futuras tecnologías energéticas.
Breve historia de la exploración lunar
La exploración espacial de la Luna comenzó en la década de 1950 en el contexto de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética competían por la supremacía tecnológica y espacial. En 1959, la Unión Soviética logró enviar la primera sonda no tripulada, Luna 2, que aterrizó en la superficie lunar. Sin embargo, fue Estados Unidos quien dio el gran paso con la misión Apollo 11, cuando los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminaron por primera vez en la Luna el 20 de julio de 1969. Este evento no solo fue un logro científico y tecnológico, sino también un símbolo del poder geopolítico estadounidense. Se trata también de un hito seguido por otras cinco misiones tripuladas de la NASA hasta 1972. Desde entonces, la exploración lunar ha continuado a través de sondas no tripuladas y rovers (vehículos robóticos diseñados para explorar la superficie de otros planetas, lunas o cuerpos celestes) enviados por diversas agencias espaciales, mientras se planifican nuevas misiones tripuladas, como el programa Artemis de la NASA, que tiene como objetivo regresar a la Luna lo antes posible en la década de 2020.
La nueva carrera por el dominio espacial
En la actualidad, una nueva carrera espacial ha resurgido: esta vez entre Estados Unidos y China. Aunque el contexto es diferente, la motivación de ambas naciones resulta muy similar: demostrar superioridad tecnológica, asegurar recursos estratégicos y reafirmar el poder global. En este nuevo escenario, las empresas privadas están jugando un rol muy relevante, como SpaceX, que juegan un papel crucial en la reducción de costes y en el desarrollo tecnológico necesario para misiones como el programa Artemis de la NASA, que ha sufrido numerosos retrasos, especialmente debido a problemas técnicos.
Por su parte, China ha avanzado rápidamente en la exploración lunar con su programa Chang'e. Este programa ha logrado hitos significativos, como el primer aterrizaje en la cara oculta de la Luna en 2019 y la recolección de muestras lunares en 2020, las primeras en más de 40 años. Además, China planea su primera misión tripulada a la Luna para 2030 y, en alianza y sintonía permanente con Rusia, prevé construir una estación de investigación lunar en el Polo Sur, lo que podría abrir la puerta a futuras misiones tripuladas a Marte. Ambos países ven la exploración lunar no solo como un logro científico, sino como una oportunidad para obtener recursos estratégicos y ganar ventaja en la geopolítica global.
En este contexto, la Luna se ha convertido en un campo de pruebas crucial para el futuro de la exploración espacial y la competencia geopolítica. Se trata de un escenario en el que la minería espacial y el control de recursos lunares, como el helio-3, y la minería de asteroides ofrecen oportunidades económicas muy notables. Además, la Luna representa una posición estratégica para el control militar del espacio, con implicaciones importantes para la vigilancia, las comunicaciones y el posicionamiento global, lo que podría alterar el equilibrio de poder mundial.
Primer paso para establecer colonias espaciales
Miguel Querejeta, investigador del Observatorio Astronómico Nacional, reflexiona para RTVE que “volver a la Luna tiene cierto interés científico, pero sobre todo se trata de una demostración de poder tecnológico y un primer paso hacia establecer colonias espaciales de forma más o menos permanente”. Además, señala que “podemos afirmar que se trata de una carrera mucho más geopolítica que científica”. Respecto al avance del programa espacial chino, Querejeta advierte de que “puede parecer que la NASA y sus socios van con ventaja, pero lo cierto es que el programa Artemis se va retrasando por motivos técnicos” y que “dada la opacidad del Gobierno chino, resulta difícil conocer cómo de avanzado se encuentra su programa espacial”.
Sobre la explotación de los recursos lunares, Querejeta subraya que “la minería lunar es importante, sobre todo, porque si queremos construir bases permanentes en nuestro satélite, resulta mucho más sencillo utilizar los recursos disponibles en la Luna que tener que llevarlos desde la Tierra”. Sin embargo, también aclara que “la posibilidad de utilizar los recursos minerales de la Luna para abastecer a la Tierra es algo mucho más hipotético, ya que en estos momentos no está claro si llegaría a ser rentable”.
Los Acuerdos Artemis: una estrategia para la gobernanza lunar
En este escenario, ¿cuáles son los marcos legales que rigen la exploración espacial? Entre las más relevantes figuran el Tratado del Espacio Exterior de 1967 y el Tratado de la Luna de 1979, aunque estos no han sido firmados por las principales potencias espaciales, lo que plantea dudas sobre la apropiación y uso de los recursos lunares. Para cubrir ese vacío legal, en los últimos tiempos, Estados Unidos ha promovido los Acuerdos Artemis para regular la cooperación internacional en la exploración espacial, pero estos han sido criticados por países como Rusia y China, que no los han suscrito.
Los Acuerdos Artemis, introducidos en 2017 bajo la presidencia de Donald Trump, establecen un marco para la cooperación internacional en la exploración espacial como parte del programa lunar de EE.UU.
Aunque no son vinculantes legalmente, estos acuerdos representan un tipo de ley blanda que reafirma principios de tratados espaciales existentes y presenta innovaciones controvertidas como las “zonas de seguridad” en la superficie lunar y el uso de recursos espaciales. Con 43 países, incluido España, que han suscrito los acuerdos, se busca promover una visión compartida de la exploración espacial que alinee con los intereses estadounidenses. Sin embargo, estos acuerdos han sido objeto de disputa por parte de China y Rusia, marcando una creciente competencia en la exploración lunar y la formación de nuevas alianzas en el espacio.
Últimos hitos de esta incipiente nueva carrera espacial
En los últimos tiempos, la exploración espacial está experimentando cambios significativos, con un creciente protagonismo de empresas privadas y una mayor participación de países emergentes. La cuestión es que Estados Unidos y China afinan todo lo que pueden en sus recursos y avances, con la Luna como objetivo principal. En esta dinámica, la NASA ha programado la misión Artemisa 2 para noviembre de 2024, con el objetivo de llevar astronautas nuevamente a la órbita lunar, preparando el terreno para un alunizaje en 2025. Sin embargo, no hay garantías de que el cohete Space Launch System (SLS) esté listo para la fecha, lo que podría retrasar la misión. En cualquier caso, hablamos de operaciones de una elevada dimensión, tanto es así que Bill Nelson, director de la NASA, ha señalado que lo que está en juego es “la carrera espacial de llegar a la Luna antes que China”.
Por su parte, China también ha anunciado sus planes para realizar un alunizaje tripulado antes de 2030. En ese sentido, Lin Xiqiang, subdirector de la Agencia Espacial de Misiones Tripuladas de China, declaró en mayo que “nuestros astronautas caminarán sobre la Luna, recolectarán muestras alrededor del lugar de aterrizaje y realizarán algunas investigaciones in situ”. En cualquier caso, lo que parece es que ambas naciones tienen como objetivo alunizar en el polo sur lunar, una región rica en depósitos de agua helada que podría ser clave para futuras bases lunares.
El papel de Europa
¿Cómo se sitúa Europa en esta competición extramuros del planeta entre los dos países más poderosos del orbe? Aunque es cierto que es un socio menor en la exploración lunar, la Unión Europea tiene otras prioridades para 2024, especialmente el lanzamiento del nuevo cohete Ariane 6, que marcará el regreso europeo al acceso autónomo al espacio. Sin embargo, este lanzamiento se ha retrasado en varias ocasiones, y la industria espacial europea se ha visto en la necesidad de depender de SpaceX para sus misiones. La ESA (La Agencia Espacial Europea) ha destacado la importancia de este lanzamiento para recuperar la capacidad de lanzar misiones sin depender de otros países.
En esa línea, la agencia ha emitido un comunicado en el que destaca la importancia del Ariane 6 para el futuro espacial: “Lo más destacado de 2024 será recuperar el acceso autónomo europeo al espacio mediante el muy esperado vuelo inaugural del Ariane 6 y el regreso al vuelo de Vega-C”.
En cuanto a la exploración del sistema solar, sobresalen misiones como la Europa Clipper de la NASA, que se lanzará en octubre hacia la luna Europa de Júpiter, considerada uno de los lugares con mayor potencial para albergar vida en el sistema solar. Otras misiones relevantes de este tipo incluyen el lanzamiento del New Glenn de Blue Origin y el Proyecto Kuiper de Amazon, ambos liderados por Jeff Bezos, quien se posiciona como competidor principal de Elon Musk en el sector espacial.
Avances de las capacidades chinas
Una opinión autorizada para dimensionar los avances de la industria china aeroespacial es la de Svetla Ben-Itzhak, profesora en la Universidad Johns Hopkins, quien destaca el logro del Chang’e-6 chino como “una hazaña significativa, debido el alto índice de fracasos en misiones lunares”. También señala que “lograr un aterrizaje exitoso en el polo sur lunar es especialmente notable porque menos de una de cada tres misiones lunares ha tenido éxito históricamente. Esto pone de manifiesto el avance y la capacidad técnica de China en el espacio” en el momento actual.
El caso es que la Administración Nacional del Espacio de China (CNSA) ha presentado un nuevo plan estratégico que detalla la visión de China para desarrollar una infraestructura lunar extensa, incluyendo proyectos de extracción de recursos y generación de energía a gran escala. Para 2030, China pretende producir recursos vitales como agua y oxígeno a partir del suelo lunar. El objetivo a largo plazo es establecer una base lunar autosuficiente para 2045, que apoyará la exploración espacial profunda y podría atraer inversión y cooperación internacional.
Peter Garretson, experto del American Foreign Policy Council, apunta que “la capacidad de China para llevar a cabo misiones exitosas en la Luna sugiere que podría ser la próxima nación en enviar seres humanos a la Luna”. En una sintonía parecida se expresa Frank Lucas, presidente del Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología de la Cámara de Representantes de EE.UU., quien enfatiza que “el éxito de China en la exploración lunar subraya la necesidad de Estados Unidos de seguir invirtiendo y avanzando en sus propios programas espaciales”. Al tiempo que advierte de que “la complacencia (estadounidense) podría permitir a China avanzar aún más y desafiar la supremacía espacial de EE.UU.”. Por su parte, Scott Pace, director del Space Policy Institute, considera que “la competencia lunar entre EE.UU. y China va más allá de la ciencia y se centra en una batalla de valores”. Este experto plantea que, a medida que aumente la presencia humana y la actividad en la Luna, “surgirán cuestiones sobre qué normas y valores prevalecerán: los principios de ley, democracia y derechos humanos promovidos por EE.UU., o algún otro conjunto de valores”.