En las pasadas protestas violentas en la localidad de Svecan resultaron heridos al menos 30 cascos azules, algunos de gravedad. Tras los cruentos enfrentamientos el Mando Conjunto de Fuerzas de la OTAN anunció el envío de 700 efectivos para la Fuerza de Kosovo (KFOR). Alrededor de 500 soldados turcos constituyen el grueso de esos refuerzos y estarán “desplegados en el lugar durante el tiempo que sea necesario” según la Alianza.
Los manifestantes serbios pedían la remoción de alcaldes de etnia albanesa tras las elecciones locales; unos comicios ampliamente boicoteados por la comunidad serbia, mayoritaria en el norte de Kosovo. Los serbios exigen ahora la retirada de las fuerzas policiales especiales, así como de estos regidores, que no consideran sus verdaderos representantes. Las autoridades kosovares y serbias han sido conminadas para reducir las tensiones y evitar males mayores.
Es un nuevo exponente de las tensas relaciones entre Kosovo y Serbia. No obstante, la clave para entender la presente crisis no está en Pristina, sino en Belgrado. Ante una enorme presión política interna, el mandatario de Serbia, Aleksandar Vučić, busca distraer la atención con conmociones de este tipo en el exterior próximo.
En Serbia, hasta 60.000 personas llevaban tres semanas protestando de forma repetida contra Vučić y su gobierno; las mayores en el país desde la caída del ex presidente Slobodan Milosevic. Inicialmente, se desencadenaron por dos actos de violencia, que llevaron a una repentina e inesperada escalada de la situación política. Desde 2012, cuando asumió el cargo, Vučić no se había enfrentado a tal presión. La magnitud del descontento muestra el grado de insatisfacción de los serbios con el gobierno y la falta de democracia en el país. Un claro deseo de cambio de un sistema que hace tiempo que se deslizó hacia la autocracia es patente.
Desde hace poco, sin embargo, la atención ya no se centra en las protestas, sino en lo que ocurre en el norte de Kosovo. La situación de seguridad allí ha sido frágil durante meses, desde que los serbokosovares – a instancias de Belgrado – se retiraron de las instituciones estatales (incluidos el poder judicial, la policía y el gobierno). Los disturbios actuales son producto de las disfuncionales votaciones locales que se suponía iban a servir para cubrir esos puestos. El Lista Srpska, partido controlado por Belgrado, exhortó a los serbokosovares para boicotear el sufragio de abril. Su argumento era que primero debía crearse una asociación municipal serbia (ahora punto central de discordia en el diálogo entre Kosovo y Serbia). El control social de Belgrado a través de la Lista Srpska y otras estructuras es muy fuerte.
Pese a la mínima participación electoral, inferior al 5%, el gobierno central kosovar se aferró a los resultados. A continuación se produjeron las quejas y los sangrientos disturbios descritos. Es evidente cómo el régimen serbio genera deliberadamente frágiles situaciones de seguridad en países extranjeros cercanos (así y de manera similar en Bosnia y Herzegovina) para activarlas en caso de necesidad.
Declaraciones oficiales del Departamento de Estado de EEUU – y también de funcionarios alemanes – culpan de la renovada escalada al ejecutivo del Primer Ministro Kurti en Pristina. Esta crítica ignora al verdadero agitador. Las protestas no son acciones de ciudadanos enfadados congregados en un estallido espontáneo y legítimo de ira contra el gobierno central, sino un producto de la instrumentalización de la minoría serbia por parte del régimen de Vučić.
La actual política norteamericana (así como la germana) en la disputa parece perseguir el objetivo primordial de vincular más estrechamente a Serbia al campo euroatlántico en vista del conflicto con Rusia. Un enfoque ingenuo –y peligroso– en vista del papel desestabilizador del régimen de Vučić al instrumentalizar de modo regular a las minorías serbias en la región tanto contra los respectivos gobiernos nacionales o, en el asunto de Kosovo, contra su estatalidad. Recuérdese que es un Estado con reconocimiento limitado (EEUU, la mayoría de la Unión Europea y hasta 97 de los 193 miembros de Naciones Unidas).
Por su lado, Serbia, Rusia y China no aceptan la declaración unilateral de independencia de 2008. Tampoco España que en 2009 bajo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero puso fin a la presencia española (1999 a 2009). Durante una década, más de 22.000 militares realizaron más de 52.000 patrullas desactivando explosivos, ayudando en tareas de reconstrucción y repartiendo ayuda humanitaria. De estos, perdieron la vida nueve soldados en servicio.
Pristina ha vuelto a dejarse provocar por Belgrado. Pero además de haberse coordinado mejor con la KFOR, ¿qué podría haber hecho el gobierno Kurti? Las elecciones locales se celebraron – tras varios aplazamientos en favor del diálogo Kosovo-Serbia – con el beneplácito internacional. El boicot previo, conviene insistir que ordenado en última instancia por Belgrado, no fue suficientemente criticado por los representantes de los Estados QUINT. Ello ocasionó el nombramiento de cuatro alcaldes de origen albanokosovar, tres de los cuales ejercían sus funciones oficiales en sus respectivos ayuntamientos bajo protección policial.
Con todas las críticas –justificadas– a la gestión de la crisis no se puede pasar por alto la causa del conflicto. El momento en que se produjeron los disturbios, junto a los amplios vínculos operativos entre Belgrado y los matones implicados en las protestas y en acciones militantes anteriores, deberían proporcionar información suficiente sobre el provocador.
Más que en las tácticas de distracción en Kosovo, la comunidad internacional ha de centrar su atención en la situación interna de Serbia. Al hacerlo, logrará al mismo tiempo buscar el diálogo con los manifestantes sobre sus demandas.