Cuando nos acercamos al segundo aniversario de la invasión rusa a Ucrania, el panorama de la guerra genera un importante debate internacional sobre su posible conclusión. Como en todos los conflictos, los bandos (principalmente en Europa y EE.UU.) discuten sobre el futuro de esta guerra y mientras algunos especulan sobre un estancamiento del conflicto, otros abogan por reducir la asistencia internacional a Ucrania (Donald Trump), proponiendo forzar un acuerdo de paz entre las partes. Pero los que abogan por forzar la paz precipitando un acuerdo quizás ignoran lecciones históricas críticas y subestiman la complejidad del conflicto.
Las que están a favor de un alto el fuego creen ingenuamente que esto, además de salvar vidas, marcaría el fin de la guerra de una forma prácticamente definitiva. Contrariamente a estas suposiciones, la historia demuestra que un cese al fuego impuesto a Ucrania no garantizaría la paz. Esta supuesta paz solo significaría una pausa temporal, permitiendo a Rusia reorganizarse para futuras ofensivas. Este patrón se refleja en el comportamiento previo de Rusia, que ha demostrado una tendencia a ignorar compromisos internacionales y reiniciar hostilidades una vez disminuye la atención internacional o bien Estados Unidos se distrae con otros conflictos por el mundo.
La credibilidad de Rusia en cuanto a acuerdos de paz es muy cuestionable. La Federación Rusa ha violado sistemáticamente altos el fuego y tratados previos, destacando una estrategia de no cumplimiento y agresión continua. Tenemos un ejemplo evidente con los Acuerdos de Minsk, establecidos para resolver el conflicto en el Donbás en 2014. A pesar de las negociaciones y compromisos, Rusia rompió constantemente el alto el fuego y mantuvo su presencia militar en la región, desembocando en una escalada del conflicto en 2022.
Esta costumbre del Kremlin no se limita al conflicto ucraniano y tenemos por ejemplo la invasión rusa de Georgia en 2008 y la posterior ocupación de Abjasia y Osetia del Sur que también reflejarían esta dinámica. Rusia ha demostrado una tendencia a ignorar los acuerdos de alto el fuego y mantener sus posiciones militares a pesar de las condenas internacionales.
Además de esto, Rusia ha desafiado repetidamente normativas y tratados internacionales más globales. Ha infringido principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas, específicamente el compromiso de abstenerse de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado. Estas acciones han llevado a sanciones y suspensiones de Rusia en organismos internacionales como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, entre otros.
Más allá de los altos el fuego, Rusia ha mostrado desdén por acuerdos internacionales clave, como el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa y el Tratado INF, al negarse a cumplir con las inspecciones de armas nucleares y desplegar misiles con alcances prohibidos.
En definitiva, la propuesta de forzar un cese al fuego entre Rusia y Ucrania, sin tener en cuenta el historial de incumplimientos de Rusia, es en el mejor de los casos ingenua y en el peor, peligrosamente miope. Todas estas evidencias sugieren que Rusia no respeta los acuerdos de paz y utiliza los altos el fuego como tácticas para fortalecer sus posiciones estratégicas, y con las pérdidas que lleva acumuladas estos dos años, le vendría muy bien.
En este contexto, cualquier solución duradera al conflicto debe considerar esta realidad y trabajar en dirección a una resolución que no solo aborde las hostilidades actuales y a corto plazo, sino también la conducta internacional a largo plazo de Rusia, asegurando que no volverá a intentar invadir Ucrania, ni ninguno otro de los Estados que rodean a Moscú y de los cuales el Kremlin se cree con derecho a tomar por la fuerza.