El tablero del juego geopolítico en Siria (II)

Tras la caída de Damasco en manos del HTS, potencias regionales, como Israel, Turquía e Irán, y globales, como Rusia y EE.UU., maniobran para asegurar sus intereses en un país dividido y con un futuro incierto.

Javier Saldaña Sagredo

Coronel de Ejército de Tierra (R).

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Banderas de Turquía, Siria y Rusia.
Banderas de Turquía, Siria y Rusia.

En la entrega anterior y bajo el mismo título analizamos fundamentalmente la estructura de la compleja red de la oposición política siria al régimen de Bashar Al Assad y el papel destacado que ha jugado Hayat Tahrir al-Sham (HTS) en el derrocamiento del dictador sirio. También abordamos el éxito de terceros actores como Israel, quien a través de su "diplomacia de inteligencia", personalizada en las oscuras estrategias del Mossad, ha conseguido colocarse en una posición preeminente dentro del tablero del juego geopolítico en Siria.

Finalmente, aunque de forma embrionaria, nos adentramos en el no muy conocido entramado del juego de "proxies" que en el "tablero" sirio sirven los intereses de algunas potencias regionales, como el propio Israel, Turquía, Irán o las monarquías del Golfo, y por supuesto también de otras globales, Rusia y EE.UU.

Fruto de todo ello, la primera conclusión que se puede extraer es que, del laboratorio sirio, donde desde la llegada de la Primavera Árabe se entremezclan intereses de todo tipo, puede surgir cualquier reconfiguración de la geopolítica de Oriente Medio. Es cierto que la milicia del HTS, brazo armado del Gobierno de Salvación Nacional, se ha erigido en el gran protagonista del cambio de régimen después de trece años de guerra civil, pero no lo es menos que con la toma de Bagdad la partida no está acabada. Además, el equilibrio de fuerzas en presencia sobre el terreno va a hacer muy difícil la reunificación del país, que se aboca inexorablemente hacia una "balcanización" del Estado.

Turquía, un actor dual en el escenario sirio

Una "balcanización" en la que muchos analistas ven en Turquía a su principal promotor, considerándola como un verdadero actor dual en el escenario sirio. De hecho, las razones por las que Turquía fue modificando paulatinamente su rol en la zona, que le ha llevado incluso a apoyar implícitamente al HTS en su avance hacia Bagdad, sólo pueden entenderse cuando vienen de un avezado político como Recep Tayyip Erdogan, quien siempre busca la oportunidad para lograr una ventaja estratégica en cualquier conflicto que pueda afectar a su país. Unas razones que fueron variando desde una entente más que cordial con el régimen de los Assad hasta una indiferencia absoluta y que pudieron ser relativas y hasta incluso discutibles, pero, en lo que sin duda todos los analistas están de acuerdo es que, para Erdogan, en esas razones siempre pesó la prioridad de su particular guerra contra los kurdos.

Y en esa guerra fue fundamental el apoyo del opositor Ejército Nacional Sirio, creado en 2017 a instancias de Turquía y sobre la base de desertores del Ejercito Libre Sirio (ELS), el cual controlaba un territorio en el norte del país adyacente a las bases de las milicias kurdo-sirias del YPG (Unidades de Protección Popular), desde donde apoyaban al PKK (Partido de los Trabadores Kurdos), la auténtica pesadilla kurda en territorio turco desde hace más de cincuenta años.  Desde la perspectiva de Ankara, las milicias kurdo-sirias del YPG son una extensión del PKK, por lo que Turquía no se cansa de protestar sistemáticamente del apoyo que los EE.UU. les prestan como parte sustancial de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF). Las SDF, que en 2015 se incorporaron en su lucha contra el Estado Islámico (EI) para impedir su expansión en Siria, disfrutan por ello desde el primer momento de un decidido apoyo norteamericano sobre el terreno. Así, las SDF, que se estiman cuentan con unos 40.000 combatientes, lograron en 2017 la liberación de Raqqa, capital por aquel entonces del EI. Esa es la razón por la que muchas democracias occidentales vienen considerando a las SDF como el actor principal de la lucha contra el EI en Siria.

Y probablemente esa fue también la causa por la que la Turquía de Erdogan vetó la entrada en la OTAN de Suecia y Finlandia, países que habían expresado abiertamente su apoyo al YPG en su lucha contra el EI. Pero Turquía también juega en otra liga, en la de las nuevas economías emergentes por lo que, en términos socioeconómicos, sin duda pretende sacar partido de la reconstrucción posbélica de Siria para reactivar su presencia de potencia hegemónica económica en el área. Por ello, Erdogan se ha apresurado a declarar que está a dispuesto a renegociar las condiciones de su permanencia en territorio turco con las nuevas Autoridades de Bagdad. Para ello, el control del retorno de los refugiados sirios que se encuentran en su territorio desde el comienzo de la guerra civil en 2013 será indudablemente una de sus principales monedas de cambio, lo que requerirá una estrecha colaboración con quien ostente el poder en Siria a partir de ahora.

Rusia, el aliado incondicional de Bashar Al Assad

Pero el papel de aliado de conveniencia que Turquía ha ejercido con el régimen sirio fue incontestablemente y ampliamente superado por otro actor geopolítico, en este caso global, como es Rusia, el gran aliado de Bashar desde la llegada de la Primavera Árabe, tras la "retirada" de los EE.UU. de Siria en aplicación de la estrategia de ausencia de "boots on the ground" que la administración del laureado premio Nobel Barak Obama puso en marcha en la zona.

Desde entonces, Rusia ha ocupado un puesto destacado en la arena geopolítica del laboratorio sirio, en la que Vladimir Putin, gracias a su apoyo incondicional a Bashar desde el comienzo del conflicto, consiguió múltiples beneficios asegurando un acceso a recursos energéticos, principalmente petróleo y gas, que le sirvió para fortalecer su económica y paliar el bloqueo occidental como consecuencia de la guerra de Ucrania.

Además, la intervención militar rusa en la guerra civil siria desde su despliegue permanente en las bases, en la aérea de Jmeimim y en la naval de Tartús, ambas en la provincia de Latakia, le permitió contrastar su capacidad militar antes de su aventura ucraniana y aumentar su prestigio internacional en el Sur Global al presentarse como un líder internacional destacado en la lucha contra el terrorismo islamista, que desde un primer momento fue el gran beligerante contra el dictador sirio.

EE.UU., un papel discreto centrado principalmente en la lucha contra el EI

Con respecto a los EE.UU., el papel que está jugando en el conflicto sirio no está tan claro como el de Rusia. Desde el principio de la crisis y tras la "retirada de Obama", los americanos se han mantenido en un discreto segundo plano en una estrategia que sucesivamente continuaron manteniendo las administraciones de Trump y Biden. Una estrategia que aparentemente sólo ha tenido como principal objetivo la lucha contra el expansionismo del EI en Siria.

Para ello, han creado y alimentado a su propio "proxy" en las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), en las que están integrados los kurdos sirios del YPG. Las SDF son entrenadas desde entonces por fuerzas estadounidenses para proteger al menos una docena de instalaciones en territorio sirio, entre las que destacan los campos petrolíferos de Al Omar y Al Shaddadi dentro de una amplia zona, que discurre desde el norte en la frontera con Turquía y el margen suroeste del río Éufrates.

Los EE.UU. disponen además de una base militar en Tanf, un enclave estratégico en la encrucijada de las fronteras de Jordania, Irak y Siria, desde donde impulsa su particular lucha contra el Daesh (EI) en territorio sirio. Estas Fuerzas del EI campan a sus anchas en una considerable superficie que abarca desde la frontera con Irak, adentrándose en territorio sirio, hasta el centro del país, controlando la parte central de la estratégica y principal vía de comunicación que atraviesa Siria desde el suroeste al noreste entre Damasco y Hasaka. Esta última ciudad, la décima más poblada del país con doscientos mil habitantes, está situada cerca de la frontera turca a orillas del río Jabur y es el feudo principal de las milicias del SDF. Sobre ella, en 2018 las SDF declararon unilateralmente una entidad territorial propia, bajo el apelativo de Administración Autónoma del Norte y Este de Siria y con la que reivindicaron una cuarta parte del territorio sirio.

Además de su conflicto con el Daesh, las SDF también "combaten" a Turquía a través de su "proxy" del Ejercito Nacional Sirio (SNA), creado oficialmente en diciembre de 2017 y que auspiciado por Turquía.  Este "proxy" tiene por objetivo crear una "zona segura" en el norte de Siria desde donde poder operar en permanencia para asegurar la limpieza kurda en los territorios que fueron ocupados por las sucesivas incursiones de las Fuerzas Armadas turcas durante la guerra civil. Por ello, el SNA, cuya fuerza militar se estima en unos 230.000 combatientes, mantiene un contencioso armado permanente con las SDF, en estos momentos particularmente enconado por la situación en la provincia de Manbij, enclave estratégico del curso alto del río Éufrates, que controlan las SDF y que divide al territorio del SNA en dos partes inconexas. No olvidemos que el principal componente de las SDF son las milicias kurdo-sirias del YPG.

Las Fuerzas rebeldes del sur y las milicias drusas sirias

Siguiendo con los protagonistas de la crisis siria, al este de los Altos del Golán campan a sus anchas las Fuerzas rebeldes del sur, que ocupan una importante fracción del terreno hasta el territorio de las milicias drusas establecidas en el suroeste. Esas Fuerzas rebeldes se constituyeron en febrero de 2014 sobre la base de algunas brigadas del Ejército regular sirio que de alguna manera pasaron a formar parte del autodenominado Ejército Libre Sirio (ELS), fuerza militar creada inicialmente en suelo turco como estructura militar de la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria (CNFORS), principal organización que agrupa a la mayoría de la oposición política siria y que opera bajo una clara influencia turca.

Esas Fuerzas rebeldes del sur, que gozan de cierta autonomía en relación con sus "hermanos" del norte, están formadas por unos 25.000 combatientes que a principios del mes de diciembre aprovecharon la retirada de las Fuerzas libias leales al régimen de Bashar que habían acudido a la defensa de la capital ante el imparable avance por el norte de la milicia del HTS.  De esa forma, pocos días antes de la caída de Damasco, liberaron la simbólica ciudad de Deraa, de cien mil habitantes, donde hace trece años comenzaron las revueltas de la Primavera Árabe contra el régimen.

Ahora, controlan una importante zona al sur de Damasco hasta la frontera jordana con límite al oeste con los Altos del Golán y al este con un extenso territorio bajo la "autoridad" de las milicias drusas. Un extenso territorio poblado principalmente por la minoría drusa de Siria, que desde su bastión al sur del país se mantuvo relativamente en calma al comienzo de las revueltas alineándose, en principio, con el gobierno de Bashar. Para ello pronto tuvo que organizar sus propias milicias para defenderse de terceros durante la larga guerra civil que ha asolado el país en los últimos trece años. Su milicia principal, Jaysh al-Muwahhideen (Ejército de Monoteístas), es una organización armada drusa que operaba principalmente en las provincias de Suwayda y Deraa, donde anunció su formación a principios de 2013.

Desde 1922, poco después de la caída del imperio otomano, los drusos sirios gozaron de total autonomía llegando a fundar en 1927 el Yábal al-Druz (Estado del Monte Druso), con capital en Suwayda y coetáneo, por cierto, del Estado alauita de Latakia, entidad a la que pertenecen el clan de los Assad. Sin embargo, pronto fueron sometidos por la presión nacionalista siria, por lo que, en virtud del Tratado franco-sirio de 1936, dejaron de existir como entidad autónoma, incorporándose a Siria. Desde entonces nunca han dejado de anhelar su independencia, buscando asentar su identidad nacional en un territorio donde los casi cincuenta mil drusos son mayoría.

Siria, un Estado fracturado con un futuro incierto

Es verdad que desde hace muchos años Siria es un Estado casi fallido. En realidad, vista la erupción étnica, religiosa y política que provocó la Primavera Árabe puede concluirse que el país nunca llegó a consolidarse como Estado unitario a pesar de la dictadura de los Assad. En cierta manera ya lo presagiaba el Mandato de Siria y Líbano de 1922 de la Sociedad de Naciones, por el que el territorio de la actual Siria se dividió en cuatro demarcaciones. Lo que vino después fue la inconsistencia del protectorado francés del mandato, que entregó al país en 1946 a un único partido político, el Bloque Nacional, que repartió los cargos públicos favoreciendo a los árabes sobre las minorías armenia, asiria y kurda, propiciando así un resentimiento que se manifestó en sucesivas luchas de poder. Desde entonces, Siria vivió un largo periodo de inestabilidad política en la que el Ejercito alcanzó un papel protagonista con ocho pronunciamientos entre 1949 y 1970, siendo el último de ellos el más cruento ejecutado por el alauita Háfez al Asad, un militar que gobernó con mano de hierro durante treinta años e instauró una dinastía que ha llegado hasta nuestros días de la mano de su hijo Bashar.

El resto de la historia es por todos conocida. La toma de Damasco por el HTS no va a cambiar las cosas. A partir de ahora, ¿quién heredará el poder en el país? ¿Mohamed Abu al-Jolani y el HTS o un Consejo Nacional de Transición según el modelo libio?, ¿cuál será el destino de los alauitas?, ¿se invitará a las SDF, dominadas por los kurdos, a compartir el poder?, ¿cuál será el papel de la moribunda Coalición Nacional Siria y la oposición política en el exilio?, ¿el proturco SNA hará valer su fuerza militar en el norte del país? Son muchos los interrogantes que emergen y, ahora más que nunca, Siria no es más que un conjunto de territorios dominados por diferentes facciones con un futuro que apunta a una repartición de territorio.

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