“La trastienda de los servicios de inteligencia” (Roca Editorial) es un recuento de hechos reales, algunos ficcionados. Su autor es el exespía español Fernando San Agustín (San Mateo del Gállego, Zaragoza, 1939). Tras cursar estudios superiores en Barcelona, sirvió en el ejército y se convirtió en parte de los servicios de inteligencia.
La obra mezcla elementos de realidad y ficción dejando al lector discernir entre la fantasía y la verdad. En ella se relatan en primera persona una serie de acciones vinculadas a asuntos sensibles para la seguridad nacional. El tiempo abarcado va desde 1968 a 1979. O sea, el último periodo del franquismo y primeros años de la democracia.
El protagonista es el mismo autor con diferentes nombres, según cada operación. De los muchos alias utilizados uno muy querido es ‘Aneto’, ya que la montaña siempre fue una de sus pasiones.
El propósito del libro es compartir su experiencia y puntos de vista sobre diversos temas de seguridad y geopolítica. Pero hay más. Quiere ensalzar la labor que realizan los agentes secretos. Y en parte su motivación se debe al olvido de aquellos que dieron su vida por España. El revulsivo fue el asesinato en 2003 de siete de ellos en una emboscada de la insurgencia en Irak. No entiende la poca repercusión que tuvieron sus muertes. Considera que enviarlos allí fue un “capricho” del Gobierno de José María Aznar. Subraya que “el Centro Nacional de Inteligencia es un servicio del Estado, no de un ejecutivo”, y añade que “su vida no se valora lo suficiente”.
Cuenta su participación en diferentes operaciones antiterroristas en la lucha contra ETA y cómo se infiltró para conseguir información de alto nivel y evitar atentados. Según San Agustín, España ha resistido y vencido la amenaza terrorista gracias al trabajo de la Policía, la Guardia Civil y, sobre todo, a la valentía y renuncia de las víctimas a la venganza. Sin embargo, muestra preocupación por el tratamiento actual de los terroristas, en algunos casos presentándolos como héroes en ciertos espacios.
Una de las aportaciones de los servicios de inteligencia fue la operación “Exilio protegido”, consistente en sacar de España y buscar refugio en el extranjero a los etarras que dudaban de participar en la lucha armada. El objetivo era convencer a miembros de ETA sin delitos de sangre para alejarles de la violencia, crearles una nueva identidad y enviarlos lejos de España. Lograron infiltrarse y fomentaron la deserción de muchos etarras. Reconoce que con la intervención de “nuestros equipos antiterroristas resultaban muertos o heridos los miembros del comando, excepto el solicitante de protección”.
También formó parte de una unidad especial cuyo principal objetivo era acosar a todas las personas, organizaciones, instituciones, que tuvieran relación con la banda terrorista para que supieran que cualquier apoyo político, económico o social les iba a suponer soportar daños físicos, económicos o de prestigio.
Desvela la “Operación Acogida”. Menciona un supuesto archivo con nombres de nazis refugiados en España (casi 400 aunque solo un centenar pertenecía a las SS) durante el régimen de Franco. Un documento por el que llegaron a matar el servicio secreto de Israel, el Mossad, y el de Alemania, el BND. Uno para tomarse la justicia por su mano y el otro para evitar reabrir heridas e injusticias ya que entre los acogidos figuraban numerosos integrantes del Ejército regular.
Seguidamente trata la compleja relación con nuestro vecino del sur. Sostiene San Agustín que desde la llegada de Mohamed V, abuelo del actual rey, Marruecos ha tenido la intención de reivindicar un imperio. España, sintiéndose en deuda tras la guerra de África, fue cediendo ante algunas de las demandas. Narra la operación en la que descubrieron el plan del rey Hassan II, hace casi 50 años, de desplegar todas las acciones posibles para arrebatar a España Ceuta, Melilla y parte del archipiélago canario.
El denominado 'Plan Marruecos 2030' contempla que el día en que se produzca la invasión “los reconquistadores entrarán por tierra y mar en Ceuta y Melilla, con banderas marroquíes en una mano y el Corán en la otra”. Según las informaciones que él obtuvo años atrás, “Guardia Civil y Policía se enfrentarán a una multitud que les quintuplicará y correrá hacia ellos para ocupar instituciones, viviendas y comercios”. En 48 horas, según detalla en el libro, los marroquíes se harían con el control de esas ciudades y estarían ya dispuestos a resistir con la ayuda del Ejército, Marina Real y aviación los posibles contraataques. Creen que los españoles son débiles y poco patriotas, empezando por los políticos. “Se debe transmitir la absoluta seguridad de que los cristianos no lucharán por Ceuta y Melilla, pues la mayoría de los españoles las considera ciudades marroquíes”.
El plan “se ejecutaría cuando España estuviese sufriendo una grave crisis, bien derivada del terrorismo, de los desafíos independentistas” u otras crisis como la pérdida de credibilidad del Rey. En su día aprovecharon la debilidad de la agonía de Franco para invadir y ocupar el Sáhara. Son hábiles. “Nosotros siempre estamos a la defensiva, o atacándonos a nosotros mismos. Estamos en uno de esos momentos”.
El exespía cree que Rabat no se conformará con el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre los territorios del Sáhara Occidental por parte de España. Insinúa que ese no será el fin de sus ambiciones territoriales. Buscan recuperar Ceuta y Melilla, y no descartan incluir en su agenda las Canarias. Estima que España está en una situación de vulnerabilidad frente a la diligente y perseverante diplomacia marroquí que además tiene el apoyo de EEUU e Israel.
Abdelaali Barouki, investigador especializado en asuntos marroquíes-españoles, destaca que las declaraciones del exagente de inteligencia surgen en un instante particularmente delicado, cuando España se encuentra en periodo electoral. Enfatiza que al igual que España ve el Peñón de Gibraltar como parte de su territorio, de manera análoga, Marruecos defiende su soberanía sobre Ceuta y Melilla. Si bien el analista coincide con San Agustín en que Marruecos busca fortalecer sus relaciones exteriores con España, considera sin fundamento las afirmaciones sobre Canarias.
Refiere asimismo cómo participó en una operación en el Vaticano para limpiar la corrupción de algunos cardenales y obispos.
El exagente aragonés afincado en Cataluña asegura que “ser espía no es satisfactorio”. De forma descarnada describe que en una operación de espionaje “nada hay que te produzca orgullo, porque para hacerlo bien es necesario olvidar a tu familia, mentir mucho y bien, fingir mejor, engañar sin consideración, abusar de la buena fe de la gente… la ética y la piedad son conceptos olvidados, porque confías en que jamás volverás a recordar los daños psíquicos, sentimentales y físicos que has provocado”.
En cuanto al terreno jurídico nunca ha defendido que el servicio navegue en la ilegalidad, pero “admite que no hay otro remedio que vivir y trabajar en la alegalidad, y esto exige mucha imaginación, discreción y habilidad, virtudes que se les suponen a los espías”.
Resalta la necesidad de que los agentes importantes dispongan de su propia cobertura. “La nómina es un rastro que deja huellas, que te delata y facilita la pista para hacer fracasar tu misión o poner en riesgo tu vida”. En plantilla solo tienen cabida analistas y equipos de apoyo. “Un espía debe estar cubierto por un empleo, justificado gracias a la empresa que él mismo crea o para la que trabaja”. En la obra relata como se hizo pasar por vendedor de aceite, estudiante revolucionario refugiado en Francia, dueño de un bar que acogía a etarras o limpiacristales.
El trabajo rezuma una cierta tristeza. Confiesa que al escribir la novela ha sentido vergüenza por algunos hechos, aunque es una vergüenza liberadora. “De lo único que estoy orgulloso es de haber servido a mi país”.
Más allá de esto con su libro San Agustín ha abierto un debate en torno a la labor de los servicios de inteligencia. Sus opiniones mueven a la reflexión sobre cuestiones de seguridad nacional y relaciones internacionales.