Igual que existen los terraplanistas, existen los “solverdistas”. O, dicho de otra manera, los que defienden de que el sol es de color verde. Entre ellos, el hombre más rico del mundo, Elon Musk. El fundador de Tesla, gran aficionado a la polémica, publicó hace ya tiempo en su red social favorita un mensaje en el que defendía que el astro en torno al que gira la tierra no es blanco ni amarillo, sino de color verde.
No es el primero en defender esta teoría. La NASA incluso le da la razón, aunque con matices. El sol emite luz en una amplia gama de longitudes de onda, que se traducen en colores. Su pico de espectro se establece mediante la temperatura de su superficie, que está aproximadamente a 5.500 grados centígrados, según 'Science Focus' de la BBC.
Por tanto, el color de una estrella se puede medir por la temperatura de su superficie. Además, la longitud de onda máxima que expulse le dará el color aparente, por eso las estrellas más frías son rojas y las más calientes son azules. En el caso del sol, esta se encontraría en un espectro intermedio, junto a amarillas, naranjas y blancas. Sin embargo, su espectro alcanza el punto máximo en una longitud de onda que los humanos describiríamos como verde.
Esta explicación, sin embargo, no convence a muchos astrofísicos, que tachan esta explicación de “absurda”. Aunque no le niegan algo de verdad. El Sol –dicen- contiene una mayor intensidad de fotones de "luz verde", o las partículas cuánticas que componen la luz, que de cualquier otra longitud de onda o color. Pero el simple hecho de tener un pico de longitud de onda en el espectro de su luz, o una intensidad máxima a una frecuencia determinada, o un mayor número de fotones en una gama de colores concreta, no basta para determinar de qué color es en realidad un objeto, incluso un objeto como el sol. El sol, tal y como nos muestran nuestros ojos, es en realidad una estrella de luz blanca, como puede revelar el experimento más sencillo de todos.
Según explica Ethan Siegel en la web especializada Big Think, esta prueba consiste en coger una sustancia que pueda reflejar igual de bien todas las longitudes de onda de luz visible para los ojos humanos, y hacer incidir sobre ella la luz cuyo color quieras medir y, a continuación, utilizar nuestros ojos para percibir qué color vemos cuando esa luz ilumina tu superficie reflectante.
Cualquier objeto sólido y perfectamente blanco servirá. Una hoja de papel blanco brillante, una pared pintada de blanco, una pizarra o incluso una flor blanca, una toalla o una sábana. Si la iluminas con luz roja, parecerá roja porque refleja la luz roja. Si la iluminas con luz verde, amarilla, rosa, magenta o naranja, el resultado es exactamente el esperado: refleja el color de la luz que la ilumina y, por lo tanto, parece que adopta ese color por sí misma.
Si sacamos un trozo de papel blanco al exterior y lo sostenemos de forma que la luz solar directa incida directamente sobre él, simplemente observando el color aparente de ese papel sabremos de qué color es el sol. A menos que lo mires durante el amanecer, el atardecer, durante un eclipse solar total o bajo cielos muy contaminados (como en la época de incendios forestales), el color de ese papel será -al menos para sus ojos- inequívocamente blanco.
De hecho, los astrónomos suelen decir que no existe ninguna estrella "verde" debido a esta misma prueba. Si se realizara este tipo de experimento alrededor de cualquier estrella del universo conocido, se descubriría que sólo aparece un conjunto finito de colores.
No existen estrellas verdes, solo rojas, naranjas, amarillas, blancas, blanco-azuladas y azules
En el caso de las estrellas de baja masa, como las enanas rojas o las clases de estrellas aún más frías (como la clase de "estrellas fallidas" conocidas como enanas marrones), aparecerán con una gama de colores que dependen de su temperatura, con los objetos de menor temperatura entre 800-1600 K apareciendo con un color marrón rojizo tenue que eventualmente transiciona, a temperaturas más altas (1600-2700 grados centígrados), a rojos profundos y prominentes.
A medida que se alcanzan masas estelares más elevadas (o estrellas gigantes/supergigantes más evolucionadas), se pueden encontrar estrellas con una temperatura de entre 2.700 y 4.000 grados centígrados, de color rojo anaranjado en el extremo inferior y naranja amarillento en el extremo superior, como Arcturus o Aldebarán.
A medida que la temperatura de su estrella aumenta hasta el rango de 4.000-5.000 grados centígrados, el color se vuelve más amarillo a amarillo-blanco, como la brillante estrella Pollux. Estas condiciones de iluminación son las que vemos en la Tierra en los momentos correspondientes a las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde: cuando la atmósfera bloquea una cantidad sustancial de la luz de longitud de onda más corta, dejando atrás la de longitud de onda más larga.
A temperaturas comprendidas entre 5.000 y 6.000 grados centígrados, que incluyen nuestro Sol y estrellas similares a él, el aspecto cromático es de blanco amarillento a blanco, lo que incluye no sólo al Sol sino a muchas estrellas brillantes, entre ellas Capella.
Y luego, cuanto más por encima de los 6.000 grados se encuentra la estrella, el color comienza a adquirir primero un tono cian y luego un tono azul más brillante, como las estrellas brillantes Castor, Rigel y la estrella más brillante de todas vista desde la Tierra, Sirio.
Cuando se trata de estrellas, defienden los astrofísicos, esas son las únicas opciones en cuanto a color: puedes ir del rojo parduzco al rojo, al naranja, al amarillo, al blanco, al blanco azulado y al azul, y no hay más opciones. Ésos son los únicos colores de las estrellas, sin ninguno de los colores más exóticos que cabría esperar. No hay estrellas de ningún otro color, incluidos el morado, el verde, el rosa, el magenta, el granate, el chartreuse y el aguamarina, entre muchos otros.
La razón por la que tanta gente se equivoca -y por la que incluso, si buscas bien, puedes encontrar páginas de la NASA que también se equivocan- es porque confunden dos fenómenos: el color de un objeto y la longitud de onda de la luz que corresponde a una especie de "pico" en el espectro de un objeto.