El 70% de los consumidores con hijos menores de 20 años adoptan cambios en sus comportamientos en sostenibilidad impulsados por sus hijos. Y es que las generaciones más jóvenes están más comprometidas que sus predecesores con el cuidado del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático.
Del mismo modo que se da ya por buena la expresión “nativos digitales” para referirse a aquellas que ya nacieron dominando el uso del smartphone e Internet para los que otras personas han tenido que reciclar sus conocimientos, se empieza a abrir paso el concepto “nativos sostenibles” para definir a quienes ya integran la ecología entre sus valores primordiales.
Como se trata de un concepto relativamente nuevo, no existe un criterio taxativo para definir su edad, pero se considera que integran este grupo los que ahora tienen entre 15 y 30 años. Es decir, los nacidos a partir de 1993. Una generación a caballo entre los millenials y la Generación Z que ha crecido escuchando mensajes diarios sobre el cambio climático, la devastación de los incendios, los plásticos del mar o la extinción de las especies, y que no espera que sean otros quienes solucionen sus problemas. Asumen sobre sus hombros la tarea de mejorar este planeta.
Y lo hacen de manera discreta, e integradora. Si otros movimientos sociales protagonizados por jóvenes destacaban por su ostentosidad (los hippies en los años 60 o los punks en los 70), los nativos digitales visten de manera convencional, estudian y trabajan –en la medida que pueden- sin llamar la atención. Porque lo que han cambiado no es la forma de vestir, sino la de consumir.
Los nativos sostenibles enfocan su militancia ecológica desde las lógicas del consumo, empresariales y desde un posibilismo muy real. No vuelan, compran ropa de segunda mano, son veganos y están dispuestos a dejar un buen puesto en una multinacional si no les convence su acción social o si deja un impacto negativo en el planeta. Quieren cambiar el mundo desde la acción cotidiana, desde su modelo de consumo.
También les han llamado “Generación Greta”, pero no todos se siente cómodos con este nombre. Y es que, aunque los nativos sostenibles son esencialmente jóvenes, tienen una cosa clara. Su éxito -y el del planeta- depende de la capacidad de integrar a todos los tramos de edad en su misión. De su capacidad para atraer “inmigrantes sostenibles”.
Y así lo explican también algunos de los integrantes del movimiento “Friday For Future” que popularizó la activista sueca Greta Thurnberg. “Las protestas las protagonizan niños y jóvenes, cierto; pero por cada uno de ellos hay, potencialmente, dos padres y cuatro abuelos. Es decir: cada millón de estudiantes sumaría hasta seis millones de adultos detrás. Lo cual lo convierte en un movimiento juvenil, pero de influencia exponencial”, dicen.
No es utópico pensar que pueda ser así. Al igual que ocurre con el mundo digital, dónde los inmigrantes se han adaptado a los nuevos métodos en su edad adulta y los nativos crecen de la mano de la tecnología con unas habilidades innatas en el entorno digital, puede suceder lo mismo con la era de la sostenibilidad.
Los que han crecido con los antiguos modelos productivos deben abrirse a los nuevos, y las nuevas generaciones deben crecer en entornos dónde no haya cabida para la falta de concienciación sobre el medio ambiente. La educación en sostenibilidad debe ser transversal, empezar en el ámbito personal y tener su extensión en la formación y educación en todas las fases académicas.
La visionaria Carta de Belgrado, del año 1975, ya concebía a la Educación Ambiental como una herramienta llamada a contribuir a la formación de una ética universal que reconozca las relaciones del hombre con el hombre y la naturaleza. Así, es necesario fomentar el aprendizaje con planes de estudio enfocados a aprender en qué consisten las energías limpias, cómo ahorrar energía o cuál es la mejor manera de cuidar el planeta, y en practicar los conocimientos aprendidos.
Educación ambiental en colegios españoles
Algo, o mucho de eso, se está haciendo ya en algunos colegios españoles. Los alumnos de 2º de primaria del CEIP Alba Plata, en Cáceres, han comprobado la diferencia de gasto entre lavarse las manos dejando el grifo cerrado o abierto durante todo un curso, a través del proyecto “¿Y si soñamos un mundo mejor?". Una acción que se vio poco después implementada gracias un kit de hidrógeno verde -cedido por la compañía Ingenostrum- para que los alumnos pudieran experimentar cómo es posible obtener energías limpias a partir de recursos naturales.
En el colegio La Salle San Rafael de Madrid, los alumnos de educación infantil conocieron la importancia de recoger plásticos y reducir su consumo luchando contra un supervillano llamado “Microplástico” que revolvía los cubos de la basura, y al que los niños lograron convencer para que depusiera su actitud. Y en el CEIP Chozas de la Sierra de Soto del Real los escolares han cuidado de un huerto llevando residuos orgánicos de casa para aportar a la compostadora, y alimentando a las lombrices del compost.
Pueden parecer acciones destinadas a los más pequeños, y ciertamente lo son, pero su influencia no es menor. Dada su elevada capacidad de condicionar las compras y los hábitos familiares en aras de una mayor sostenibilidad, la influencia de los “nativos sostenibles” sigue creciendo. La Educación Ambiental, que celebra su día internacional hoy 26 de febrero, gana importancia minuto a minuto.