Hace poco más de un mes Europa conocía la potencial tendencia de su futuro político, véase así, su futuro colectivo, laboral, económico, etc., mientras, con cierta incertidumbre, se preveía la reelección del primer ministro francés. Hoy conocemos el designio de los franceses que quisieron hacer manifiesta su voluntad democrática mediante el voto y las primeras conclusiones son claras: existe un verdadero aumento de las inclinaciones llamadas neofascistas, es decir, aquellas con analogías sistemáticas respecto del fascismo ejercitado desde principios hasta mediados del siglo pasado (el XX). El coqueteo de la ultraderecha con los modelos fascistas no es ya un fenómeno accidental o un 'momento' aislado de la narrativa política actual. No es, como vulgarmente se expresa un "aquí te pillo, aquí te mato" que los populistas usan con fines concretos, sino que comienza a convertirse en un idilio peligrosamente estable. Si bien pocos le ven futuro, el seguimiento de los resultados electorales europeos de los últimos años es significativo y sobre todo, la patente mansedumbre de los tradicionales partidos europeos preocupa a todo demócrata.