Cada día más desabrigada por las pensiones, la tercera edad europea sufre la inestable base que nuestra baja tasa de natalidad está dejando en la pirámide demográfica. Se presume del esquema estadístico de demografía ser lo más análogo posible a la figura de un triángulo equilátero, cuando lo que realmente sucede es la deformación nada menos que al romboide. Las personas de edad adulta halladas al ecuador del gráfico -es decir, aquellas que rondan entre los 45 y los 55 años- portan el número más significativo de personas activas, así en mujeres como en hombres; mientras que los neonatos se reducen año tras año, sin ánimo de bascular hacia sus extremos. Estudios de la propia Unión Europea revelan que la natalidad se ha reducido desde los 50 hasta los 300 mil recién nacidos en más de diez países y no llegan a ser cinco los que superan o mantienen los datos de años anteriores.